26: La Marca De la Esclavitud

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HAZEL

Janice venía por la cuadra contraria cuando la encontré, usaba sus camisetas normales de deporte y sus tenis, pero hoy no venía del estadio ni de jugar baloncesto. Ese día era probablemente otro en el que volvía a faltarle a Harner por nuestros asuntos, pero esta vez era necesario, no habíamos regresado a casa de Ignacio en tres días, todo lo del pez y el cansancio de ambas por la falta de sueño, sumado a la defensa del proyecto final de programación, nos tenían hechas polvo. Harner podía esperar, Harshal y nuestra sed de respuestas, no.

Ella llevaba en las manos una ollita de aluminio que humeaba levemente, sus manos estaban enfundadas en guantes de cocina que no pertenecían al mismo par. No sabíamos de qué se había estado alimentando Harshal esos días, ni si seguía ahí a estas alturas, pero nosotras necesitábamos saber. Después de lo del pez, era necesario un poco de información. Y ya no podíamos seguir fingiendo normalidad, ignorando las pesadillas ni esos problemas de ira que cada vez nos daban con más frecuencia.

Janice llegó hasta mí, nos quedamos una frente a la otra, mirándonos en silencio. Seguíamos molestas, seguíamos haciéndonos daño a pesar de todo. Y esta vez, pudo haber sido fatal, ella pudo haberme incendiado ahí mismo y yo no habría podido hacer nada para evitarlo. Ella no me miraba a los ojos, pero claramente que estaba consciente de lo que había hecho.

Volví a pasar mis manos por mi cabello, yo no tenía inseguridades muy acentuadas, porque mis atributos son envidiables y estoy segura de que todas quieren ser como yo y se mueren de envidia con mi sola presencia. Pero esta nueva y desagradable ocurrencia de Janice, me había rebajado a la normalidad. Mi cabello estaba arruinado, pero totalmente arruinado.

—No podemos continuar así. —dije y ella asintió— creo que a partir de ahora debemos dejar de vernos como enemigas. No quiero decir que adoptemos el apelativo de amigas, porque ambas sabemos que no lo somos...

—Sé a qué te refieres. —completó ella— y quiero decir que lo siento. No era mi intensión...

—Lo sé —le interrumpí— si te sirve de consuelo, tampoco fue mi intención lo del pez.

Ella asintió a su vez y, a la vez, sin mucho más que decir, ambas decidimos caminar a la par a casa de Ignacio. Quise tomar el asa de la ollita para ayudarla a transportarla, en respuesta, ella se sacó uno de los guantes para dármelo y así sostener un asa cada una

—Lo mejor será que dejemos todo como está.

—¿Es que tenemos otra opción? —suspiré.

—Si, por supuesto. Abandonar a Harshal en casa de Ignacio, olvidarnos la una de la otra, deshacernos de los relicarios y soportar las pesadillas en vez de enfrentarlas y seguir a Harshal.

Asentí sin muchas ganas. ¿Qué otra cosa podíamos hacer sino seguir adelante, volver a disculparnos en silencio y volver a nuestros asuntos?

—¿Cómo está...? —comenzó ella, con timidez, pero su voz se extinguió en un murmullo avergonzado.

—Tendrás que hacer más para destruir a la otra mitad de tu alma —quise bromear, y eso la hizo sonreír levemente.

Me ardía la nuca aún, a pesar de la crema para las quemaduras que mi padre me dio. Si le hubiera dicho que Janice me había quemado deliberadamente el cabello, se hubiera vuelto loco, hubiera demandado a sus padres o a la misma institución, si yo no le hubiera insistido en que fue todo culpa mía y que me había puesto a jugar con un mechero del laboratorio.

Eso me valió a mi también perder el puntaje del ejercicio de biología. Eso ya no se lo fije a Janice, porque tampoco quería darle la satisfacción de saber que a mi también me habían regañado y castigado. Mi mochila y laptop fue una perdida considerable, sin mencionar mi cabello y las quemaduras leves en mi nuca y espalda.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora