Valeria
La mayoría de las personas aseguran que el miedo es un sentimiento que recorre toda la piel del cuerpo desde la zona más baja hasta llegar a un escalofrío en la nuca. Y sí, eso mismo estaba sintiendo yo. Nunca me había visto en una situación parecida a como lo estaba viviendo en aquel instante, porque daba por hecho que mi vida e historia había llegado al punto final.
Un disparo retumbó en el cielo de Madrid junto a la última campanada dada en la televisión, y los gritos, en vez de alegría, fueron de horror. Disparos. Sí. Después del primero, le siguieron unos cuantos más, pero estos sonaron de una manera más simultánea de lo normal o a lo que yo esperaba. Eran subfusiles. Un señor se elevó en lo alto de la mesa y comenzó a sembrar más el pánico de lo que ya estaba sucediendo de lo normal.
—Muy buenas noches, damas y caballeros —dijo el señor—. Por favor, ante todo, felicitarles el año a cada uno de los presentes que se encuentran ahora mismo en esta preciosa y lujosa velada, ricachones asquerosos.
Un señor vigilante que se había echado al suelo junto al resto de todas las personas, se incorporó rápidamente y fue directo a dispararle, pero un cómplice actúo rápido y pudo neutralizarlo ofreciéndole un golpe en la cabeza con un arma. Cayó de inmediato al suelo. Prosiguió hablando.
—Vaya por Dios —dijo rascándose la nuca con su arma y viendo al hombre tendido en el suelo—. No debería de habérselas dado de Batman, compañero.
El impacto de una bala fue directa a la pierna del pobre seguridad. Un grito de dolor y angustia emitió sonido por toda la estancia seguido de las demás personas que se encontraban con las manos en alto o en la cabeza, tumbadas. Miré a Olga y a Ana, nunca había visto a Olga tan agobiada y llorando tanto como lo estaba haciendo. Yo estaba recuperando la calma poco a poco, pensaba que sólo querían robarnos y nada más.
—Bueno —dijo el asaltante—, después de esta pequeña pausa, voy a dejar muy sencillo el procedimiento de todo lo que vamos a hacer entre todos, ¿de acuerdo?
Nadie decía nada.
—Bueno, me lo tomaré como un sí —prosiguió—. El caso, damas y caballeros, es que somos una pequeña banda de narcotraficantes que se encuentran en un pequeño aprieto económico. Venimos de muy lejos, más o menos por el acento ustedes pueden llegar a sus propias conclusiones.
Bebió de una copa de champán de encima de una de las mesas y la tiró hacia la calle.
—Si son tan amables —dijo señalando a dos asaltantes más y cargando su pistola—, le van a entregar sus objetos personales a estos dos señores que hay aquí. Por favor, no hagan ninguna tontería ni se las den de héroes sin máscara. Sería conveniente que todo este proceso sea algo ligerito, saben, ¿verdad? Calculo que en escasos diez minutos, o incluso menos, la caballería esté tocando las narices como siempre suelen hacer por aquí en Europa. Dense la mayor prisa del mundo y nosotros más rápidos nos iremos.
Todas las personas hicieron lo ordenado por el asaltante, y en menos de un minuto tenían dos bolsas negras bastante llenas de diversas joyas, collares, teléfonos móviles, pendientes, dinero...
El miedo seguía presente en toda la gente. Temblaban, lloraban... incluido el propio personal del hotel que estaba a cargo de la supervisión de la fiesta. Los atracadores no dejaban de pasearse por alrededor nuestra con las armas en alto. El que empezó a dar el discursito delante de todos pasó por al lado mía y se paró en seco. Agachó la cabeza y se puso de cuclillas. Yo bajé la cabeza, no quería mirarle a la cara.
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Aquello que dejamos a medias
RomanceA día de hoy, entendemos perfectamente que las estrellas son pequeños destellos de luces que nacen en un precioso cielo nocturno. ¿Pero qué pasaría si dichas constelaciones fueran personas?, desde un amigo íntimo de la infancia a alguien completamen...