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Thaile.

Me encierro en el baño del secretario para darme una ducha y ver si consigo aclarar la confusión que siento. Al mirarme en el gran espejo del lavamanos, con el cabello rubio, los ojos azules y la ropa que no encaja en absoluto conmigo, no me reconozco.

No soy yo.

En la repisa están sus implementos de aseo; todo huele a él. Inhalo profundamente, intentando retener ese aroma, pero un golpe mental me obliga a dejar todo y meterme a la ducha para borrar cualquier rastro suyo de mi piel. Al salir, me pongo la camisola y bata de seda que Alice me proporcionó. Marc debería estar esperando afuera, o al menos eso pensaba, porque no lo encuentro en la cama donde lo dejé.

Me ajusto la bata y salgo a buscarlo. Primero voy a su despacho, pero no está allí. Continúo la búsqueda hasta que oigo la irritable voz aguda de Charlotte proveniente de uno de los grandes salones.

Me acerco con cautela, empujando la puerta con delicadeza, como si fuera una brisa ligera. Lo que veo me golpea en el estómago: Charlotte está colgada de su cuello con un pijama tan transparente que deja ver una sexy lencería azul.

Mi respiración se agita de rabia, y me siento como un dragón a punto de escupir fuego. Estoy a punto de entrar y romper lo primero que vea a mi lado, que es un pequeño jarrón de fina cerámica, seguramente más caro que mi departamento. Lo agarro cegada por la furia, pero justo en ese momento...

—¡Basta, Charlotte! —Marc la cubre con su albornoz de algodón gris, que luego se quita. Me detengo al ver esto—. Agradezco tu empatía y preocupación, pero créeme, así no me ayudas en nada.

—Pero... —balbucea ella, la muy perra.

—Pero nada. Estoy haciendo mi vida con alguien más, y es hora de que tú también hagas lo mismo.

—¡¿Y cómo?! —pregunta indignada—. ¿Tanto te cuesta entender que todavía te amo?

—Lo siento, pero me temo que el sentimiento no es mutuo —le aclara Marc con suavidad, casi en un susurro—. Te quiero y eres la madre de mi hija, pero nada más.

—¡¿Sabes qué?! —espeta ella, aún más indignada—. ¡No me es suficiente!

—Entonces puedes irte, yo no te estoy reteniendo —le responde, y yo dejo el jarrón en su lugar—. Fuiste tú la que insistió en quedarte.

—Porque pensé que así podríamos recuperar la familia que éramos, mi amor...

—Charlotte, basta, ¿sí? —la detiene mientras ella intenta besarlo—. Descansa y busca un sentido a tu vida para que salgas de la burbuja en la que te has mantenido, creyendo que todavía somos una familia.

—¡De acuerdo! —le grita, roja de rabia, apuntándolo con el dedo—. Haré lo que me dices. Voy a rehacer mi vida con otro y espero que cuando lo haga, no vengas a rogarme para que lo deje por ti.

No puedo evitar reírme y tengo que taparme la boca para que no me escuchen.

—Bueno, de todo corazón espero que encuentres lo que buscas y que yo no te puedo dar.

—¿No puedes o no quieres?

—Creo que te acabas de responder a ti misma. Con permiso.

El dejo refunfuñando en el sillón y hago una carrera de vuelta al cuarto. Termino acostándome en la cama matrimonial, encontrando que reviso mi teléfono cuando él entra en la habitación.

—¿Dónde estabas, chérie? —pregunto con una tranquilidad inocente.

—Fui por un trago para poder dormir —me responde mientras se sube a la cama.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora