Tyler
Era... diferente a como yo me lo imaginaba en las revistas y en la televisión.
Apenas salimos del aeropuerto y ya una bicicleta nos iba atropellando por muy poco. Valeria se asustó y dio un brinco espontáneo hacia atrás, como un gato al ver una bañera. El ciclista se paró delante de nosotros con el ceño fruncido y con una mala leche que se le veía desde la otra punta de Europa. Me interpuse en su camino, ya que iba hacia Valeria, y nuestras frentes chocaron. Por un momento creía que me iba a dar la paliza de bienvenida con el estúpido con complejo de ciclista profesional. Entiendo que sea lo típico de aquí. Pero a Valeria que no le pase nada. Antes a mí.
—A ver, holandés: hello, bonjour o como Dios quiera que me entiendas, pero relájame la velocidad, que no estás en ninguna carrera —dije sin dejar de mirarlo, acto que él también ejercía sin molestia alguna.
Empezó a gritar a los cuatro vientos el muy cretino. Iba a acercarme de nuevo a él para encararlo de nuevo, pero Valeria me relajó y nos preocupamos en coger un taxi que nos llevase al hotel que había buscado para pasar los días aquí. No sabíamos por cuánto tiempo, pero al menos tenía un techo en el que dormir, y mejor aun al lado de ella. Bueno...Freno de mano, amigo. No corras. Nos subimos al taxi y el muy lerdo de la bicicleta seguía chillándonos sin bajarse de ella. Cuando Valeria cerró la puerta, los gritos cesaron. El conductor recibió la dirección de Valeria y arrancamos. Pequeña pausa para comentar que bajé mi ventanilla cuando vi que Valeria estaba ocupada hablando con sus padres por teléfono, y le empecé a hacer una peineta al amargado ese. Que le grite a su prima la fea.
Si me había puesto en cólera con el del aeropuerto, mi asombro creció cuando entramos en el centro de la ciudad y me sorprendí por la infinidad de ciclistas que había por la carretera y, en resumen, por todos los malditos lados. El conductor se tomó muchas molestias en el trayecto, ya que el muy ratero nos dio una vuelta muy grande a la ciudad cuando el navegador le contradecía los caminos que estaba cogiendo. Por un lado me cabreé, ya que es lo que suele pasar con los turistas extranjeros que vienen aquí: buscar la manera más lista de sacarle el dinero a las personas. Por otro lado, se lo agradecí, ya que para estar a una hora más que en Francia, el sol aún emitía luz por los lugares que vimos, pero el frío era algo que, a medida que avanzábamos viajando, aumentaba a más. Pasamos por la plaza Dam, en la cual se encuentra un museo de cera muy reconocido y alardeado por muchísimas personas. Jamás he escuchado una crítica mala de él. Seguimos avanzando por los diferentes canales que había en toda la ciudad. Era como una Venecia pero en miniatura. Era gracioso ver esas góndolas por abajo del puente, le daban un toque especial y estético al lugar. También estaban los típicos barcos de pequeñas dimensiones que servían para los turistas con unas rutas especializadas para ellos, cosa que a Valeria y a mí no nos serviría con las ideas planeadas que tenía.
Llegamos al hotel —estaba harto de los malditos ciclistas de aquí para allá—, y..., bueno, no me gustan los prejuicios, pero tenía una pinta de friki a lo bestia. Hicimos el registro para tener una habitación, y mientras lo hacíamos, al lado nuestro había unos cuarentones jugando al Súper Mario Bros en unas máquinas más cuadradas que el maldito Bob Esponja. Literalmente sólo había dos botones de colores y una palanquita para mover al muñeco mientras juagabas. Cuando nos dieron las llaves, Valeria atendió una llamada de Héctor. Fulminé el móvil, pero me calmé de inmediato.
—Hola, Héctor —dijo tapándose un oído mientras escuchaba con la otra oreja—. Justo hace un par de horas más o menos he hablado con tu madre y me ha comentado tu situación. ¿Cómo sigues?
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Aquello que dejamos a medias
RomanceA día de hoy, entendemos perfectamente que las estrellas son pequeños destellos de luces que nacen en un precioso cielo nocturno. ¿Pero qué pasaría si dichas constelaciones fueran personas?, desde un amigo íntimo de la infancia a alguien completamen...