39: Una traviesa euforia

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JANICE

Tenía comezón. Quería tallarme los ojos con ambas manos por la somnolencia y el aburrimiento que sentía, pero me abstenía prudentemente ya que eso hubiera arruinado el maquillaje. Me sentía infantil, ahí bostezando con la incómoda toga azul y dorada de graduación sobre mis hombros, tan ancha que me hubiera podido esconder dentro y nadar hasta más allá del cansancio.

Era una experiencia muy especial, claro que sí, pero no dejaba de ser incómoda y hasta penosa. Sonreí, o eso intenté. El dolor de los lóbulos de mis orejas y mis tobillos era agobiante, no sé cómo accedí a usar los zarcillos de presión y esos tacones de aguja. No sé cómo accedí a asistir a mi graduación si estaba ahí esperando el eclipse para irme devuelta a El Abismo. Quiero creer que mi rostro no reflejaba el dolor que mi boca no podía gritar, porque si no, me hubiesen sacado del auditorio en varias ocasiones, pero todos los que cruzaban miradas conmigo sonreían con emoción.

Había decidido regresar a El Abismo. Esa era la noche de la profecía, lo sabía, recordaba lo que Harshal había dicho. Volvería aunque Hazel no lo hiciera conmigo. Salvaría a El Abismo, su gente, mataría a Jocsan y a Talaya. Dejar salir el odio y la amargura sería tan fácil, tan dulce y gratificante como un juego. Sería natural y divertido, como había estado predestinado a suceder desde el principio. 

Después de todo lo ocurrido en casa de Ignacio, ya habían pasado dos meses. Hazel y yo nos habíamos distanciado definitivamente, solo cruzábamos palabras muy de vez en cuando, siempre que era necesario, pero luego, nada. Ella se recuperó de sus heridas, la alquimia era poderosa y lograba regenerar cada corte, contusión y hueso roto en cuestión de horas, cosa que me sorprendió. Pero no lo suficientemente rápido para que sus padres no la viesen en ese estado al regresar a casa al recuperar la conciencia. Mis padres también vieron mi brazo, ahora ya curado.

Ahora Hazel y yo éramos solo dos extrañas con el mismo secreto de una desventura que no se llegó a dar, que ella rechazó antes de que comenzara. A veces, por las noches, cuando practicaba mi alquimia, terminando las tareas o estudiando para los examenes en vez de dormir por las pesadillas, me sentía tentada a abrir mi relicario para observar la joya y recordar que todo esto no había sido un sueño. Las pesadillas venían cada día más frecuentes, sabía lo que significaban: la guerra estaba cerca y era mejor que Hazel se quedase donde estaba y yo acudiese pronta a su llamado. 

Si estaba predestinada a esto, que así fuera, Hazel podía conservar su vida si así lo quería. Yo me sacrificaría con gusto. Hacía ya mucho que solo vivía en mi el odio y la ira de Anania, que pugnaba por escapar y destruir la opresión... Solo me preguntaba si Harshal aun podría ser salvado.

Hazel había pasado al frente hacía un rato, la que esperaba era yo, retorciendo mis tobillos en los tacones de doce centímetros que tanto me molestaban. Una compañera, a mi lado, de piel color caramelo, se deshacía en nervios, sostenía mi mano como si fuese a arrancarla o a exprimirla. Yo suspiraba, pensando en el eclipse, tan pronto a iluminarnos y a abrir el portal. A iniciar todo.

La tensión de esa pronta batalla, que ya retumbaba en mi pecho, me abstraía de la ceremonia de mi propia graduación. Pero es que de verdad lo ultimo que me interesaba era recibir ese estúpido titulo. De nada servía. Era probable que esa misma noche me asesinaran otra vez. No cabía en mi cabeza ni siquiera la insinuación de irme a la capital para estudiar derecho después de esa noche, me daba totalmente igual. Porque sabía que esa noche regresaría, de verdad, a El Abismo. A mi tierra. A mi destino.

No volvería a ver a Hazel, a Maresa ni... Ni al profesor Harner. Que, por cierto, se encontraba en las graderías que me conducirían hacia el estrado, en el que me harían entrega del título por el que estuve estudiando tres años entre computadoras, aulas virtuales y derrames nasales por la intensidad del aire acondicionado. Alcé mis ojos, cuidadosamente maquillados, para espiar al amor de mi vida desde mi posición.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora