Capítulo 39

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Valeria



Miraba atónita hacia el pasillo, concretamente hacia el asiento en el que Tyler se encontraba durmiendo plácidamente, exhausto de todo el trayecto y el madrugón que debería de haberse pegado para estar aquí. No sabía cómo llevar la situación, y daba por hecho que las chicas enloquecerían cuando lo viesen ahí, sentado como si nada. Van a empezar a sospechar un poco de todo este drama. Que un chico que haya conocido en la terminal de París el otro día, esté precisamente aquí conmigo, en el vuelo en dirección a mi segundo destino trabajando en la aerolínea, dejaba un poco los cabos sueltos de muchas dudas que se podrían haber quedado en Francia.

El avión volvió a retomar la posición vertical cuando finalizamos el despegue, y el reparto de bebidas y aperitivos comenzaría en escasos diez minutos. Andaba rezando diez oraciones que me aprendía con mi madre en misa los domingos para que no me tocase salir a mí. Me desabroché el cinturón del asiento de azafatas y miré por la ventana de la salida de emergencias que se encontraba ubicada en mi lateral derecho. Las tonalidades del cielo eran asombrosas y magníficas en aquella mañana de diciembre. Las nubes hacían un contraste con los colores amarillos y naranja mezclados demasiado bonito para mis ojos. Ana y Olga se encontraban mirando folletos informativos sobre cómo hacer un simulacro de evacuación aéreo, a escasos centímetros míos. Lo habían hecho bien, no lo dudo, para eso nos enseñaron a mí y a Olga en Barcelona a hacerlo a la perfección.

—Apenas se te escapan palabras en italiano ya por lo que veo —dijo Olga dándole un golpe con el folleto en la cabeza—. Así me gusta, españolita.

—Me tendré que acostumbrar tarde o temprano. Era cuestión de tiempo. Yo, de todas formas, mantengo una base buena gracias a mis estudios en la escuela —dijo arrebatándole con mal humor el folleto a Olga. La italiana prosiguió a leer atentamente todo mientras que Olga no dejaba de molestarla de una manera un tanto infantil. De repente, apareció Ángela detrás de su hijo, Héctor, que no me quitaba ojo de encima desde que embarqué.

—¿Qué tal ese despegue, señoritas? —dijo Héctor con una taza de café en la mano. Ángela le proporcionó una risa molesta y un poco incómoda.

—Cariño, ya sabes las normas... Por favor, no salgas de la cabina junto a Eduardo. Parece que eres nuevo aquí... Ya sabes cómo me pongo ante estas circunstancias que se salen de lo establecido en el avión. ¿No llevas ni el arma, verdad? —Dijo bajando el tono de voz al llegar a la última palabra—. El día que ocurra cualquiera desgracia como aquellos atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York...

—Mamá, Lambda es una de las mejores empresas que hay en cuanto a seguridad respecto a las demás aerolíneas... Tenemos puesto el piloto automático en el puesto de mando. Eduardo está allí asegurándose de que nada raro pasa y que las comunicaciones con las torres de control están establecidas correctamente. Relájate, por favor. Está todo bajo control. Y no, no llevo la pistola, pero la próxima vez te prometo que la llevaré debajo para cualquier emergencia—dijo Héctor con las manos en alto, calmando la tensión que se había originado con su madre. Estaba claro que Ángela era una supervisora dentro de la empresa a la que le gustaba llevar todo correctamente y que odiaba que algo se cruzase o saliese mal.

—De acuerdo, a ver... Tú, Olga, prepara lo necesario para el carrito de los aperitivos —dijo Ángela desviando a su hijo de su campo de visión, exhalando un poco de aire—. Tú, Ana, comunica por los altavoces que se va a empezar el servicio de comidas y que el menú de todo lo que tenemos lo pueden encontrar en un pequeño compartimiento que hay en el asiento de adelante en la parte baja. Y... Valeria... tú vendrás conmigo a hacer el reparto de lo necesario a los pasajeros. ¡Venga, todos al lío!

Aquello que dejamos a mediasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora