Seis y media

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Cuando la alarma del despertador sonó eran apenas las seis y media de la mañana. Había sido incapaz de pegar ojo en toda la noche. Me había limitado a dar vueltas y vueltas por la cama sin encontrar una postura que me diera descanso. Me costó un triunfo retenerme en ella cada vez que la curiosidad me tiraba hacia el teléfono móvil para comprobar si tenía mensajes, pero lo conseguí. Una vez que estuve oficialmente despierta me lancé ansiosa al dispositivo, igual que haría una yonki con mono de su droga favorita. Los escasos segundos que tardó en lanzar el sistema operativo del celular me parecieron una eternidad en la que aguanté sin parpadear. Me escocían los ojos por la falta de humedad cuando el sonido de la mensajería pitó. Me sobresalté y casi se me cayó de las manos. Nunca he sido especialmente inteligente a primera hora de la mañana sin haber ingerido la dosis necesaria de cafeína. Tras dos noches de insomnio autoinducido, tampoco habría debido sorprenderme no tener la lucidez de esperar a que el teléfono sonara al arrancar. Sin embargo, aquella mañana yo albergaba la esperanza de tener mensajes; mensajes de cualquiera de mis dos posibles citas. Literalmente por ese motivo, me había pasado la noche en vela, así que escuchar la notificación no debería haberme sorprendido, pero lo hizo.

Leí con rapidez el nombre del remitente: Lena y sentí como una punzada me atravesaba el pecho. Me mordí el labio y sin pensarlo amplié el mensaje.

"Estaba deseando que dijeras eso. ¿Cena el lunes? Este fin de semana estoy fuera de la ciudad por negocios. Prometo compensarte por la espera. L"

Pegué un leve chillido de alegría, dejé caer el teléfono sobre la cama y me puse a dar saltos por toda la habitación. Era la viva imagen del emoticono de carita sonriente. Me duché y desayuné sin que desapareciera la sonrisa de mis labios, parecía una adolescente en plena efervescencia hormonal. Pasada la euforia y el subidón de saberme correspondida, me percaté de que aún no había respondido a Lena. Dejé que el buen ánimo que me invadía aquella mañana del viernes guiara mis dedos sobre la pantalla y el mensaje salió sin filtro.

"¿Te gusta la comida italiana? Conozco un restaurante que es espectacular. Podría reservar mesa para las ocho."


"No creo que sea más espectacular que mi acompañante... Estás tan adorable en tu foto de perfil que estoy tentada de adelantar mi vuelo de regreso a National City."


"¡Oh! Interesante... así que hay una manera de hacerte volver antes. Es tentador, aunque me sentiría muy culpable si fuera la causa de tu despido."

No hubo más respuestas por su parte. Me quedé mirando al teléfono como si esperase más noticias, anhelando ya la comunicación con ella. Mi voz interior comenzó a minar mi seguridad. Tenías que abrir esa bocaza y decir algo inoportuno. Pasados los diez minutos sin obtener ningún mensaje acepté que mis palabras se quedarían completamente descolgadas, me puse la chaqueta y me fui a trabajar. El nuevo propósito del viernes: ignorar todo pensamiento negativo.

El aire fresco de la mañana me abofeteó sin contemplaciones, era el complemento que necesitaba para la cafeína, que había vuelto a ser insuficiente en su labor de mantenerme más o menos despierta.

El ritmo de trabajo me mantuvo ocupada durante toda la jornada, corriendo por los pasillos de acá para allá, gestionando entrevistas para la semana próxima... El pulso frenético de un día normal en la redacción casi me permitió cumplir mi propósito. Si por "casi'' aceptamos que cada vez que sonaba el teléfono yo lo miraba ilusionada esperando que fuera ella, que al no serlo me frustraba un poco más y un mini-yo cabroncete y pesimista se abría paso. ¿A quién pretendía engañar? Había revisado la conversación cientos de veces y no encontraba nada ofensivo o que pudiera interpretarse como ofensivo en mis palabras. Si mi cabeza funcionara con cierta lógica, cosa que parecía no hacer estando Lena involucrada, habría pateado al cascarrabias gruñón y todo su mal rollo muy lejos. Porque lo más probable sería que Lena estaba demasiado ocupada trabajando y no había tenido un instante libre para contestar. Tan simple como eso. Nada que ver con los escenarios terriblemente apocalípticos que mi cabeza se empeñaba en idear para torturarme. En todo caso, ¿por qué me molestaba si todavía no éramos nada?

VirahaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora