10: Una pluma indigesta

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JANICE

Subí al autobús de un salto, la emoción me estaba haciendo temblar desde ya. Quise buscar un asiento con ventana, por si me mareaba o si necesitaba distraerme viendo el paisaje. La mayoría de los asientos se hallaban vacíos para mi suerte, a excepción de unos del medio a los que no les presté la menor atención, yo me ubiqué en una de las primeras, con la intención infantil de salir inmediatamente al llegar a mi parada. Puse mi mochila bajo el asiento, no sin antes sacar el aperitivo que iría picando durante la hora de viaje.

Alcé la vista y sonreí, esta iba a ser una experiencia inolvidable para mí: iría por fin a ver un partido en vivo de baloncesto de mi equipo femenino favorito. Estaba emocionada, por lo que mi sonrisa persistía por sobre todo esa helada madrugada.

Las Orquídeas eran el equipo invicto en ese momento. Doce chicas altas como ellas solas, con un talento y agilidad exorbitante. Solo las había visto por internet jugando en la capital contra equipos más experimentados y aunque esta vez no fueran a combatir con otro monstruo del juego como ellas, siempre era maravilloso aprender de sus movimientos para aplastar al equipo contrario.

Mi cuaderno y lápiz estaban preparados dentro de mí mochila, listos para captar cada jugada nueva que no conociera. Aunque había que decir que mi forma no era ni de lejos buena.

Pero esa era otra de las razones por las que estaba ahí. Para aprender y mejorar. Quien sabe, tal vez en algún momento llegue a pertenecer a un grupo como ese y juegue en partidos internacionales como las Orquídeas o el Congolón. O mejor aún, poder participar en partidos con ellos.

El autobús se detuvo en una parada abruptamente, tanto que muchos distraídos nos caímos del asiento. Yo, con mi acostumbrada mala suerte, me estampé contra el respaldo del siguiente asiento. No conforme, el universo, con esta vergonzosa caída, la rejilla de la porta equipaje, oxidada se partió y su contenido se vino abajo.

Sin embargo, antes de golpear fuerte contra mi cabeza, lo hizo aún más contra la del pasajero de enfrente, por lo que tal vez él absorbió la mayor cantidad del impacto. Al quitarme de encima la maleta, instintivamente toqué mi cabeza, en el lugar donde me había golpeado aparecería más tarde un chichón.

Cerré los ojos con fuerza, el dolor era punzante, soportable, pero había sido lo suficientemente doloroso como para suprimir mi sonrisa por un par de estaciones más.

-Lo siento mucho, de verdad, nunca imaginé que una cosa así pudiera suceder. -el dueño de la maleta vino a hacerse responsable de lo que había ocurrido, y era, graciosamente, el pasajero de enfrente.

Se llevó la maleta al otro asiento y me ayudó a ponerme de pie con sumo cuidado. Era un chico, quizá de mi edad, tenía un gesto de arrogancia en sus facciones que no me hizo empatizar con él, a pesar de que me estaba ayudando. No parecía aletargado por el golpe como yo. Su piel era la más blanca que había visto, sus lunares, aunque muy pocos, resaltaban bastante. Tenía cejas espesas, pero no desordenadas y sus pestañas también eran abundantes. Contrario a lo que pudiera pensar cualquiera, esas características no lo hacían atractivo.

-¿Te encuentras bien? ¿Debo llevarte al hospital? -Su voz, masculina pero divertida me hizo poner los pies en el suelo.

-No... Yo... Estoy bien. Gracias por ayudarme.

En el momento en que me puse de pie y nos logramos mirar a los ojos, él dejó de sonreír. No sabía porque, pero en sus pupilas estaba lo más familiar que nunca había visto. Me parecía que ese color caramelo lo conocía de algún lado, de un tono profundo, aunque destilaban misterio, bastante juiciosos. Al igual que la media sonrisa que ostentaba al verlo por primera vez.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora