Capítulo 38

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Tyler



Y sí, fui sin pensármelo dos veces hacia el aeropuerto.

Maite era ese pequeño empujón que le hacía falta a mis pensamientos para ponerlos en orden de una vez y poder llegar a decidirme. Y fue tal que así que, cuando menos me lo esperé, estaba montado en un pequeño taxi que se encontraba en una de las callas próximas a la catedral. La mujer que iba conduciendo no era muy simpática y agradable, no sé si se debía al horario nocturno al que se debía de enfrentar, o a que estuve callado durante todo el trayecto con la funda de mi guitarra al lado y mi maleta en la parte trasera, en el maletero. Creo que no se tomó de muy buenas maneras eso de que mi pequeño hijo tuviese que estar apoyado a mi izquierda durante el viaje hacia el lugar. Pero sinceramente, me daba igual. Estaba demasiado emocionado.

Si el aeropuerto de Londres me pareció demasiado grande, el de París era otro mundo. Cabe decir que tampoco tuve demasiado tiempo para analizarlo con cautela y paciencia —por la pequeña y atemorizante persecución que tuve que vivir—. Había más tiendas que en un maldito centro comercial, pero para mi sorpresa, apenas había gente, solo pequeños grupos que embarcaban en el vuelo de dentro de una hora hacia Berlín.

El ambiente era muy tranquilo y sin gente corriendo desde un lado hacia el otro, lo cual me relajaba bastante, porque me ponía con los nervios a mil ver a las personas eufóricas por llegar a tiempo a sus vuelos antes de que se cerraran las puertas de embarque. Como mi avión despegaba mañana por la mañana, decidí aventurarme por las distintas zonas que tenía el aeropuerto con mi maleta en una mano y la funda de mi guitarra en la otra. Descubrí una zona apartada del lugar, el cual estaba en reformas para ampliar las salas de esperas y las zonas de restaurantes. El guardia de seguridad que se encontraba apoyado contra una pared a escasos metros de mí, estaba plácidamente dormido de pie. Increíble. Quiero aprender a hacer eso alguna vez en mi vida. Sigilosamente y sin apartarle la mirada, me fui moviendo de espaldas de una manera muy lenta y sin hacer ruido para poder entrar en la zona de obras.

Emitió un ronquido que le hizo abrir un ojo y volver a cerrarlo al instante. Se le veía cansado al pobre señor. Cuando vi que, sin aguantar más, se introdujo en la sala de vigilancia, supe que era mi momento adecuado para escabullirme.

La zona era lúgubre y sin apenas iluminación, solo las luces que provenían del enorme cristal que había al lado de las sillas de espera, iluminaban algo del lugar. Dejé mis pertenencias en un pequeño sofá y me acomodé en el de al lado para descansar un poco mi cuerpo. Tenía ente mis ojos todos los aviones que habían en las pistas del exterior, y ver la luna con los aviones aterrizando y despegando en el lugar, fue un momento único y bonito que dudo que alguna vez lo pueda llegar a volver a vivir igual.

Un avión de una empresa de Arabia se preparaba para el despegue en su correspondiente pista. Se veía perfectamente cómo el motor se preparaba por el similar sonido que emitía al estar listo. Las ruedas comenzaron a moverse muy rápido y el avión cogió la suficiente velocidad para empezar a elevarse del suelo. Y lo hizo. Comenzó a subir muy despacio hasta perderse en las nubes de aquella noche de diciembre. Y yo, junto al avión, también me fui, pero a las nubes que formaban mis sueños. La soledad del lugar y el continuo ruido de una gotera en una parte lejana, hicieron que mis ojos se cerrasen sin que yo mismo me diese cuenta.

Pasaron las horas y un extraño sonido me despertó en el sillón. Estaba amaneciendo aunque el cielo aun estuviese un poco oscuro. Miré hacia adelante y descubrí ciento y cientos de nuevos aviones preparados para ese día, de los cuales ni la mitad estaban ahí la noche anterior. Me giré en el asiento para poder comprobar de dónde venía ese sonido tan extraño que sonaba tan navideño, y descubrí que habían insertado una serie de villancicos en todo el aeropuerto para los pasajeros que iban a embarcar o habían acabado de llegar a Francia. Me incorporé y volví la vista de nuevo hacia delante para admirar con demasiado asombro la cantidad de aviones y el precioso cielo que estaba presenciando mis ojos por aquel entonces. Entonces fue cuando me acordé de nuevo de Valeria y de lo mucho que la extrañaba al contemplar un cielo tan bonito sin ella al lado. Me estaba encariñando demasiado, lo sé, pero quiero ir por el camino que me había dicho Maite que probase a conocerlo. Sin dudarlo ni un segundo, hice memoria a las conversaciones que tuvo conmigo ayer para intentar acordarme de sus gustos musicales favoritos. El simple hecho de que hubiesen puesto villancicos a escasos días de Navidad, me pareció un detalle muy bonito fuese quien fuese el que lo pensó. Así que me informé por una página web francesa sobre las radios locales que se encontraban emitiendo en todo el país hasta que di con una muy llamativa y que me convenció para poder hacer lo que tenía en mente. Cuando obtuve el número, una simpática mujer me atendió junto al locutor de la misma cadena que presentaba todas las mañanas el programa, Me preguntaron mi nombre, la canción que quería que sonase y, en esta ocasión, el nombre hacia la persona que iba dirigido.

Cuando salí de la zona de obras con mis maletas, me incorporé hacia una gran muchedumbre de japoneses que acaban de llegar al país con sus típicas gorras y cámaras de fotos. Me ponía un poco de los nervios que le estuviesen echando fotos a un maldito cartel de McDonald's. No sé si les sorprendió que estuviese escrito de una manera diferente a allí, pero lo detestaba.

Me aparté y me senté en una terraza de una cafetería con el móvil pegado a la oreja, escuchando al grupo y a la canción seleccionada por mí. Los nervios podían conmigo. Ojalá Valeria, esté donde esté, tenga sintonizado esta cadena. De pronto, sonreí durante casi veinte segundos:

—Señoras y señores, acaban de escuchar una de las canciones más famosas del grupo de música colombiano. Morat es el nombre que se le atribuye a los chicos de la banda, y la canción que hace escasos segundos nos ha robado el corazón a todos es A Dónde Vamos. La canción ha sido una petición de un joven hacia una mujer, la cual tiene que seguir surcando las nubes europeas, y no sabe si volverán a verse. Valeria Ocaña, tienes a un chico de Londres muy pillado de ti.

Claramente, la voy a volver a ver. Ya estaba todo planeado.

Aquello que dejamos a mediasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora