45: El peso de conocimiento

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HAZEL

El zarpazo en mi brazo dolía con inusual ferocidad, nunca me habían dado un tajo como este en mi vida, solo había leído la sensación en mis libros y visto en películas, por lo que hasta ahora sentía en carne propia lo que dolía y significaba. Ni siquiera la operación del apéndice, complicada y todo, había sido tan dolorosa. La cabeza me temblaba ligeramente.

—Lo siento.

Harshal había estado muy callado, comparado con el bullicio de la aglomeración de gente en la plaza de Oníria que reían y cantaban como en un sueño de extrema felicidad, a pesar de que era bastante tarde. Todos los seres de esa plaza eran hermosos a su vez, todos distintos y de razas diferentes, pero con el denominante común de la belleza interior y exterior. Se les notaba en los ojos, que eran dichosos con ellos mismos y con todo lo que los rodeaba. Rezumaban euforia por cada poro.

—No tienes por qué disculparte —le murmuré cuando atravesábamos el centro de la ciudad y las estatuas de los padres y abuelos de Jocsan volvieron a alzarse ante mis ojos— si Janice estuviese aquí te diría que tú eres el único sin culpa.

Pasé mis dedos mariposeando por encima del relicario de plomo que escondía la joya en su interior, la joya que ponía mi nombre en él. Era interesante, pero con el pasar de los días ambas nos habíamos apegado tanto que ahora, solo podía pensar en ella y extrañarla, nada de esto habría pasado si no la hubiese dejado ir con Harner. Quizá simplemente deseaba que su sufrimiento volviera a ser motivo de agradable burla para mí, como antes. Pero era obvio que no podía hacer nada en su contra que no acabase afectándome por consiguiente a mí.

—No es por eso, —respondió con lúgubre voz— quieren sacrificarte... y gracias a mi ahora ambas están en peligro

—Sí, eso es notorio —resoplé pasando los dedos de la mano libre por las puntas semi quemadas de mi cabello— no te culpo por lo que hiciste, ya no. Cuando se está molesto, culpar a los demás normalmente te ayuda a sentir que no tienes nada que ver en esto. A veces parece que explotar en ira está bien, solo si no pasas de eso... yo he sido muy... muy egoísta al no querer ayudarte. Ahora, es de lógica que tendremos qué... pero no tenía que haber llegado a este extremo.

A todo esto, Nikola y el anciano venían tras nosotros. A ellos también los llevaban al mismo sitio y, quizás, nos dejarían ahí juntos. Para ese momento ya habíamos llegado a las puertas de una enorme casa: el palacio de Oníria. El edificio, imponente y cubierto por sombras, tenía un aire majestuoso que me ponía nerviosa. Las columnas blancas parecían relucir bajo la luz roja de sirakan, pero la oscuridad que rodeaba el lugar hacía que todo se sintiera opresivo.

Cuando los esclavos se fueron, dejándonos a todos encadenados frente a las grandes puertas de metal, incluso a Harshal, un nudo se formó en mi estómago. Podía sentir el peso de las cadenas en mis muñecas, pero lo que más me inquietaba era la incertidumbre de lo que estaba por venir. Me volteé hacia los dos hombres que nos acompañaban, con desconfianza creciendo en mi pecho.

Pero nadie me dio respuesta. Las miradas de Nikola y el anciano eran implacables, sus ojos llenos de secretos que aún no estaba lista para desvelar— Es buen momento para que expliquen lo que ocurre —murmuré, tratando de mantener la calma, aunque mi voz temblaba levemente.

El profesor Nikola se llevó las manos al rostro, sus dedos manchados de sangre seca al intentar limpiarse. Su respiración era pesada, como si las palabras que estaba a punto de decir pesaran tanto como el aire a su alrededor. El silencio que siguió a su gesto hizo que mi piel se erizara.

—Yo también soy reencarnado —comenzó, y su voz me hizo tensar el cuerpo. No esperaba eso—. Soy el alma del primer gobernante de El Abismo.

Lo miré incrédula, mis ojos buscando alguna señal de que todo esto era un malentendido, una broma incluso, pero su expresión era seria. Mi respiración se volvió superficial, y sentí un hormigueo recorrer mi columna mientras las palabras se hundían en mi mente.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora