Séptimo cielo

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Me hundí en un estado somnoliento y comatoso tras el esfuerzo físico que había realizado. Había acabado agotada y satisfecha a partes iguales. Las sacudidas intermitentes de placer aún seguían presentes y mis sueños fueron una réplica de lo experimentado pocas horas antes, húmedos y tan vívidos que estaba volviendo a sentir ese cosquilleo entre mis piernas. Ese que me avisaba del inminente orgasmo. Me desperté confundida con un jadeo rasgando mi dolorida garganta. ¡Oh dios! ¿Cómo un sueño puede ser tan intenso? No me dio tiempo a discernir qué estaba sucediendo, si seguía dormida o había despertado, cuando gemí y la risita pilla de Lena me dio una pista de quién era la culpable. Alcé la cabeza y busqué el punto del que había provenido esa risa. Coincidía exactamente con el epicentro desde el cual las descargas de placer estaban barriendo mi cuerpo. Apenas pude discernir la cabeza de Lena entre mis piernas cuando otra sacudida de placer me nubló la vista y me hizo caer sobre la almohada.

- Eres muy traviesa...- Pronuncié las sílabas entrecortadas y jadeante.

La noté asentir y su lengua hizo las delicias entre mis pliegues. - Umnn...- Me succionó y contuve el aliento. Al liberar su presión sobre mi sexo tuve que aferrarme a las sábanas, agarrar algo material y tangible que evitase mi caída en picado. - Tenía antojo de un desayuno caliente.

¿Quién era yo para privarle a Lena de su capricho? Cerré los ojos y me concentré en las sensaciones que aquella Venus me estaba proporcionando. Si despertar a su lado había sido mi amanecer favorito durante la última semana, ahora había sido desbancado por el despertar con ella entre mis piernas. Desconozco cuánto tiempo había empleado hasta conseguir traerme de entre los brazos de Morfeo, pero estaba segura de que no tardaría mucho más en hacer que me corriera. La sinfonía de jadeos había dado paso a un solo de gemidos guturales que reverberaban por las desnudas paredes de su apartamento. Ahora, tan desnudas como lo estábamos nosotras dos. Cerré mis puños atrapando las sábanas y todo mi cuerpo se curvó con la sacudida del orgasmo. Tras la primera gran ola llegaron otras más pequeñas y perdí la conciencia de mi propio cuerpo durante una fracción de segundo. Al volver en mí, noté agotada hasta la última de las fibras de mi ser y la respiración aún acelerada. Con la poca energía que me restaba busqué a Lena, la causante de todo el placer que acababa de recibir. Se había tumbado sobre su territorio conquistado; reina indiscutible de la zona, lucía victoriosa y atractiva incluso con su cabello revuelto. Tenía el mentón apoyado sobre mi vientre y una mirada traviesa mientras se relamía sus labios, apurando hasta la última gota que había extraído de mí.

Extendí los brazos en su dirección, todavía temblorosos. - Dame un beso...- La petición fue más una súplica.

Ella trepó por el lecho sobre mi cuerpo, rozándose como una felina en su ascenso, activando nuevamente los deseos que pensaba acababan de ser saciados. Me besó y pude probarme en su boca, su sabor y el mío mezclados en uno solo. Ese fue el desencadenante del principio del final. Reaccioné ante mis bajos instintos y la devoré como si no lo hubiera hecho la noche anterior. Como si no hubiera conocido el orgasmo en años.

Las dos nos disputamos el puesto dominante rodando sobre la cama, gimiendo contra los labios de la otra, experimentando el éxtasis por turnos, sin tregua.

Me perdí en el bosque de sus ojos, esos ojos verdes con matices azulados, casi de ciencia ficción, que me fijaban con un destello atrayente y sensual. Me adentré en el bosque, sola, como lo haría Caperucita sin temor al lobo que lo habitaba, confiada en que la fiera no me atacaría. Caí en su red. Lena había tejido la trampa sabiamente utilizando los puntos débiles que yo había ido dejando como migas de pan para encontrar el camino de regreso a casa. Las pinceladas azules de sus ojos se convirtieron en agua, que se derramó sobre las fisuras de mi voluntad para hacerla luego estallar en añicos. Ella había sido un misil disparado directamente a mi línea de flotación y yo ya estaba tocada y hundida. Abracé a mi sirena mientras las corrientes marinas me arrastraban hasta el fondo del mar. Incluso en las profundidades del océano su blanca piel irradiaba una suerte de luz que me cautivó, mis cabellos dorados se enredaron con los azabaches de la nereida, uniendo así nuestro amanecer.

VirahaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora