Capítulo 16

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Valeria


Esa batalla de agua nos había dejado los uniformes empapados y arrugados. Asomé la cabeza al exterior para percatarme de como se encontraba Olga, pues, se había "indignado" al escuchar mi respuesta respecto a mi cita de mañana con Tyler —que sinceramente me negué por el simple hecho de no querer conocer a nadie en estos momentos—. Allí se encontraba, sentada sobre la orilla de la cama de matrimonio y mirándome por encima de la pantalla de su teléfono. Una mirada que se comportaba de una manera distinta que hace cinco minutos, por así decirlo, un poco pícara.

— ¿Enserio te has enfadado?­—mascullé—, si no me apetece establecer un nuevo vínculo con alguien en estos precisos momentos, pues debes de respetarlo. Tú mejor que nadie sabes lo mal que lo he pasado en apenas diez años.

Hubo un silencio abrumador en toda la estancia de la habitación, hasta que dejó el móvil en sus regazos.

—Llevas razón, Valeria.

—No me gusta que te "enfades" conmigo por chorradas— dije haciendo un gesto de comillas con mis dedos.

—Espera, ¿enfadada? A ver... me da rabia que se te escape este pelotazo de tío, pero no puedo cabrearme por algo así. Veinticuatro años juntas es demasiado tiempo para que estemos mal por tonterías, ¿no crees?

—Desde la cuna.

—Hasta la muerte— terminó diciendo.

—Maleditti vestiti disgustosi— dijo Ana desde el baño.

Olga empezó a reír sin parar, se produjo un silencio antes de las palabras de Ana que hicieron nacer una preciosa sonrisa en el rostro de ella.

—Qué le ocurrirá— dije asomándome de nuevo al baño.

—Tengo poca ropa, y me cabreo cuando me veo sin mi precioso armario empotrado.

—No se diga más, vamos a ir de compras— dijo Olga levantándose ilusionada de la cama.

—No tenemos tanto dinero.

—No te estoy obligando a entrar en la tienda Gucci, me refiero que, si tenemos esto empapado y debemos de reservar la ropa que tenemos para más adelante. Lo más coherente y decisivo sería de comprar algo casual.

Y así fue cuando en un abrir y cerrar de ojos, estaba paseando por un puente lleno de candados románticos donde te emocionabas nada más en leer algunos de los múltiples nombres escritos a rotulador y sus respectivas fechas de cuando se pusieron. En ese momento, Olga se apartó de nosotras para atender a una llamada.

—La pregunta del millón es, la gente si se separa de sus parejas al paso del tiempo de haber puesto un candado aquí, ¿Qué pasa con él?

— ¿Con quién? — dije volviendo mi vista hacia Ana.

—Con el candado, claro.

—Supongo que alguno de los dos seguirá guardando la llave, vendrá y lo retirará de aquí.

— ¿Y si se tira la llave al río Sena?

—Pues, bajo mi respectivo punto de vista, significaría como renunciar al olvido. Esa persona te ha tenido que abrir las puertas de su corazón de una manera tan grande para que niegues separar ese candado del puente. De tu alma. De tu ser.

—Valeria, ¿lees mucho?

—Cuando tengo tiempo— dije soltando una risa nerviosa para dirigir mi vista hacia la majestuosa catedral de París.

Nos dirigimos a una preciosa tienda con un gran escaparate que te mostraba los mejores trajes de invierno que en mi vida había visto. Cuando menos me lo esperé, Olga estaba ya adentro visualizando un par de chaquetas, una de cuero y otra vaquera. Me agarró del brazo de una manera un poco infantil, intentando transmitirme su delirio por la moda.

Me pude comprar unos pantalones campana, un chaleco de los colores cebra y una camiseta de manga larga negra.

Vaya, y yo era la que iba a por algo preciso y rápido.

Al salir del establecimiento, las campanas de Notre Dame tocaban una melodía muy bonita, indicando la hora en aquel preciso momento: las ocho de la tarde. Pero me interesé por otros sonidos en particular. Provenían de aquella esquina que hacía con la catedral, veía a mucha gente formando un pequeño corral, era una canción convertida en una acústica muy bonita... pero no podía ver de quién se trataba, quien quiera que fuese aquel Dios de la música, me tenía muy hipnotizada.

—Valeria, venga. Que pillamos algo de cenar y nos subimos al hotel— dijo Olga con seis bolsas repartidas entre sus dos manos, y detrás de ella, Ana con cuatro.

Hasta nunca, guitarrista anónimo.

¿O quizás no?

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Perdón. Sé que estoy muy desaparecido, pero estoy de finales  :')

Espero de corazón que os esté gustando mucho la historia al igual que a mí a la hora de redactarlo.

PD: Gracias Eva por decirme tu conjunto favorito para que se lo comprase Valeria xD


David

Aquello que dejamos a mediasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora