Valeria
Barcelona, hace algunos años...
Mi familia y yo vivíamos en Cataluña, principalmente en una ciudad muy cerca de otra llamada Terrassa. Sabadell siempre fue un sitio muy cómodo para mis padres y mi hermana. Siempre habíamos estado allí. Nunca nos llegamos a mudar —ni si quiera a mis padres se les replanteó en algún momento—. Vivía en una parte muy bonita y especial para mí, pues las casas que habían repartidas por todo mi barrio eran magníficas e insólitas, incluida la mía: tres plantas, un jardín compartido con tres casas más a la derecha con piscina incluida, un garaje que tenía la capacidad para cuatro coches, una terraza enorme en la segunda planta... ¡Si hasta teníamos un ascensor propio que empezaba desde la entradita de la casa, y te llevaba a cualquier planta!
Pero como en cualquier historia perfecta, siempre hay algo que lo acaba estropeando.
Mi alma murió aquel día.
Las estrellas que daban vueltas a mi corazón también.
Me despertaba todas las mañanas para dirigirme hacia el instituto, un lugar que, aparte de que me provocaba menosprecio hacia él, me cansaba muchísimo psicológicamente. Mi habitación se encuentra en la segunda planta junto a la de mi hermana, Maite. Mis padres, en cambio, tienen su dormitorio en la tercera.
—Vamos, cariño, que no llegáis —dijo mi madre, mientras se ataba su corto pelo en un moño muy mal hecho de buena mañana—. Despierta a tu hermana. No tardad en bajar a desayunar.
Asentí mirando embobada al gato, que en aquel momento, hizo acto de presencia en el corredor junto a mi mare y a mí.
—Ven aquí, bonito —dije agachándome y dispuesta a acariciarle—. Ve con mamá a la cocina, que te va a poner a ti tu comida.
—Vamos, Ramos.
Me di media vuelta hacia el dormitorio de mi hermana.
Allí estaba.
La almohada estaba revoleada en el frío suelo de su cuarto, y ella, en una postura de crucifixión muy graciosa.
—Maite.
No contestaba.
—Maite —la sacudí tres veces del brazo izquierdo.
Nada.
—El instituto, Maite —la volví a sacudir, pero esta vez del hombro.
Seguía sin emitir respuesta alguna.
A la mierda mi paciencia.
—MAITE, ¿TE PUEDES LEVANTAR DE UNA PUÑETERA VEZ? —le grité en el oído.
—Ay, joder, mi pobre oreja —dijo Maite al fin, abriendo los ojos lentamente.
—Buenos días, puta perezosa.
—Perezosa, sí. Puta, tú —dijo estirándose en su colchón mientras tiraba completamente las sábanas al suelo
Reí.
—Vamos. Arriba. No te vuelvas a dormir.
—Hoy es un nuevo día para desearle la muerte a cada uno de los que nos imparten clase. ¡Qué ganas! —dijo poniendo un tono de voz irónico y alzando las manos de una manera muy divertida.
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Aquello que dejamos a medias
RomanceA día de hoy, entendemos perfectamente que las estrellas son pequeños destellos de luces que nacen en un precioso cielo nocturno. ¿Pero qué pasaría si dichas constelaciones fueran personas?, desde un amigo íntimo de la infancia a alguien completamen...