Un jarro de agua fría...

747 102 13
                                    

Amanecí el lunes sin haber tenido noticias de Lena. Al parecer, sus malos augurios se habían cumplido y había estado trabajando hasta bien entrada la madrugada. Antes de salir de la cama, agarré mi teléfono móvil y le envié un mensaje deseándole un buen comienzo de semana, seguido de una ristra de emoticonos de besos.

Durante todo el día no hubo respuesta por parte de mi chica. Ni una llamada ni un mensaje, nada de nada. Fue como si la tierra se la hubiera tragado, o un torbellino inmenso de trabajo la tuviera absorbida. