Valeria
Las sábanas frías entraron en contacto con mi piel desnuda. Toda mi melena se encuentra esparcida por alrededor de toda la almohada. El olor a detergente me despierta, entreabriendo un poco mis ojos. Lo primero que ven mis ojos es a Tyler bocabajo en el colchón, y su cabeza girada hacia el otro lado de la habitación. Me incorporo en el colchón y lo primero que hago es darle un pequeño golpe al móvil para ver la hora. Eran las diez y media de la mañana. La mañana del veinticuatro de diciembre de dos mil veintidós. Por fin.
Di varios golpes a la espalda de Tyler para que se despertase. Qué raro me sentía en ese momento, era la primera vez que amanecía al lado de un chico en mi vida, como si fuéramos un matrimonio con una casa e hijos. Por un momento lo pensé. Imaginé de diversas maneras cómo sería una vida al lado de Tyler y compartirla con él en el día a día. Finalmente se despertó, gruñendo, y me di cuenta que no era mucho de agrado el que lo despertasen. Mientras iba asimilando que era un nuevo día, yo me fui a una pequeña terraza que tenía la habitación con unas paredes y suelo de madera muy bonitos. Las vistas daban a la parte trasera de varias casas de la calle. Un par de gatos, de color naranja y marrón, estaban tumbados en lo alto de un cobertizo de madera, y era sorprendente, ya que el frío que hacía era impresionante.
Me puse en contacto con mi madre por teléfono para felicitarle el día y las fiestas, pero también para darle la fatídica noticia de que no podría acompañarla en la tarde noche de hoy debido a la emergencia que sufrimos en el avión. Cogió la llamada de inmediato:
—Hola, mamá —dije abrazándome a mí misma—. ¿Cómo estáis?
—Hola, cariño..., bien, por aquí todo bien... —dijo con la voz un poco desanimada.
Cerré los ojos, queriendo que todo lo que había pasado desde el incidente nunca hubiera ocurrido, porque no podía encontrar las palabras adecuadas para decirle a mi madre que no podría pasar las fiestas allí, en mi tierra, en Cataluña. Tyler me miraba desde el interior del cuarto, atentamente a la conversación que estaba manteniendo con mi madre. Su mirada, a la vez, me transmitía paz y seguridad.
—¿Vienes a cenar esta noche con tus primos y tíos a casa? —soltó sin yo esperármelo—. Tu padre quiere hacer el intento de solucionar las cosas contigo..., ya sabes lo cabezota que es cuando está enfadado, sea con quien sea.
—Verás, mamá... —dije mientras una lágrima se derramaba de mi rostro—. No sé si...
En aquel instante, una llamada entrante se quería anteponer a la de mi madre. Mi teléfono me preguntaba si quería solicitar la llamada o colgarla. Se trataba de Héctor, no sabía nada de él ni de su estado de salud desde la última vez que me escribió su madre un mensaje. Me quedé perpleja.
—Mamá, ahora te cuento, me está llamando un compañero de trabajo.
—No te preocupes, Valeria, tu sitio en la mesa esta noche estará, de una manera u otra sentiré que estarás con todos nosotros, al igual que tu hermana Maite —comenzó a llorar con el corazón encogido—. Sé que estás haciendo lo correcto, y que ella hubiera hecho lo mismo que estás haciendo tú, no me cabe ninguna duda. Hoy es un día especial y a ella le encantaba.
—Era lo que a ella más le apasionaba. El mejor regalo de Navidad.
—Venga, te dejo. Disfruta, cariño.
Rápidamente atendí la llamada de Héctor, segundos antes de que colgase.
—Hola, Valeria —dijo al otro lado de la llamada—. ¿Cómo te va todo por Ámsterdam?
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Aquello que dejamos a medias
RomanceA día de hoy, entendemos perfectamente que las estrellas son pequeños destellos de luces que nacen en un precioso cielo nocturno. ¿Pero qué pasaría si dichas constelaciones fueran personas?, desde un amigo íntimo de la infancia a alguien completamen...