52: El Eclipse de la Redención

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JANICE

El aire estaba cargado de tensión, mezclado con el olor metálico a sangre y cenizas. El desierto, que alguna vez había sido un vasto océano de arena dorada, ahora era un cementerio. Los gritos de los caídos aún resonaban a la distancia, como ecos sombríos que se negaban a desaparecer. Los demonios habían arrasado con todo, diezmando a los habitantes de Catarsis y Oniria sin piedad. Al pasar frente a Oniria, se podía ver la plaza destruida, con la tierra abierta en enormes grietas donde los mineros demonios habían salido. Catarsis debía mostrar un panorama parecido. Cuerpos yacían esparcidos por la arena, marcando el rastro de destrucción que habíamos desatado.

Oniricos, catarsianos, algunos racotianos y muy pocos cuerpos de habitantes de El Abismo. Eran demasiados. Demasiados... 

Me costaba respirar al ver lo que había provocado. Sabía que era mi culpa. Yo los había convertido en esas criaturas, en demonios. Había invocado toda mi ira, todo mi odio y se los había transmitido hasta envenenar sus sistemas con mi mismo ideal. Eran personas, habitantes del Abismo, que ahora sufrían una condena eterna bajo mi decisión. Ahora, los había convertido a todos en asesinos. El dolor en mi pecho se intensificaba con cada paso que daba.

Algunos demonios, desde la sombra nos miraban al pasar. Yo los mantenía a raya, no me costaba demasiado, porque mi alquimia los hacía sentir cada célula corrompida de ellos. Sus ojos purpúreos nos seguían con fijeza. 

—Esto es culpa mía... —susurré, sintiendo el peso de cada una de mis palabras. Mis dedos temblaban, y el aire se volvía más denso con cada segundo que pasaba.

Harshal, caminando a mi lado, se detuvo y me miró. Pese a lo exhausto que se veía, no dejaba de ser el único que intentaba mantener la calma en medio de este caos. Lo admiraba por eso, aunque no podía evitar sentirme aún más rota por dentro.

—Estaba escrito que todo terminaría así, Janice —murmuró Harshal, con una voz suave que parecía querer anclarme en medio del naufragio de pensamientos y culpa que me envolvía.

Sus palabras flotaban entre nosotros como un bálsamo, pero no surtían el efecto que él esperaba. Por más que intentara aliviar mi carga, no podía aceptar esa excusa. Había condenado a estas personas, las había transformado en monstruos, y ahora, ante mis ojos, estaban muertos o agonizando. Y lo peor de todo era que no sabía cómo detener el desastre que yo misma había desatado, ni cómo repararlo. La responsabilidad me asfixiaba.

—¿Pero... todo ha terminado ya? —Hazel habló en un susurro, adelantándose a Harshal con una mirada perdida en el horizonte. Su pregunta era tanto para mí como para ella misma—. No debía terminar de esta manera...

Harshal frunció el ceño, visiblemente afectado.

—La verdad es que las profecías no son precisas —dijo con tono sombrío—. Se suponía que los cristales iban a ser cruciales, pero ante su ausencia todo debía detenerse, congelar el ciclo, pero... es evidente que las cosas han cambiado. Algo alteró el destino. O simplemente todo se cumplió sin ellos...

Harner, que hasta entonces había guardado silencio, pareció despertar de su propio estado de shock. Se llevó una mano a la boca, casi incrédulo ante el paisaje de destrucción que se desplegaba frente a nosotros. Su mirada reflejaba el peso del horror.

—Esto es... —balbuceó, con los ojos amplios y temblorosos, como si apenas pudiera procesar lo que veía.

—Quédese cerca, Harner —le dije con calma, sin rencor ni frialdad. Solo quedaba una leve tristeza por la conversación inacabada sobre su matrimonio—. Está en peligro. Los demonios podrían confundirlo.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora