19: Una ayuda inesperada

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JANICE

La mente últimamente se me iba muy a menudo a derroteros difíciles de explicar. Mis noches se habían plagado de pesadillas, sangre, ira y deseos vengativos. Despertaba casi tres veces cada noche, si conseguía dormirme por más de una media hora. Mis padres se habían cansado de mis constantes interrupciones en su sueño, con mis gritos, por lo que ahora dormían con algo así como tapones para los oídos. Decir que egoístamente habían ignorado mi problema sería cruel, así que diré que ellos sólo buscaron la forma de dormir y poder seguir con sus vidas, ya que yo insistía en que todo estaba bien y que no era ningún problema la falta de sueño.

Por eso, y más, llevaba últimamente con la mente más nebulosa. No tenía mucha energía, pero yo también seguía adelante, durmiendo por las tardes en vez de hacerlo de noche. Era curioso, pero al reponer las horas de sueño por la tarde, las pesadillas, Jocsan, El Abismo y la luz sádica de Sirakan se apartaban de mí. Pero continuaban en mi cabeza por la mañana.

Esa tarde, yo pensaba que me dolía la cabeza, que más me valía salir de los compromisos pactados con antelación antes de irme a dormir hasta estrada la tarde. Solo entonces, de noche, volvería a hacer un esfuerzo con el quinto pergamino de Ignacio, en busca de una lógica a sus garabatos y después haría la tarea. La mañana me tomaba por sorpresa siempre, trabajando, con los ojos irritados y el repiqueteo en la cabeza del cansancio, pero solo así podía ser funcional en clase.

Aún seguía sintiéndome mal por lo que le había dicho a Hazel, con ella habíamos quedado de ir a vernos en un lugar específico para hablar de todo, aclarar todo cuanto hubiera que decir y, además, pensar. Teníamos que pensar en qué hacer, porque no era normal compartir pesadillas, mucho menos el hecho de soñar con el mismo asesino.

—Janice, carajo —Ante el comentario de Maresa, me detuve, sacudiendo las manos irritadas por el jabón de lavar la ropa. Gotas de espuma y agua jabonosa volaron en todas direcciones a la vez que yo emergía de mis pensamientos.

—¿Qué? —murmuré, aunque escuché la primera vez.

Maresa estaba sobre la lavadora averiada, con la pierna cruzada y una de sus manos sobre la rodilla, no captó mi fingida negligencia y repitió la frase.

—Te he dicho que mi ropa no necesita tanta violencia.

Mientras utilizaba un recipiente para sacar el agua del tanque, esperé unos instantes más antes de volver a darle una respuesta.

—No estoy siendo violenta con nada. —volví a meter las manos en la ropa y seguí tallando contra el lavador de cemento, esta vez haciéndolo conscientemente.

—Estás pensando en Hazel y lo enojada que te tiene por lo del otro día —dijo, con la lentitud que me daba a entender que se sentía un paso delante de mí, sus ojos puestos en mí, entrecerrados— con Harner.

Seguí lavando su ropa, esta vez con menos fuerza que las anteriores veces, porque Maresa podía ser bastante tonta a pesar de ser un genio informático, pero esta vez acertó. Hazel era una insufrible hija de la chingada cuando lo quería. Y la odiaba. Mucho. Pero no tenía alternativa, no esta vez, por lo menos, si antes parecía que no podía dejar ese puesto a su lado, ahora, con el asunto de los relicarios, las paredes, las plumas y horribles pesadillas oníricas... Simplemente era imposible alejarme de Hazel.

—¿Qué te hace pensar eso?

Maresa enarcó una ceja— Niégalo todo lo que quieras, yo sé que estás molesta con ella. Pero te entiendo, yo en tu caso también me molestaría. Pero, hey ¡que suerte que no soy tú! ¿no es cierto? Porque los chicos que me gustan son chicos de mi edad y no tengo ningún problema con que se den cuenta de lo que quiero hacer con ellos.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora