Tyler
A Lucía Sánchez, mi amiga y hermana. Sigue viviendo en un eterno "Hey Jude" conmigo.
París de noche no iluminaba tanto como los ojos de Valeria bajo todos esos sentimientos que habían nacido en ella después de todo lo sucedido. La acompañé hasta la recepción de su hotel. Nos fundimos en un abrazo muy cálido y, como si un malestar hubiera venido a mí, se marchó.
No sabía qué diablos hacer con todo lo que mi corazón sentía con la presencia de ella desde el primer momento que la vi en el aeropuerto de aquí, de Francia. He de decir que mi jugada fue muy precisa y bien pensada. Un desconocido le había enseñado un poco de una de las ciudades más visitadas a lo largo de todo el año. Me quedé con ganas de saber aún más de ella... Seguía parado afuera del hotel, como si fuera a regresar corriendo hacia a mí sin pensarlo como pasa en los finales de las comedias románticas. Eché un último vistazo a la lujosa fachada y, sin pensármelo dos veces, puse rumbo al hostal donde me estaba hospedando a por todas mis cosas. Sabía que estaba perdiendo la cordura planeando lo que tenía en mente. Todo aquello podría salir de dos maneras: la primera, que Valeria se emocione cuando me vea en el mismo vuelo que ella hacia Ámsterdam, y la segunda, que llame a la Policía francesa y acabe entre rejas por acoso e intimidación. No era capaz ni yo mismo de intentar explicar al mundo lo que en aquel momento estaba sintiendo, puede que sea de ese tipo de personas que siente demasiado rápido a la mínima que... le ha gustado alguien, ¿no?
La cara del cuarentón regordete que había en la recepción de mi hostal, no tenía nada que ver con los empleados del hotel en el que estaba hospedada ella. Se quedó patidifuso cuando le tiré la llave de mi habitación en el mostrador y me observó con cara de pocos amigos cuando se percató de que salí corriendo sin mirar atrás.
Volví a Notre Dame, con la misma emoción e incredibilidad como lo hice la primer vez que elevé la cabeza para admirar todo el arte almacenado en aquella majestuosa catedral. Un pequeño establecimiento había dejado unas mesas y sillas afuera, listas para la jornada de mañana por la mañana. No lo dudé ni un segundo y fui a por una de ellas para sentarme junto a mi guitarra justo enfrente de la catedral. Para ser casi de madrugada, el ambiente que se respiraba por la plaza era hermoso y muy diferente al de Londres.
La afiné para ver qué podía salir de mí en aquella noche estrellada de diciembre. Porque si algo tenía claro, era que la inspiración humana tiene su auge durante la noche. Nadie podía poner en cuestión aquella afirmación tan evidente. La coloqué en mis regazos y comencé a tocar cosas aleatorias para ver si alguien se acercaba a escucharme.
Let it be, de The Beatles, era una canción que desde que era un enano, me sanaba el corazón al completo cuando la escuchaba con el tocadiscos de mi habitación y la bailaba sin parar. Una pequeña niña que me resultaba un poco familiar, se fue acercando poco a poco a mí, hasta que paré con el dedo índice y corazón las cuerdas al percatarme quién era ella.
—Hola, Mario Casas —dijo aquella chica con pecas por todo su rostro. Abrí la boca como un tonto. Aquí había algo que no me cuadraba para nada. Era la misma chica que se sentó al lado mía en el viaje hacia Francia pero que después... desapareció de mi lado.
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Aquello que dejamos a medias
RomanceA día de hoy, entendemos perfectamente que las estrellas son pequeños destellos de luces que nacen en un precioso cielo nocturno. ¿Pero qué pasaría si dichas constelaciones fueran personas?, desde un amigo íntimo de la infancia a alguien completamen...