Valeria
Los primeros rayos del sol empezaron a iluminar mi alborotado y rubio pelo —parecía más bien el pelaje de un león a punto de salir a cazar—, y me dispuse a no dejar de pensar en todos los posibles planes que podríamos realizar las chicas y yo por la ciudad hasta que tengamos que volver al aeropuerto a la siguiente escala.
Olga seguía durmiendo de una manera un tanto peculiar: sus manos estaban totalmente abiertas apoyadas a sus respectivos lados, y sus pies al contrario, uno sobre el otro. Parecía un cadáver con la posición de su rostro ahogada en la almohada.
—Olga—dije sacudiéndola—, despierta.
Pero lo único que obtuve como respuesta fueron unos gruñidos por parte de ella. Seguí insistiendo para que al menos vaya abriendo los ojos y, bueno, es de esas personas que no tienen un buen despertar.
—Como me sigas sacudiendo te mando de una bofetada al palacio de Versalles.
Tan dulce y respetuosa como siempre.
—Hay que levantarse.
—Te tendrás que levantar tú, que tienes la cita con el chico ese del aeropuerto— dijo mientras me daba la espalda acomodando sus manos debajo de la almohada.
— ¿Sigues muy dormida, no?
Finalmente, se incorporó en el colchón de una muy rápida, como si se hubiera olvidado de algo y un pequeño destello de iluminación haya hecho acto de presencia en su maravillosa mente.
— ¿Hoy teníamos planes? — dijo sujetando su cabeza con una de sus manos.
—Que yo recuerde, no. Si quieres, podemos ir a ver los jardines de Versalles, ya que me has dado la idea antes cuando casi me mandas a la mierda— dije con un tono burlesco—, ¿qué te parece?
—Emm, esto...— dijo con una cara un poco preocupada—, creo que primero debemos de bajar a desayunar al buffet, y luego lo debatimos aquí con Ana mientras nos preparamos.
— ¿No quiere ella desayunar?
—Hazme caso que no, esta gente entre tanta pizza y espaguetis acaban muy llenos siempre.
Accedí de una manera muy chistosa, mientras ambas observamos el sofá cama donde nuestra acompañante —y con el paso de las horas, amiga— se encontraba en su mayor descanso posible. Salimos de la habitación de una manera muy destacable: Olga directamente se hizo un moño con su cabello rojizo y ni se cambió, y yo, bueno..., me puse unos pantalones grises y la camiseta del pijama.
Te dan una escoba y pareces Cenicienta, cariño.
Estúpida consciencia.
Nos percatamos de que en la antesala antes de llegar al comedor, estaba ocupado de muchos turistas de una gran variedad de países alrededor de todo el mundo:
—Valeria, rápido, mira el inglés ese que se ha sentado en el rincón al lado de la maceta, parece el mismísimo Donald Trump en sus tiempos mozos.
— ¿Ves a Donald Trump en alguna época de su vida atractivo?
—Llevas razón—dijo apartando su vista hacia una zona de grandes variedades de frutas—. La virgen del Pilar, ¿¡estás viendo al portugués que hay allí?
—Olga, por Dios, no quiero que te llamen la atención.
Y cuando menos me di cuenta, Olga se dirigía directa a su presa de una manera muy lenta y ágil. Como si un león estuviera acechando a su presa antes de que este la aniquilase. En verdad tenía el mejor de los trucos para que estos prestaran toda su atención en ella: se hacía la interesante de una manera muy buena, y te hablaba de los tres primeros futbolistas que se le pasasen por su cabeza en ese preciso momento.
Me dirigí a mi mesa con todo lo obtenido en las diferentes zonas del buffet: un croissant relleno de jamón york y queso, un bol de cereales integrales, y un yogurt blanco azucarado.
Terminamos de desayunar y nos dirigimos de vuelta a la habitación. Oímos alboroto desde afuera y nos resulto raro:
— ¿Ana no estaba dormida?
—Por lo que se ve, estaba— dijo Olga, poniendo la oreja en la puerta blanca—. Como la italiana me haya metido algún tío en el cuarto, empiezo a recordar a todos sus antepasados en latín, para que así no sepa de lo que hablo.
Habló la monja de clausura.
Olga llamó dos veces a la puerta y no hizo falta un tercer golpe para que esta se abriese. Lo que me esperaba en esa habitación, hizo que los bellos de mis brazos se pusieran completamente de punta, ya que, si tuviera que resumir en una palabra quién se encontraba allí de pie frente a mí, diría "cigarro". Porque es a lo que realmente olía toda su vestimenta.
—Te dije que te esperaras a que la llevase al centro de la ciudad para que no sospechara nada, imbécil.
Ignoró completamente las palabras de Olga y se encaminó hacia mí con total confianza. No teníamos ni una simple conexión de "amigos" para que se acercara de esa forma tan repentina hacia mí. No sé apenas nada de él, y es interesante y a la vez curioso.
— ¿Qué haces aquí, Tyler?... Era así tu nombre, ¿no?
—El mismo.
—Te dije claramente que no quería tener ningún vínculo con nadie en estos precisos momentos.
— ¿Qué?, recibí tu mensaje ayer por la noche— dijo el chico del pelo rapado mientras le muestra un mensaje de texto que, claramente no fue escrito por ella.
—Olga, te voy a matar.
—Bueno, ya que he venido hasta aquí, ¿retomamos aquella conversación que dejamos a medias en el aeropuerto hace apenas 48 horas?
—Ya me darás las gracias, rubia— dijo Olga golpeándome con su codo derecho.

ESTÁS LEYENDO
Aquello que dejamos a medias
RomanceA día de hoy, entendemos perfectamente que las estrellas son pequeños destellos de luces que nacen en un precioso cielo nocturno. ¿Pero qué pasaría si dichas constelaciones fueran personas?, desde un amigo íntimo de la infancia a alguien completamen...