Una nota

1.1K 143 21
                                    

Me desperté unos minutos antes de que sonara la alarma del despertador, pulsé el botón que iluminaba la hora y vi como los dígitos seis y veinticuatro se volvían verde fosforito ante mis ojos. Había dormido de un tirón y por primera vez, desde que dormía junto a Lena, el sueño había sido profundo. Me volví hacia su lado de la cama con la intención de aprovechar los minutos, robados al descanso por despertarme antes de la hora, contemplándola y me encontré tan solo su ausencia. Lena no estaba dónde se suponía que debía estar. Palpé con suavidad las sábanas y su frescura solo constató que se había levantado hacía un buen rato. Por una fracción de segundo la duda me sacudió, ella se había quedado a pasar la noche, ¿verdad? Sacudí mi cabeza tratando de aclarar los recuerdos. Ella sí que lo había hecho, el momento en el cual se había quedado dormida entre mis brazos vino claro y vívido a mi memoria. Me incorporé en el lecho y la llamé. Mi voz salió ronca y rasposa por mi garganta. Carraspeé y volví a llamarla pero no obtuve respuesta. Estaba a punto de levantarme de la cama cuando me percaté de un trozo de papel sobre la mesilla de noche. Sobre él, apenas cuatro líneas escritas de su puño y letra. Me puse rápidamente las gafas y antes incluso de leer su contenido me fijé en su caligrafía, era cuidada y limpia, con una letra pequeña y cerrada, de trazo firme que tendía a curvarse levemente sobre las letras como las eles y las tes.

"Eres la luz que llevaba tiempo buscando y anhelando... la que pensé que ya no encontraría. Ahora que te tengo frente a mí, me miro y veo la maleta que traigo a cuestas y me doy cuenta de que estoy tan rota que no creo que merezca a alguien tan paciente, comprensiva y tierna como tú que, además no pide nada a cambio. Y sin embargo, cuando me abrazas, siento que nada de eso importa y creo que aún hay esperanza de redención para mí."

Leí la nota varias veces, tan solo me detuve cuando el pitido del despertador me avisó de que ya eran las seis y media. La deposité sobre la mesilla y me puse con mi rutina matutina: ducha, desayuno y vestuario.

Las frases de Lena reverberaron en mi cabeza, una tras otra, mientras me preparaba para salir de casa. Hice la cama y me demoré algo más de tiempo para olisquear su lado de la almohada. Al pie del lecho encontré la ropa que le había prestado doblada con maestría, busqué mi conjunto de la noche anterior con idea de echarlo todo al cesto de la colada pero solo encontré mis leggings. ¡Qué raro! Eché un vistazo a mi alrededor, por el suelo, bajo la cama y la camiseta de tirantes agujereada no estaba por ningún lado.

Salí de casa con la hora justa, volvía a prescindir de mi legendaria puntualidad, y me pregunté si este sería un nuevo hábito que vendría para quedarse. Con estupor, puesto que no soportaba la impuntualidad y me aterraba convertirme en alguien así, me sacudí la idea fuera de mi cabeza.

Corrí escaleras abajo cuando el ascensor no apareció quince segundos después de llamarlo, salí en estampida por el portal y recorrí los metros que separaban mi edificio de la parada del autobús como alma que llevaba el diablo. El esfuerzo valió la pena, no perdí mi medio de transporte. Puede que no valiera tanto la pena cuando observé mi reflejo en el cristal de la ventanilla: mi cabello se había enredado, el maquillaje necesitaba ya un retoque y la respiración me iba a mil, casi al mismo ritmo que los latidos atacados de mi corazón. Suspiré, a pesar de todo llegaría a tiempo de fichar mi entrada en la redacción y sería puntual. Me arreglé los estragos de mi aspecto a causa de la carrera y después saqué mi teléfono móvil del bolsillo. La nota de Lena seguía flotando en mi memoria.

"Encontré tu nota esta mañana pero habría preferido encontrar tus labios al despertar. ¿Por qué te fuiste sin avisar?"

Me quedé mirando la pantalla encendida de mi móvil esperando una respuesta de Lena hasta que llegué a mi parada casi veinte minutos después. El mensaje de vuelta no llegó. Tampoco lo hizo durante la mañana, pero con la vorágine de trabajo que me endosaron nada más poner un pie en la redacción no me di ni cuenta.

VirahaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora