Capítulo 48

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Valeria



Antes creía que absolutamente todo era temporal, hasta que conocí a la persona que me hizo crear el pensamiento contrario. Con él, una parte de mí ya siempre estaría en su interior. Qué manera tan bonita tiene el amor de dejar marca en el interior del alma de las personas de la forma más frágil y delicada posible, ¿verdad?

No penséis que va a llegar un día en el que podéis perder a alguien, cuando esa persona vive eternamente contigo para el resto de los tiempos.

Y haber conocido a Tyler ha sido mi motivo de ver la vida de una manera más diferente y mejor. Poco a poco, el pasado se envuelve en una pequeña tirita para tapar los malos momentos. No se puede ignorar, porque la tirita sigue ahí para recordarnos de que gracias a alguien, hemos podido superar algo.

El trayecto de vuelta a mi hogar, a Barcelona, se me hizo más añejo de lo normal y esperado, Me sentía muy rara volviendo al lugar donde había pasado mi vida entera después de varios días sobrevolando las nubes, y explorando algo que jamás creí que sería capaz de lograr: encontrarme a mí misma rodeada con gente que amaba y que había conocido gracias al trabajo, como es el caso de Ana, Héctor, Ángela, Eduardo... Sentía que todo había salido de la mejor manera posible, y que había encontrado una manera de trabajar que me hacía muy feliz y yo misma, aunque aún me faltase experiencia. Qué bien siente volver a los orígenes del génesis de tu propia historia, tu casa, tu hogar, tu rincón favorito del mundo de por vida. Mi padre me esperaba fuera del lugar, con el coche aparcado a sus espaldas y con las manos metidas en sus bolsillos. Paré en seco la maleta y empecé a mirar con mucho detalle que estaba ahí, parado, con una sonrisa triste y alegre de volver a ver a su hija junto a él. Cuando me fui, el comportamiento que tuvo no fue el adecuado, hasta salió corriendo detrás del coche de Olga tras nosotras para evitar que me fuese a trabajar. Le aterrorizaba que su hija, su ojito derecho de siempre, se fuese por el mundo descubriendo un mundo completamente nuevo fuera de España. Todo este tiempo le ha servido para reflexionar en ello, reflexionando y haciéndose ver, gracias a la ayuda de mi madre, que la vida era así, y que por mucho que lo doliese y no lo aceptase, yo me había buscado la vida con mucho trabajo y preparación. El miedo es normal, pero hay que saber dominarlo para que no nos consuma completamente.

—No te esperaba aquí —dije con un tono de voz muy bajo.

—He venido a recogerte, tenía una corazonada de que al final vendrías a casa por Navidad. Tu madre me comentó que lo estabas intentando, pero que no estabas segura de si lo lograrías —dije acercándose a mí agarrando mi equipaje—, pero yo supe desde el primer momento que conseguirías estar aquí para cenar todos juntos, con tus primos y tíos también.

—Todo ha sido un imprevisto de última hora que no tenía planeado para nada, lo juro —dije poniéndome la mano en el pecho—. Ha sido un poquito caótico estos dos últimos días.

—Estoy deseando que me cuentes todo lo que has podido conocer y todo lo que te ha pasado —dijo mientras nos abrazábamos mientras la gente no dejaba de entrar y salir. Estuvimos así cerca de veinte segundos—. Vamos, tu madre no sabe nada, le vas a dar una sorpresa muy bonita.

Las temperaturas del frío cesaron en Barcelona en comparación a Holanda y Francia, pero aun así el frío seguía haciendo acto de presencia. Mi mirada se desviaba por la ventana mientras en la radio presentaban una nueva canción de Manuel Carrasco en colaboración junto a Morat, la canción se llamaba Hasta por la mañana, y ya la tenía metida en la cabeza para un buen par de semanas en adelante. En el umbral de la puerta, una cacerola se escuchaba desde la cocina y el corte sobre una tabla de madera. Mi padre cerró el maletero del coche y mi madre oyó el sonido, sabiendo que su marido había vuelto a casa. Se secó las manos con un paño y dejó el cuchillo sobre esta. Sin apartar la mirada triste del suelo, abrió la puerta. La luz blanca del cielo nublado impactó en el rostro de mi madre y su expresión cambió por completo. Se abalanzó a mis brazos sin dejar de soltarme ni un segundo. Mi padre sonreía a mis espaldas y ella no dejaba de musitar en voz baja "estás aquí", mientras el llanto no cesaba. Mi ausencia y la de mi hermana hacía que todo esto ocurriese: que el sentimiento de extrañar fuese más fuerte y pesado de lo común. Sabía que mi madre no dejaba de darle las gracias a Dios de tenerme con ella en un día que mi hermana amaba tanto y que no querían pasarlo "solos". Era una cruz demasiado pesada de llevar. Me acurruqué en su hombro para darle a entender de que había vuelto para quedarme unos días, pero le daba igual el tiempo, porque los momentos tan íntimos como ese no se medían en días ni en meses, sino en miradas y latidos.

Aquello que dejamos a mediasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora