Media para las ocho

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Martes... el mejor día de la semana. Mi nuevo día favorito, ni punto de comparación con el sábado o el domingo, ni siquiera con el viernes. El martes que siguió al lunes tras mi primera cita con Lena, fue el mejor día de toda la semana, de todo el mes, de todo el año, de toda la década y, ¡qué demonios! Fue el mejor día desde que tenía uso de razón.

Me levanté de buen humor, con una sonrisa grabada a fuego en los labios. Saludé a la desagradable de mi vecina como si fuera mi mejor amiga. Le guiñé el ojo al chófer del autobús que me conducía cada mañana al trabajo. Canturreé en el ascensor hasta que llegué a la redacción e incluso, abracé a Snapper cuando me mandó encargarme de la sección de esquelas.

Era la viva imagen de la felicidad y la causa era Lena. Lena y sus maravillosos labios, Lena y su profunda mirada, Lena y sus deliciosas curvas. Lena. Caminaba como si mis pies no tocaran el suelo, sonreía de forma bobalicona cada poco y parecía estar hecha de teflón, porque todo me resbalaba. Todo lo que no fuera Lena me daba igual. Nada podía perturbar mi buen humor. Podría perfectamente haber pisado una caca de perro de camino a la oficina, haberme roto un tacón y hacerle una carrera a las medias. Podría haber sufrido toda esa cadena de desastres a la vez — esos capaces de arruinarte el día — que ese martes me habría dado igual. Estaba segura de que habría seguido sonriendo.

"Ha debido de haber algún problema con tu mensaje de anoche porque no me ha llegado. ¿Te importaría reenviármelo?"

Inevitablemente sonreí por millonésima vez aquel martes al leer el mensaje de Nia. Me resultó graciosa su forma de pedirme detalles de la cita con Lena y sobre todo, cómo me reprochó, no muy sutilmente, que no hubiera salido voluntariamente de mí actualizarla al respecto. Me apeteció tentar su paciencia con largas, tenía el día rebelde e inconsciente, porque en cualquier otra jornada no habría jugado con ella por miedo a su mecha corta y su temperamento. Nia era un amor de persona y amiga, pero de paciencia siempre andaba justita y podía pasar de adorable a ogro en un rápido pestañeo.

"¿Un mensaje?¿De qué dices que te había mandado?"


"¿Qué tal si me cuentas cómo te fue tu cita de anoche y no te haces la tonta? Por aquí o comiendo juntas...tú eliges."


"No puedo salir a comer hoy. Estoy hasta arriba de trabajo y me han encasquetado la sección de esquelas."


"Debió de ir de fábula anoche si tienes las esquelas y no te has quejado ni un poquito."


"Sí que lo fue. Nia, ¡nos besamos! Todavía estoy como en una nube."


"¿Quién besó primero?"


"Yo... no me pude resistir. Fue, no lo puedo explicar... es tan...en serio, fue como... ¡guau!"


"¿Tanto, eh? Mañana hazme hueco en la hora de la comida, quiero los detalles... y, por favor, ve encontrando palabras con las que contármelos."


"Vale. XOX"

La sonrisa que no se había borrado de mi rostro se ensanchó por mis mejillas al recordar los momentos estelares de la noche anterior. Me relamí inconscientemente los labios y el recuerdo del sabor de Lena regresó a mis papilas gustativas. Quería volver a verla, ya la echaba de menos. Había sentido su ausencia el segundo después de que ella se montara en el primer taxi que paré y esa sensación de falta se había instalado desde entonces en lo más profundo de mis entrañas.

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