Capítulo 30

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Valeria

Subí rápidamente las escaleras que daban acceso a la planta donde me hospedaba con las chicas desde hace unos días. He de decir que mi aerolínea, Lambda, se ocupaba a la perfección del cuidado de todos sus trabajadores y del bienestar de cada uno. Me encontré con varios turistas que reconocí el día que embarqué por primera vez, y me saludaron con una cálida sonrisa en sus rostros. No sabía cómo eran capaz de acordarse de mí. Era novata en todo esto.

Saqué rápidamente y eufórica la tarjeta de mi habitación y la introduje e la ranura que estaba ubicada en el pomo de la puerta para poder entrar en la habitación, y cuando entré en ésta, quise que todo lo que estaban contemplando mis ojos fuese mentira e irreal: Olga estaba tirada afuera, en el balcón, con una pequeña botellita de vodka tirada a su lateral, y otra de ron a su otro lado. Ana, en cambio, estaba tumbada bocabajo en la cama.

—Dios mío, Olga. Qué demonios has hecho —dije sacudiéndola en el suelo de aquella pequeña terraza.

—¡Olga! ¿Me oyes? —repetí, mientras que la iba abofeteando en cada cachete. Fue entonces cuando abrió lentamente sus ojos a medida que se iba acostumbrando a la luz de dentro de la habitación.

—Joder..., vaya borrachera llevo encima... Jesús, María y José. Y ya no me sé más santos...

—Dime por favor que no has emborrachado a Ana, Olga. Dime por favor que no —dije arqueando una ceja. Pero por mucho que le preguntase, ya sabía a la perfección la respuesta que me iba a facilitar.

—Valeria... si tú supieras cómo le dan los italianos al ron..., te quedarías flipando —dijo de una manera muy risueña y haciendo varios gestos con las manos. El alcohol había consumido al completo el cuerpo de Olga en aquel instante, y lo único decente que podía hacer, era dormir hasta mañana por la mañana.

—Está mañana me ha escrito Héctor, el piloto del avión.

—Es verdad, que trabajamos de azafatas. Ni me acordaba ya.

No tiene remedio.

—Pues te tengo que dar el susto ya: mañana tenemos que madrugar muy temprano para ir a Ámsterdam. Se me ha olvidado completamente avisaros, y creo que si lo hubiera hecho, habría evitado éste desastre —dije poniendo los ojos en blanco y dirigiendo mi vista de nuevo hacia mi amiga pelirroja.

—¡¿QUÉ?!

—Lo que oyes, Olga. A mí también me ha pillado completamente desprevenida cuando me ha facilitado la noticia. Hasta Tyler se ha quedado blanco. Hablando de Tyler, me ha caído muy bien, que lo sepas.

—ANA, SI ME ESTÁS ESCUCHANDO, PEDAZO DE ZORRA, ME DEBES DIEZ EUROS. —dijo arrastrándose de rodillas hacia el interior de la habitación y proporcionándole múltiples golpes en la pierna.

—¿Habéis apostado por mí? —dije incrédula—. Te conozco muy bien, Olga, y quiero que sepas que no ha pasado nada de lo que tu desproporcionada mente sucia pueda llegar a imaginar. Hemos quedado como buenos amigos. Le he dado mi número de teléfono.

—Al menos es un paso —dijo intentando levantarse apoyándose en mí—. Ese chico me da unas buenas sensaciones internas que no te las puedes llegar a marginar, Valeria. Me encantaría verlo contigo subido en el altar.

—Vives en una fantasía constante en tu día a día. Si tanto te gusta, tírale la caña tú a él.

—Qué va, no quiero. Tyler está hecho para ti. Es guapo, no te lo voy a negar, pero me sentiría mal conmigo misma si hago lo que me dices. Sería como profanar la tumba de mi pobre tía abuela Dolores.

Aquello que dejamos a mediasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora