18: Chismes electrizantes

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JANICE

No estaba segura de cuantos días habían pasado desde la visita a la casa de Ignacio, pero sabía que había pasado algo de tiempo, quizá dos semanas, porque esa relación bastante intima entre Hazel y Reginald se había estrechado aún más con el paso de los días, hasta el punto de que ambos hablaban todo el tiempo. Por mensaje, en los recreos, entre clases, en las mismas clases, en la calle, y Maresa aseguraba que los había visto salir de casa de Hazel el otro día, aunque a esa chica era mejor no creerle.

De todas formas, para mi era casi una ganancia el hecho de que Hazel estuviese entretenida, porque mientras más ocupada se encontraba menos tiempo le quedaba para perturbar mi paz. Maresa por el contrario, moría de celos, y lamentablemente a ella no había forma de ahuyentarla. Con ella habíamos establecido una especie de simbiosis incomoda, yo fingía escucharla mientras lavaba su ropa, y ella me pagaba. Ambas ganábamos.
Ella se descargaba sobre lo mucho que hubiera preferido conocer a Reginald antes que nosotras. Porque si, ella no estaba celosa porque Reginald nos quitó Hazel, sino lo contrario. A mí, me daba igual. Era todo un descanso estar lejos de ella por un tiempo y concentrarme en cosas que de verdad valiesen la pena.

En fin, Hazel y Reginald no se separaban, se habían vuelto muy cercanos, aunque aún no eran novios, tanto que si esa mañana cuando yo necesitaba hablar con ella, tenía que interrumpirla. Ese día yo no había ido a las clases extras del curso de literatura de Harner, porque apenas y me quedaba tiempo con la traducción clandestina que había iniciado de aquellos pergaminos de Ignacio.

Un libro de los del curso de literatura de idiomas me estaba sirviendo bastante, tuve que pedírselo prestado al mismo profesor, cosa que le pareció interesante y quiso saber más. Pero me dio vergüenza. Algo me decía que para llegar al tema de los pergaminos, debía pasar antes por el tema de la pluma. Y sinceramente, no quería decírselo. Me limité a decir una verdad a medias, estaba traduciendo un texto, y no sabía ni de qué idioma era, las búsquedas en Internet no me habían servido y que necesitaba información específica.

Y el libro de idiomas ayudó, solo que el contenido exiguo de los primeros cuatro pergaminos hablaba sobre plantas, tratados políticos y una versión bastante original de cuentos del árabe loco.

Fue en el último pergamino que encontré, el forrado en cuero, lo más interesante, y a pesar de que aún no había podido traducirlo completamente, necesitaba tratarlo urgentemente con Hazel. Ya no podía esperar más, porque la misma cuestión me acompañaba hasta en sueños, había empezado hasta ver las letras enrevesadas en mis paisajes oníricos. Jocsan me había dejado sola y mis pesadillas se reducían últimamente a sombras oscuras, profundas oquedades en la tierra, luces purpúreas semejantes a ojos que acechaban, un frío intenso y chillidos fuertes de bestias desconocidas. Me hallaba en el mismo sitio de todas las noches, El Abismo, y curiosamente, amaba de una forma retorcida y enferma ese sitio. Al despertarme, no podía sino sentir miedo de mi misma.

El abismo era enorme. Profundo, frio, oscuro y desolado. Yo me sentía una rara en un alcantarillado, pero de la misma forma en la que esa rata llamaría hogar a ese sitio, así me sentía yo en medio de la roca negra y los monstruos. Cuando Jocsan no volvía para asesinarme, sólo entonces podía vivir de alguna forma en ese sitio, sueño tras sueño. Casi me podía atrever a decir, sueño tras sueño.

Las letras del quinto pergamino aparecían plasmadas en losas de roca puntiaguda que se elevaban alto, picudas como puntas de lanza carbonizadas y con hilos de hielo y tierra removida borroneándolas.

Estos sueños eran tan vividos, que cuando me acercaba a ellas y pasaba mis manos por su superficie, las letras resplandecían en un tono purpureo que no era más que un reflejo de mis propios ojos al acercarme. Las letras estaban en todas partes porque las habían escrito en cuanta rock hubiera disponible, y había muchas. Algunas de esas letras, en determinado punto de su narración sufrían unas metamorphosis aterradoras y pasaban de ser las formas redondas con ligero parecido a las latinas, para volverse grotescas líneas atravesadas unas con otras, en arcos con apariencia de haber si tallada por garras de oso... O de algo más.
Pero seguía reconociéndolas. Ahí estaban, eran las letras del pergamino, entre ellas había dos nombres, dos conjuntos de letras que parecían alzarse entre las demás. Quien sea que escribió todo, les imprimía especial énfasis. Eran justo las letras que aparecían en las inscripciones de nuestras joyas. Los mismos que se encontraban entre las páginas del quinto pergamino de Ignacio.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora