Dos palabras: es complicado

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Apuré al máximo mi tiempo con Lena. De hecho, salí de su apartamento cuando faltaba una hora escasa para mi quedada con las chicas. Arrastré mis pies por el parque que separaba nuestros respectivos domicilios, mientras hacía repaso de lo vivido con ella en las últimas horas. Todo había cambiado desde el viernes por la noche; mi mundo había dado un giro de ciento ochenta grados y me había sacudido con fuerza. A medida que me iba alejando de Lena tenía dos sentimientos muy presentes: el primero era la añoranza — ya la echaba de menos —; el segundo se parecía mucho al vértigo, sentía la zozobra que acompañaba el no notar el suelo firme bajo mis pies.

Ya me había involucrado con Lena, era un hecho obvio, no iba a ser hipócrita negándomelo a mí misma. Lo que sentía por ella no era un mero calentón, ni iba a ser algo fugaz. Este sentimiento había venido para quedarse. Pero una cosa llevaba a la otra, como una reacción en cadena. Aceptar eso implicaba también reconocer que Lena tenía muchas aristas puntiagudas, secretos y silencios que ocultaban algo que yo aún no podía discernir. Algo que quizás tuviera potencial para hacerme daño a largo plazo. Algo desconocido. Y ese factor impredecible se iba clavando poco a poco en mi piel como la espina de una zarza que, cuanto más intentabas zafarte de ella, más profundo se clavaba.

Lena era una incógnita difícil de predecir y para alguien como yo, que amaba el orden y planificaba hasta el más mínimo detalle de mi vida, esto era un reto.

Llegué a casa y me cambié de ropa tan rápido como pude, agarrando lo primero que saqué del armario: unos jeans azul marino y una camiseta blanca. Me recogí el cabello en una coleta, me puse mis gafas de sol y salí corriendo de casa. Ya iba tarde. Sí, yo, la señorita puntualidad iba a llegar tarde.

Entré sofocada y con la lengua fuera al Planet. La coleta se había desvencijado por el camino debido al trote que había mantenido en un vano esfuerzo por llegar no muy tarde. Mis amigas ya estaban en nuestra mesa habitual, incluida Alex. Perfecto, soy la última.

- Mira quién ha venido...- Fue Nia la primera en saludar a su manera.

- Perdonad, es que el tráfico estaba...fatal. - Usé la tan manida excusa de Alex, esperando arrancar alguna que otra sonrisa, pero todas continuaron mirándome sin pestañear.

- Siéntate... ya pensábamos que nos habías dado plantón.- El tono serio y cortante de Alex consiguió su propósito. Me senté en mi silla y me arreglé el peinado.

Nia deslizó su segundo cosmopolitan, el de la oferta de la hora feliz que aún no había tocado, y lo puso delante de mí. Si el tono de voz de mi mejor amiga ya me había puesto en alerta — ver el vaso con el cocktail solo confirmó mis temores —. El comité de sabias hoy tenía una edición especial de interrogatorio. Iban a conseguir sus respuestas por las buenas — si yo aceptaba responder voluntariamente —, o por las malas, con alcohol para soltarme la lengua. Miré a Kate, buscando un poco de su apoyo y ella solo me devolvió un encogimiento de hombros. Estaba sola ante el peligro. Suspiré.

- ¿Qué?¿Lena no viene?- Nia, como siempre directa al grano y sin perder el tiempo.

- No, ya tenía planes previos.- Respondí sin entrar en más detalles, después de todo era la verdad, eso era lo que Lena me había dicho cuando le había ofrecido unirse a nosotras. - Además pensé que sería menos incómodo para todas si ella no estaba presente durante el interrogatorio.- Bromeé un poco con la situación que tenía delante y puse mi mejor sonrisa de niña buena. Ninguna de las dos cosas surtió el efecto deseado. Público difícil esta tarde. La boca se me quedó seca de repente y opté por darle un trago a la bebida que tenía delante. - Venga chicas...dadme un poco de tregua, habéis sacado la artillería pesada a la primera de cambio. Lena me gusta y me gusta mucho.

VirahaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora