30: El Color Del Incienso

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JANICE

La idea me corroyó por dentro como el ácido. Como la picadura de una araña que se fuera extendiendo hasta llegar al hueso. Ese hombre alto y regio, salido de la niebla de nuestra inconsciencia, cubierto de sangre ¿hermano de nuestro esclavo?

Hazel y yo intercambiamos miradas de nuevo con mayor asombro que antes, ella se mostraba alucinada, como seguro que me veía yo.

Harshal mira hacia el suelo y luego se frotó un punto sobre la ceja izquierda, el mismo punto en el que suelo sufrir yo mis dolores de cabeza. Esa mano pasó a su oreja, que, al ser un cuerpo astral, estaba libre de la argolla. Cuando sus dedos no encontraron el retazo de tela, los retiró de inmediato.

—No me gusta la idea de emparentar por mi línea paterna con un ser como él. —suspiró, lanzando una mirada de soslayo al hombre que caminaba delante— Pero es la realidad de las cosas... Tampoco culpo a mi padre. La belleza de Talaya es ahora una leyenda, decían que Oníria había vuelto a nacer en ella. Pero eso no justifica las acciones de mi progenitor, solo nos metió a todos en un lío más grande.

Miré a Jocsan, me seguía pareciendo ominoso, pero ahora, de alguna forma, había cambiado mi manera de verlo. También cambiaba mi forma de ver a Harshal, a pesar de todo. Esta no era una situación normal, era un secreto que de verdad podía destruir mundos.

—Qué ironía —musitó con amargura Hazel— que tú también poseas la alquimia y él, no.

—Mi madre es pariente de ustedes —agregó él, desvelando una pequeña sonrisa— la alquimia no siempre es hereditaria, como en la familia de los reyes de Oníria, pero en este caso ha pasado por lazos de sangre hasta mí. Somos primos en algún sentido.

Me juré decirle algo a Hazel cuando saliésemos de todo esto y estuviéramos solas, en definitiva, no me gustaba verla mal con todos estos recuerdos recién desbloqueados de su mente. Si Hazel estaba pasando por un dolor parecido, ya me encargaría yo de mitigarlo.

Había algo entre Hazel y Harshal, podía verlo, ella se mantenía cerca suyo y aunque se esforzaba por ignorarlo, yo conocía sus ademanes de nerviosismo. Y él no le era indiferente porque ¿qué chico podía ser indiferente a una chica como Hazel? Y, aun así, Harshal no se desentendía de mi por ella, eso decía mucho de él. Y me agradaba, aumentaba mucho mi estima por él el que quisiera a Hazel.

Pero, a todo esto ¿Qué era Reginald para ella, si algo estaba floreciendo en su interior por el esclavo?

—Mis señoras, la alquimia es más que un poder inimaginable que te vuelve invencible y mágico. Es una fuerza que salta a quien realmente lo merece. Además, el pueblo está acostumbrado a que la familia entera posea la alquimia, tanto que dieron por hecho que Jocsan también la tendría. —siguió relatando el esclavo, lanzándonos miradas significativas a ambas— no requerían ninguna prueba de ello, nunca fue necesaria, y Jocsan los dejó a todos satisfechos al matarla a Anania. Nadie se atreve a dudar que sea un alquímico más poderoso de lo que ella lo fue.

«No estoy seguro, pero creo que él no sabe la razón por la cual carece de alquimia. No sabe que su sangre es impura y que tuvo una inmensa suerte en tener piel blanca, ojos verdes y cabello rubio como su madre, la sacerdotisa, en vez de mis características o las de mis hermanos. El faraón Jocsan primero lo habría mandado quemar en los hornos a Sirakan para que su cuerpo alimentase el incienso que sube hasta él. Y a Talaya la hubiera rebajado a esclava en El Abismo.

«Y ya sé lo que piensan. ¿Dónde deja esto al crío de la plaza de Oniria? Pues mis señoras, el bebé de la plaza, que he ido observando desde cuando su madre, Pleyone, lo trajo para su bendición, es un claro ejemplo de que Jocsan no posee el poder. Porque hace mucho que murió el rey anterior, ya era hora de que la alquimia y el pueblo pasara a otras manos.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora