Tyler
Entre el alboroto de los parisinos y el sonido del tráfico, no podía asimilar la gran acumulación de belleza que presentaba ella, Valeria. Un poco más callada de lo normal cuando no están presentes sus amigas, pero, al fin y al cabo, es lo más lógico y comprensible. Si hubiera sido otra persona ya estaría entre rejas en algún calabozo demandado por acoso, pero no lo ha hecho, se podría haber tomado las molestias en cuanto me vio salir de su respectiva habitación del hotel, y sorprendentemente no puedo asimilarlo aún: la mirada de ella era muy iluminadora cuando el sol mañanero de París le prendía alma y encanto a sus azules ojos y rubio cabello.
— ¿No estás incómoda paseando por una de las ciudades más bonitas del mundo con un desconocido? —Sentencié introduciendo mis manos en mis bolsillos delanteros de mis vaqueros de un tono más claro de lo normal.
— ¿Porqué debería de sentirme así? Tengo veintiséis años. Toda una vida por delante que vivir. Hacer nuevas amistades, al fin y al cabo, no es algo fuera de lo normal, ¿no crees? —dijo reposando una mirada muy segura sobre mí, dándome a entender de que respetara su "barrera invisible" que había interpuesto entre nosotros dos.
Era muy lista, se manifestaba de una manera muy revolucionaria ante los retos que la vida le tiene preparada para ella. Con ganas de comerse el mundo, pero con un cinturón de seguridad por si esta te hace volar por los aires.
— ¿Te gusta esto de ser azafata?
—No está nada mal, sinceramente.
—Es tu primer viaje trabajando de ello, ¿no?
— ¿Cuántas cosas te ha contado la malnacida de mi mejor amiga? —Dijo clavando sus ojos sobre los míos, cosa que, admito que me puso un poco nervioso de primeras— Es muy graciosa ella, lo tenía bien planeado. Pero di, ¿Cómo sabes que es mi primer destino con la aerolínea?
—Olga no me comentó que era vuestro primer destino trabajando— la corregí rascándome la nuca—, lo he podido averiguar yo solo: a juzgar como tenías el desorden en la habitación, la mirada tan perdida cuando desembarcaste de tu avión de...
—Barcelona— añadió sonriendo con mucho honor y orgullo al poder decir del país al que pertenecía.
—Uhm, España..., nunca he tenido la posibilidad de probar vuestro exquisito jamón ibérico o vuestra paella, ni de bailar una sevillana, ni de ver quemarse unas buenas fallas, ni de ver a la... ¿Esperanza de Triana? Sí, creo que se llamaba así.
—A lo tonto, el extranjero sabe más de la cultura de mi país que la propia española, dime, ¿has estado alguna vez?
—Me llenaría el alma y el corazón miles de años si pudiera visitarla, pero no, nunca he tenido el privilegio de caminar por esas majestuosas calles. Me gusta mucho... informarme de otros países y conocer sus tradiciones más populares.
La engañé un poco, pues no quería asustarla diciéndole que trataba de huir a algún país por culpa del desequilibrado mental de mi hermano y mi ex novia —que tampoco se queda muy atrás de enfermiza— persiguiéndome como si de un ladrón me tratase. Estuvimos debatiendo las respectivas comunidades autónomas que España poseía, diciendo de cada una de ella las razones buenas y las malas que tenían.
—Hemos llegado —dije alzando mi dedo índice hacia aquella pirámide de cristal tan impactante que se veía en el primer momento que la presenciabas. Se quedó un poco impresionada por el majestuoso edificio que se encontraba a la espalda de esta.
—El día que me paraste en el aeropuerto, afirmaste que no sabías llegar al Louvre. No me gustan las personas mentirosas.
—No te he mentido, Valeria.
Extraje de mi bolsillo de la chaqueta mi teléfono móvil, con el navegador encendido aún. No se había percatado en ningún momento que lo había puesto y mirado durante el trayecto de su hotel hasta aquí.
