Una cobarde

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Mi nueva rutina pasaba por despertar cada mañana con el insoportable pitido de la alarma, rutina que también se extendía al fin de semana, con más motivo durante esos dos días festivos, en los cuales la falta de trabajo hacía que no hubiera una razón de peso para salir de la cama. Para no caer en una depresión, me había autoimpuesto la obligación de salir del lecho y por ende, también de la casa.

La idea podía considerarse brillante, me mantenía activa y evitaba que mi tristeza se enquistase. La realidad era muy distinta; si bien era cierto que al salir de mi apartamento dejaba de darle vueltas a la ruptura, no dejaba de pensar en Lena. Bastaba con que una mujer de cabellera negra paseara por la calle para que, automáticamente, todos mis sentidos se centraran en ella. El corazón latía desbocado en mi pecho, el pulso se aceleraba y un nudo se instalaba en mi estómago ante la posibilidad de que se tratara de Lena. Habían pasado dos meses desde que abandoné aquel bar sin ella y desde entonces no la había vuelto a ver. Aún así, la esperanza de encontrarla por casualidad seguía presente.

Fiel a ese nuevo statu quo, el domingo desayuné, me vestí y me enfilé los zapatos. No tenía un rumbo fijo, era libre como un pájaro hasta la hora de ir al Planet; bien podía dejarme llevar por mis pies al paseo marítimo como a la biblioteca. Cualquier cosa con tal de no quedarme encerrada en casa.

Bajé trotando las escaleras del edificio y al llegar al portal me cerré el abrigo. Nada más salir a la calle, mi atención recayó sobre un Lexus granate aparcado en la puerta. Ese modelo era lo suficientemente raro y llamativo para no pasarlo por alto, concretamente el mismo que el de Lena.

Contuve la respiración y comprobé si había alguien al volante. Allí estaba ella. Nuestras miradas se cruzaron, un acontecimiento que había estado esperando durante semanas y para el que, a pesar de ello, no estaba preparada. El corazón me latía tan fuerte que la sangre bombeada era un zumbido en mis oídos. Todo a mi alrededor pareció detenerse, como si el tiempo pudiera transcurrir a una velocidad mucho más lenta. ¿Qué hacía Lena aparcada delante de mi casa? Sentí el sudor acumularse en la palma de mis manos, me estaba invadiendo el pánico. No estaba lista para enfrentarla, no me encontraba fuerte para verla sin que se me rompiera de nuevo el corazón. Me faltaba el aire y la sensación de acorralamiento tomó las riendas de mis actos. En medio de aquella tesitura, dos opciones vinieron claras a mi mente: subir a mi casa o huir. Mis pies tomaron la decisión mucho antes que mi cerebro pudiera procesar las variables, listos como estaban para volar a conveniencia de dónde soplara el viento, me llevaron calle abajo. Ni siquiera miré atrás, me centré en el sonido de mis tacones sobre la acera y apreté los puños.

La puerta del vehículo se abrió y se cerró de golpe. - ¡Kara! - Mi nombre salió de sus labios. ¡Cuántas veces había soñado con escucharlo de nuevo! Tragué saliva y me las arreglé para seguir avanzando sin escuchar el cántico de mi sirena. - ¡Kara, espera por favor! - Seguí caminando sin aflojar el ritmo, haciendo de tripas corazón para desoír su llamada, pero no pude llegar muy lejos. Ella me alcanzó y me aferró del antebrazo. - Para, por favor.

Me detuve en el lugar y en la posición en la que estaba. Incapaz de girarme y enfrentarla seguí con la vista puesta al frente. - Lena, no juegues conmigo.- Mi voz tembló con cada una de las sílabas que había pronunciado. Si pretendía hacerme la fuerte toda posibilidad de serlo se desvaneció en ese preciso instante.

- ¿Es eso por lo que crees que he venido?- Su pregunta salió tímida y dubitativa, venía desprovista de su máscara y eso me puso en alerta.

Mi respuesta fue muda, tan solo me encogí de hombros. Ella aflojó el agarre sobre mi brazo y deslizó la mano por el antebrazo en dirección a la mía. Mi determinación flaqueó endeble como las hojas ante los embistes de las primeras ráfagas de viento en otoño, pero mantuve el puño cerrado porque era consciente de que tocar su piel derribaría parte de los muros de defensa que había levantado.

VirahaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora