Entre las cuatro paredes

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Cuando puse un pie en CatCo aquella mañana estaba muy lejos de adivinar lo que me tenía preparado el destino. Dicen que la ignorancia es la felicidad y tienen más razón que un santo. Asistí con una cara larga a la reunión matinal con el equipo. Lena debía estar ya a esas horas camino de Gotham y no podría verla hasta el sábado, así que no estaba de humor para nada. Esa era mi mayor preocupación aquella mañana: mi aliciente para capear la jornada laboral se iba alejando en ese momento de National City y el horizonte en el que volvería a tenerla entre mis brazos se aventuraba aún muy lejano. Por suerte, tenía el recuerdo fresco de la noche anterior. Umnn... lencería roja y transparencias. Exhalé un largo suspiro mientras Snapper nos repartía las tareas. Esperaba que tuviera algo muy jugoso para mí, algo que me mantuviera ocupada y hacer pasar así el tiempo más rápido. Mis compañeros iban saliendo del despacho a medida que se les iban asignando los reportajes; uno por uno fueron abandonando la estancia hasta que solo quedamos Snapper y yo. Eso era raro, muy raro. ¿Acaso no iba a darme ni las esquelas? Fruncí el ceño con preocupación cuando alzó la vista de sus papeles y me miró por encima de la montura de sus gafas.

- Señorita Zor-El, Cat Grant quiere verla inmediatamente.

Se me heló la sangre. La directora en persona nada más y nada menos. Tragué saliva con dificultad. ¿Qué podría querer la directora de mí? ¿Acaso mi mal rendimiento por las distracciones inducidas por cierta morena me habían metido en apuros? La señora Grant nunca antes me había requerido en su despacho. Mi mini-yo pesimista volvía al ruedo con sus cavilaciones. Snapper me sacó de la espiral negativa en la que me estaba sumiendo.

- Yo, de estar en sus zapatos, no le haría esperar.

Me sacudí en mi posición como si hubiera recibido una descarga eléctrica. - Sí, gracias por el consejo.

Salí pitando y caminé tan rápido como me dieron mis piernas hacia el despacho de la todopoderosa Cat Grant. Tenía la impresión de estar encaminándome al matadero, sentenciada a muerte y con mi carrera profesional terminada cuando ni siquiera había tomado vuelo. No cabía otra posibilidad, no, solo podía ser eso. Las manos empezaron a sudarme y un dolor punzante se instaló en mi estómago. Estaba hecha un manojo de nervios.

Me detuve frente al escritorio de la asistente de la señora Grant y me estiré de las puntas de mi chaqueta americana en un vano intento por parecer segura frente al corredor de la muerte.

- Te está esperando.- Había entablado conversaciones casuales con su asistente, Siobhan, porque solíamos coincidir en el ascensor. De ahí que ella se tomara la licencia de tutearme.

Asentí y fijé mi vista en ella tratando de adivinar algo en su rostro, alguna pista de lo que me esperaba tras la puerta, pero todo lo que pude percibir fue su sonrisa de siempre. Ni siquiera eso me tranquilizó un poquito. Di un par de pasos hasta la puerta del despacho, aferré con fuerza la manilla buscando en ese gesto un poco de arrojo y valentía, inspiré hondo y me lancé a la piscina. - Señora Grant, me han dicho que quiere verme...

La directora estaba sentada al fondo de su inmenso despacho. Era tan grande que prácticamente habría entrado allí toda la redacción de CatCo al completo. La decoración era extrañamente acogedora, con detalles dorados por doquier. El ambiente del despacho se dividía en tres zonas diferenciadas: una con el escritorio donde estaba ella trabajando, otra con sofás y mesita baja junto a los ventanales que emulaba a un saloncito y, por último, una larga mesa de reuniones en el lado de la pared. La señora Grant no levantó la vista de la pantalla de su ordenador a pesar de mi entrada, parecía concentrada en algo muy importante. Alzó su mano en cuanto me oyó hablar para indicarme que callara sin apartar su atención de lo que estaba haciendo.

Me quedé quieta, de pie y en silencio, dejando que los nervios y la tensión me comieran por dentro. Cerré con fuerza los puños y sentí el escozor de las uñas al penetrar en la piel sudada de mis palmas. No sabría decir cuánto tiempo me hizo esperar, la sensación que tuve fue eterna. Tenía frente a mí el reloj de pared y la aguja del segundero también se negaba a avanzar; ambas teníamos miedo de incomodar con nuestra presencia a la jefa. Tragué saliva mientras mi mini-yo proyectaba situaciones apocalípticas de mi futura conversación con la señora Grant y solo salí de aquella sesión de terror cuando Cat me interpeló.

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