La fricción de dos cuerpos

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La mujer que me encontré al abrir la puerta de mi casa, el sábado a mediodía, era un espectro de mi Lena. Llevaba su misma ropa de alta costura y sin embargo, el porte era distinto, como si algo no encajase del todo. Su semblante pálido e inexpresivo, sólo perturbado por las grandes ojeras que arrastraba, fue lo primero que vi. Mi expresión debió de cambiar nada más hacerlo, porque ella se replegó sobre sí misma, avergonzada, cabizbaja y con los hombros caídos. Era la viva imagen de alguien derrotado y todo su cuerpo pedía a gritos un abrazo.

No fui capaz de hacer otra cosa. Acorté la distancia entre las dos y la envolví con mis brazos. Ella se quedó inmóvil, no reaccionó ni a mi toque ni a mi cercanía y por una fracción de segundo, dudé de si debía apartarme. Los últimos dos días habíamos intercambiado mensajes o llamadas algo más tensas de lo normal y temí que con mi impulso me hubiera precipitado. Deseché la idea tan pronto como vino y estrujé a Lena un poco más contra mi pecho, mientras mis manos acariciaban su espalda. Poco a poco, la rigidez de su cuerpo fue aflojándose contra el mío.

- Bienvenida a casa, corazón.- Le susurré con ternura al oído.

Sentí las manos de Lena ascender por mi espalda. Era un avance tímido en comparación con otras veces en las que habíamos estado así; temblaban como una hoja movida por el viento que no supe cómo interpretar y no tuve el valor para preguntar. Ella estaba conmigo y eso era todo lo que había deseado durante los últimos tres días. Finalmente, sus manos alcanzaron mis hombros y se aferraron con fuerza entregándose al abrazo.

- ¿Has comido?- Pregunté con suavidad y posé un beso en su sien.

Lena simplemente negó con su cabeza.

- ¿Tienes hambre?

Ella volvió a negar sin necesidad de usar las palabras, parecía no tener fuerzas ni para hablar.

- Ya sé lo que necesitas.- La estreché con fuerza y apoyé mi mejilla contra su cabeza. - Ven, mi amor.- El apodo cariñoso salió solo y natural, no lo tenía calculado. Si así hubiera sido, probablemente no lo habría dicho porque ella no quería ponerle nombre a lo nuestro. Lena ni se inmutó, lo cual me tranquilizó.

Seguíamos en el rellano junto al ascensor; en mi arrebato de abrazarla sin más demora ni siquiera la había dejado entrar en casa. Aflojé el abrazo sin llegar a separarme y rodeé sus hombros con mi brazo, atrayéndola nuevamente contra mi cuerpo. La guíe al interior de mi apartamento y ella se dejó llevar dócil y mansa, pasó la mano por mi cintura y apoyó la cabeza sobre mi hombro. Nunca la había visto así de frágil. La mujer fuerte y autosuficiente que yo conocía había sido borrada de un plumazo. No quedaba nada de mi Lena, ni siquiera un pequeño brillo de su alegría natural. En su lugar, me había sido devuelta una vasija vacía. Como una arcada llegaron de golpe todos los sentimientos de odio hacia Jack. Tuve que armarme de toda mi fuerza de voluntad para empujarlos hacia el fondo de mis entrañas y dejarlos allí olvidados. No era ni el momento ni el lugar para sacarlos a relucir. Mi rabia no iba a ayudar a Lena en nada, por eso la descarté. Me había bastado con ver el estado en el que había llegado mi chica para profesar un rencor hacia aquel hombre como nunca antes había sentido por ninguna otra persona.

Besé su sien y froté con suavidad su brazo. No podía cambiar su pasado, pero sí que estaba en mis manos darle otro futuro. Me centré en esa idea y me aferré a ella como si ésta fuera mi única opción viable.

- Un poco de descanso y estarás como nueva.- Llevaba todo el rato dirigiéndome a ella con un tono suave y tierno. Sin alzar la voz, como si tuviera miedo de que al hacerlo ella saliera espantada como un cervatillo.

Entramos al dormitorio y allí la liberé del peso de mi brazo sobre sus hombros. Lena no me dejó apartarme, su mano se enredó en mi camiseta, aquel gesto obró el mismo efecto que un grito sordo y desgarrador.

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