—Te prometí que traería a la chica más bonita, al museo más bonito— dije elevando mi vista hacia el cielo abierto de la ciudad para recordar con exactitud las palabras escritas por mí en aquella nota hace escasas cuarenta y ocho horas.
—Eres un hombre de palabra por lo que veo —dijo mientras nos encaminábamos hacia la entrada.
Y llevaba razón, ya que, las promesas hacia las personas son una parte de nuestro corazón que alzamos al aire y vemos como depositan la fe necesaria en ellas, o se destruyen cuando hacen acto de presencia la desconfianza.
El interior nunca me lo había imaginado para nada así: unas escaleras muy grandes te trasladaban hacia la parte baja de esta que tenía muy bien disimulada hacia el público del exterior. Una vez listos, no sabíamos por dónde empezar, ya que, al ser un museo más grande de lo normal, disponía de una gran variedad de obras a destacar: la corona de Luis XV, el cuadro de "La coronación de Napoleón", "Las bodas de Caná", o la más famosa, que es ni nada más ni nada menos que "La Gioconda" —o como la reconocemos mundialmente: "La Monna Lisa" —. Valeria se sentía atraída por ver a "La Monna Lisa", pues, decía que siempre había manifestado un tipo de atracción por aquel cuadro tan característico, y que a día de hoy, millones de personas siguen acercándose a conocerlo.
—Nos van a llamar la atención como nos vean corriendo por los pasillos de uno de los museos más prestigiosos del mundo, Tyler.
—A la mierda "el qué dirán", disfruta de este momento, que nunca sabremos si volveremos a disfrutarlo, y si es así, no tendremos el mismo entusiasmo como en la primera vez.
Nos saltamos numerosas salas con cuadros muy característicos y famosos. Para ser una pirámide muy característica y cristalina para los ojos en el exterior de la gente, su interior era mucho más apreciado y grandioso.
Llegamos por fin —asfixiados por la carrera— a la tan deseada sala, pero con un detalle muy importante que nunca había oído hablar, ni jamás había escuchado a nadie contar: el cuadro era muy pequeño. Me esperaba algo más grande, y para la gran sorpresa de nosotros dos, la sala estaba inundada por turistas devorándose entre ellos por conseguir una foto de buena calidad de una de las obras más importantes del mundo.
—Es imposible, Tyler, estamos a metros del cuadro y solo veo la parte superior —dijo dejándose caer sobre aquella impoluta pared blanca, bajando lentamente rendida al suelo.
Y entonces, se me ocurrió una de las ideas más locas que jamás había pensado en mi vida, y podía salir de dos maneras: o acabo preso por alteración al orden dentro de un museo, o me salgo con la mía para que Valeria pueda acercarse al cuadro lo máximo posible.
— ¿Confías en mí? — Dije agarrándola de los hombros y depositando mi mirada de ojos verdes frente al inmenso mar azul que ella poseía en los suyos. Pude ver que la duda podía con ella, y racionalmente, la entendía a la perfección. Pero para mi sorpresa, su respuesta a aquella preguntada lanzada por mí, cambió inesperadamente:
—Confío en ti..., Tyler Lee.
Segundo después, una alarma con un sonido impertinente hizo eco en todos los rincones de aquel lugar, y poco después, gritos desesperados de la gente tratando de encontrar la salida más próxima posible.
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¡TENGO YA EL FINAL! Soy una persona que le gusta encontrar el final de su propia historia a medida que la va creando, y así ha vuelto a pasar, lectores. Espero que disfrutéis de cada cada capítulo que queda antes del final (que todavía queda mucho, no os pongáis histérico/as).
Deseo de todo corazón muchísima suerte a todo aquel estudiante que tenga que enfrentarse ahora a la selectividad. Demostrad las maravillosas mentes que tiene el futuro de este país y a darlo todo, ¡mucho ánimo!
David
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Aquello que dejamos a medias
RomanceA día de hoy, entendemos perfectamente que las estrellas son pequeños destellos de luces que nacen en un precioso cielo nocturno. ¿Pero qué pasaría si dichas constelaciones fueran personas?, desde un amigo íntimo de la infancia a alguien completamen...