Thaile
Me encierro en el baño del secretario y dejo que el agua fría me golpee con la fuerza de todo lo que no puedo decir. Tal vez así logre enjuagar la confusión que me está carcomiendo por dentro.
Me miro en el espejo sobre el lavamanos. Cabello rubio, ojos azules, bata cara, postura erguida. Pero no soy yo.
Esa no soy yo.
Esa es la máscara que creé para cumplir una misión. Y sin embargo, aquí estoy, temblando como una idiota por un hombre que debería estar muerto o, al menos, marcado.
En la repisa están sus cosas: su loción, su cepillo de dientes, el peine de madera que aún tiene un cabello suyo atrapado. Todo huele a él. A su presencia. A su maldita calidez.
Inhalo.
Y me odio por hacerlo.
Me meto en la ducha con una urgencia rabiosa, como si pudiera arrancármelo de la piel, como si el agua pudiera lavar los deseos que me están traicionando. Al salir, me envuelvo en la camisola y bata de seda que Alice me dejó, y me miro una vez más en el espejo. Parezco una esposa. Una maldita ilusión.
Marc debería estar en la cama, esperándome. Pero no está.
Me ajusto la bata con un nudo demasiado fuerte y salgo a buscarlo, cada paso cargado de una rabia que no puedo justificar.
Primero reviso su despacho: vacío. Luego el estudio. Nada.
Hasta que la escucho.
Charlotte. Su voz aguda y fastidiosa me llega desde uno de los salones como un chillido en mi oído. Me acerco, empujo la puerta con cuidado... y la escena me golpea como un puñetazo directo al estómago.
Ella está colgada de su cuello, como una hiedra venenosa. Lleva puesto un pijama tan transparente que la lencería azul debajo parece diseñada para provocar un escándalo. Mis puños se cierran. La sangre me arde. Miro a mi alrededor, y lo primero que veo es un jarrón de porcelana fina. Lo agarro, lista para hacerlo pedazos.
Pero entonces...
—¡Basta, Charlotte! —gruñe Marc, cubriéndola con su albornoz como si tapara un pecado. El mismo albornoz que minutos antes lo envolvía cuando estaba conmigo.
Me congelo. Lo observo.
—Agradezco tu preocupación, pero créeme, así no me ayudas en nada.
—Pero... —balbucea la víbora.
—Pero nada —la interrumpe con un tono firme—. Estoy haciendo mi vida con alguien más. Es hora de que tú también lo hagas.
—¿Y cómo, Marc? —dice, con una indignación fingida que me da náuseas—. ¿Tanto te cuesta entender que todavía te amo?
—Lo siento. Pero el sentimiento no es mutuo —su voz se suaviza, como si la piedad lo hiciera dudar—. Te quiero, Charlotte. Eres la madre de mi hija. Pero eso es todo.
El silencio que sigue es como una cuerda tensa a punto de romperse.
—¡No me es suficiente! —grita ella, rabiosa, derrotada.
—Entonces puedes irte. Nadie te retiene aquí.
El jarrón tiembla en mis manos. Lo dejo con cuidado donde estaba. No vale la pena romper algo caro por alguien tan barata.
—¡Pensé que podríamos ser una familia otra vez, mi amor...!
—Charlotte, basta. —Su voz se endurece cuando ella intenta besarlo—. Descansa. Encuentra sentido a tu vida. Sal de esa burbuja en la que sigues creyendo que esto... nosotros... todavía existe.

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Tras de ti
Mystery / ThrillerElla tiene un objetivo: ir tras él. ¿Pero qué pasa cuando la leona empieza a compadecerse de su presa y comienza a verlo con otros ojos? Él, un político que está a punto de ascender junto a su partido, sin imaginarse que, a ciegas, le ha abierto las...