11: El dialecto olvidado

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HAZEL

Cuando por fin encontré a Janice en el parque, Maresa la había dejado sola para irse con un chico, por lo que ella se hallaba sola, sentada frente a la banca del chato. Una banca donde se realizó, hace años, un crudo asesinato, los agujeros de bala contaban la leyenda mejor que cualquiera de nosotras. Curiosamente el chato había sido familiar de Janice por parte de su padre, que nunca se sacó de encima la desgraciada herencia de su antepasado Yoaryson y siguió traficando, sólo que este prefería otro tipo de productos de contrabando que los animales exóticos.

El chato comerciaba coca y crack, artículos que lo llevaron a tener muy mala fama y muchos enemigos. De él, ahora, solo quedaba el recuerdo de su muerte en esa banca del parque.

Cuando me senté a su lado, Janice no dio señales de haberse dado cuenta porque tenía la cabeza metida en el libro de su móvil. Un ebook de Lorena Amkie, algo sobre las catrinas mexicanas que ni en ese momento, ni en ningún otro, me iba a importar.

-Janice. -la llamé muy suavemente. No es que desease ser amable con ella, sino que simplemente no tenía tiempo para crear una falsa disculpa cuando la asustara mi presencia repentina.

-No me hables.

Eso lo dijo en un murmullo venenoso que me expresó los malos sentimientos que su corazón abrigaba contra mí. Su ira se destilaba por cada poro de su ser. Al parecer me había equivocado, Janice si sabía que yo me había sentado a su lado y recordaba perfectamente la infantil jugarreta que le había hecho.

-¿Porqué? -pregunté por acto reflejo.

-¿Por qué será, Hazel? -su voz se tiznó de una negra ironía.

Reprimí una sonrisa, esta chica estaba echando chispas y lo último que debía hacer era mostrarle que su sarcasmo me hacía gracia. Hoy no debía picar el avispero si quería salir sin picaduras.

-Okay, si, fue estúpido preguntar eso si ya sabía la respuesta. -me obligué a ceder- Necesito preguntarte sobre... ¿Y esa chaqueta?

Sobre sus hombros había una chaqueta negra con blanco y naranja, levemente desgastada por las lavadas a mano y con una manga deshilachada.

-Te dije que no me hables. -repitió ella, más fría que antes, pero con el mismo disgusto tiñendo sus rasgos.

-Pero, Janice, tenemos que hablar.

-Déjame en paz -siseó entre dientes bloqueando la pantalla de su móvil para guardarlo en su bolsillo- Me has humillado frente a toda la clase y encima de eso, Humberto me castigó. Como si mis padres no tuvieran suficiente con sus problemas. Una detención más y me expulsarán. Si no te ha quedado claro ¡Estoy molesta contigo!

-Ya basta, supéralo y sigue con tu vida, mujer. -me exasperé- Tú no eres la única castigada, por cierto, te hubiera telefoneado desde hace una semana, pero mis padres creyeron que mis dieciocho años no son suficientes para mantenerme impune al desobedecer una orden explicita. Mi móvil está en el fondo de la bata de doctor de mi padre y mi laptop en la habitación de mamá. Necesito que hablemos sobre lo de Mayra. Esto es importante.

-Y por qué no me escuchaste cuando debiste, ¿eh? ¿Qué interés tienes en pisotear mi autoestima?

Me llevé las manos a la cintura y alcé una ceja, con toda la intención de devolver el golpe.

- Ah, claro. Porque alguien que se viste como tú lo haces, demuestra que sabe lo que es la autoestima. Pero no es eso lo que necesito saber.

Janice se puso en pie y metió a prisa el cuaderno en la mochila, no lo suficientemente rápido como para que no viese unos ojos dibujados en el papel, presuntamente masculinos y con un ligero parecido a los de cierto profesorcillo que esta chica tanto amaba. Se volvió hacia mí y me escupió "Piérdete" antes de emprender la retirada.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora