Capítulo 23

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Tyler


El trayecto de mi escuela de secundaria hacia mi casa solía ser algo lejano. Mi padre, mi hermano, y yo, vivíamos en una zona un poco apartada de esta, ya que, se encontraba al lado de la catedral San Paul, justo al lado del río Támesis. Y por otro lado, mi casa se encontraba en el barrio de Victoria, concretamente al lado de un pequeño parque donde las ardillas hacían acto de presencia para posarse sobre las ramas de los hermosos árboles que brindaba dicho entorno natural. Como era un recorrido muy lejano para mí, mi hermano Harrison y yo siempre solíamos tomar el autobús para llegar lo antes posible —y sí, son los típicos autobuses rojos de dos plantas que aparecen en diversas películas grabadas en Londres—. Vivíamos en una casa con una fachada muy bonita, pero tenía la particularidad de que debajo de nuestra vivienda había otra casa diferente a la nuestra, en donde solían quedarse estudiantes la mayoría de los años. Era como si al subir los pequeños escalones de la entrada, estas en mi casa, pero si bajabas por la acogedora escalera caracol negra que se encontraba ubicada al pasar la reja, llegabas a la puerta del inquilino de abajo. Había gente que directamente compraba la fachada al completo, para así no tener que convivir con nadie más.

La situación económica de mi padre no nos permitía hacer eso. Bastante teníamos con vivir en el barrio en el que vivíamos, no éramos unos niños mendigando por la calle para pedir dinero a la gente, pero sí había unos ciertos límites que mi hermano y yo debíamos de respetar siempre. Mi padre se dedicaba a la vigilancia de la estación Victoria, de ahí el por qué hemos vivido en dicho barrio desde siempre.

¿Te estoy aburriendo un poco con tanta explicación de mi casa, verdad?, bueno, no te preocupes, que en breve entenderás la explicación de todo esto:

A los pocos meses de acabar el instituto, uno de mis últimos años antes de pasar a cursos más avanzados, el eclipse de mi vida empezó a manifestarse en mí. Desde las relatadas encerronas de mi padre en el sótano, hasta múltiples golpes e insultos que sufría por parte de él sin ser consciente de ello.

Mi hermano Harrison, en cambio, se comportaba de una manera un poco extraña desde... bueno, ya lo sabéis... lo sucedido con el tema de "probar" las drogas y todo lo que esté involucrado con estas. No llegó a probar el hachís que introdujo en mi casa y que, mi padre, lógicamente, nos pilló y me delaté en falso, para que no le sucediera nada perjudicial a él. Y es que a veces el amor hacia un hermano es lo que se debe de proteger con el alma lo más fuerte posible, pase lo que pase.

Un día cualquiera de primavera, volvía de mis rutinarias clases desde la otra punta de Londres. Mi padre no se encontraba en casa, y Harrison tampoco había llegado de la escuela aún. Me resultó un poco extraño que mi padre, el mismísimo Fred Lee, no dejara nada preparado en la nevera ni en la encimera de la cocina, por lo que me dispuse a sacar un paquete nuevo de pasta del mueble superior de dicho lugar. A los minutos de disponerme a calentar la olla con la pasta dentro de esta, escucho las llaves de casa al otro lado de la puerta principal, y acto seguido, entró mi hermano mayor al hogar con un cigarro casi acabado en su boca. No me hacía ninguna gracia. Sabía perfectamente cuál era mi opinión respecto a este comportamiento un poco rebelde e intento de madurez que intentaba aparentar. Estaba apartándose de una línea muy fina y poco sostenible de la cual era muy arriesgado y fácil caer: mi padre.

—¿Enserio?

—Qué quieres, Tyler.

—Fumar no te hace más hombretón ni macho alfa, al revés. Todas las historias que conozco de gente fumadora tienen unos orígenes muy oscuros y desgarradores. No todo el que fuma lo hace por satisfacción propia, los hay que lo utilizan como única alternativa para evadirse de sus mierdas de problemas. ¿Qué problemas tienes tú?

Aquello que dejamos a mediasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora