35: Tímida Soledad

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HAZEL

Madre entró esa noche a mi habitación como cuando era una niña pequeña para comprobar que las pesadillas no me asediaran. O quizá quería confirmar que yo seguía ahí y no había tomado la decisión de suicidarme al saber mi proceder tan humilde y desdichado. Pensaba que yo estaba molesta con ella, pero no era así. La amaba con la suficiente fuerza como para perdonar muchas cosas, y si hubiera estado molesta, probablemente ahora ya habría aceptado y dejado de sostener mi posición.

Con el que me encontraba aterrada era con Ignacio. ¿Qué hacía un señor, presunto campesino analfabeto, con un bebé a cuestas? ¿Porqué me había comprado a dos adolescentes para después dejarme en brazos de cualquier familia? ¿No era eso sospechoso? Porque a mi no me terminaba de hacer gracia.

Me hice la dormida antes de que madre me descubriese, podía ser que no estuviera molesta, pero tampoco estaba dispuesta a hablar con ella. Con nadie, la verdad. El shock de la noticia había sido demasiado fuerte, seguía sin creérmelo completamente. Pero no me comprendía ni a mi misma, lo sabía desde hace mucho, o por lo menos lo intuía. No era una sorpresa auténtica el saberme "comprada" y "regalada" sorpresa era que hubiera sido Ignacio precisamente, el cual tenía mi foto en su casa, los pergaminos qué narraba nuestra historia en los jeroglíficos qué solo había en el abismo y una casa abandonada casi lista para nosotras.

Pero era ridículo ¿Podría él haber sabido algo? Claro, el pergamino no estaba ahí por nada. Demasiadas preguntas...

La caricia de mi madre en la coronilla de mi cabeza me sacó de mis ensoñaciones, pero me obligué a permanecer quieta para que ella siguiese creyendo que dormía. Madre, dándose por satisfecha, se retiró de la habitación con la misma lentitud con la que se había acercado.

De pronto sentí el irrefrenable deseo de levantarme y abrazarla. De detenerla para decirle que no la odiaba por no haberme tenido en cuenta al guardar el secreto por casi veinte años. Expresarle cuánto la amaba y admiraba, que, aunque sus mentiras habían hecho de mi vida una falsa ilusión de perfección, no la culpaba. Que me daba igual todo, que no importaba nada del pasado, que si todos lo olvidábamos podríamos volver a ser tan felices como antes sin barreras que nos dividiesen. Pero antes de que siquiera pudiese reunir el valor para tomar la decisión, ella había cerrado la puerta y la habitación volvía a estar en calma.

Debía hacer algo en contra de tantos problemas y pensamientos. Pero el detonador de todo no era yo, o Janice. Éramos ambas, todo esto había iniciado con Anania. Nuestros problemas venían por ella, por lo que fuimos en el pasado, nuestros errores que nos perseguían después de la muerte. De haberlo sabido...

Un golpe en la ventana me produjo un sobresaltó. Me quedé en silencio y me olvidé casi de respirar, había sonado fuerte contra el cristal, como algo impactando de lleno en él. Me incorporé con cuidado al escuchar el ruido por segunda vez consecutiva y la ventana abriéndose. ¿Un ladrón, acaso? Me llevé una mano a la boca para evitar gritar, el pánico subía por mi espalda.

Harshal mencionó que la alquimia permitía matar de formas aterradoras. Desde sellar la boca y nariz del adversario hasta hacer desaparecer el esqueleto del mismo o convertir su carne en líquido. No tenía idea de si nuestro amigo había o no perpetrado esas crueldades, pero en ese momento me hubiera gustado haber puesto más atención a sus palabras.

Tal y como temía, en contraste con el cielo nocturno, una sombra antropomórfica se deslizó por la ventana a la habitación. Una persona, en definitiva, si era o no conocido, eso estaba por verse.

El olor a humo me llegó suavemente, mientras el allanador se acercaba.

Cuando estuvo justo al lado de mi cama, encendí la lámpara de noche de improvisto. La luz nos cegó un instante, pero el corto segundo que tuve fue suficiente para verle la cara. Aliviada, pero molesta por el susto, lo reprendí en voz baja.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora