01: No éramos amigas

114 26 32
                                    

HAZEL

El colegio se encontraba vacío a esa hora de la mañana. Era muy temprano, pero aun así siempre había ciertos bichos raros como yo que eran los primeros en infestar los pasillos, no necesariamente los más listos, pero si aquellos que madrugamos para buscar a alguien en específico. El aire frío de la madrugada se disipaba en niebla, ascendiendo lentamente hacia el cielo y cubriendo el sol tierno del alba. Yo corría entre los pasillos, ella debía estar por aquí desde hace quizá media hora. Ella, mi confidente de sueños.

Su nombre es Janice Yoaryson y es una chica patética, tonta, respondona e iracunda a veces. Cuyo cuerpo aún conserva esas cualidades de la infancia como la grasa suave en los costados, sus mejillas aún eran mofletudas como las de una niña, tenía la poca agilidad de una persona sedentaria, pequeña y levemente rechoncha, gafas de cristal rosa y el cabello castaño claro. Usaba camisetas de basquetbol y tenis viejos. Era un ser defectuoso en muchos sentidos, pero tenía chispazos de inteligencia, dulzura y cariño que la hacían inigualable.

Intentar distraerla era como estrellarse en contra de una voluntad de concreto, la concentración de su mirada reflexiva eran cosas que la distinguían de los demás, podría llegar a ser muy inteligente, si no mantuviera su cabeza sumida bajo el deporte, en el que cabe resaltar que es muy mala.

Hay algo muy especial en un confidente de sueños y es que no a cualquiera le cuentas tus pesadillas o tus más entrañables deseos. Cuando uno cuenta un sueño básicamente se está abriendo a la otra persona de una forma íntima, volviéndote vulnerable, dándole la oportunidad de reírse de ti o de tacharte de extraña. De juzgarte, en fin.

No a cualquiera se le cuenta el sueño en el que se refleja tu miedo a la muerte o a la soledad. No se lo cuentas al primer desconocido que te encuentras en la calle y, muchas veces, tampoco a tus padres. Porque hay cosas que no entiende nadie, a excepción, claro está, de tu confidente de sueños.

Janice era torpe, lamentablemente, pero lo que le faltaba de agilidad o destreza lo compensaba poderosamente con pasión. Amaba el basquetbol tal y como yo a mi cantante favorito y deseaba con cada nimia fibra de su ser una única cosa: llegar a ser basquetbolista profesional, ese deseo irrefrenable la empujaba a salir de casa media hora antes de que abriesen el colegio, o sea como a las cinco de la mañana, a entrar por el único punto ciego del muro que bordeaba el campo de juego para practicar.

Y no bastándole esta media hora de práctica, incluso pagaba tres más en el estadio escolar a diario. Aun así, sus resultados eran nulos, apenas y podía encestar, más que nada lo que conseguía eran raspones y moretones nuevos antes que algún progreso.

Yo sabía que les mentía a sus padres. Que multiplicaba el número de canastas por varios números y que se culpaba horriblemente por cada palabra falsa que salía de su boca. Pero no desistía, había que darle ese mérito, su persistencia era algo admirable ya que los meses se contaban por docenas.

Sabiendo esto, fue fácil para mí encontrarla: Antes del inicio de clases, Janice Yoaryson se encontraba en el campo del colegio con una remendada y estropeada pelota de basquetbolista que escondía cada tarde entre los árboles. No jugaba en la cancha, mantenía su posición al decir que los raspones y caídas dolían menos en el pastizal del campo que en el cemento de la cancha.

Para este momento, el calor del sol había cortado de cuajo la niebla y el aire frío desaparecía, por lo que el pastizal sin podar del campo se hallaba tan verde, remojado en rocío e iluminado a la perfección por el alba que daba la impresión de que Janice se encontraba rodeada de joyas de malaquita y perlas refulgentes. Ella ni en cuenta. Botaba su pelota remendada y la lanzaba hacia una cesta en los árboles formado por las ramas.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora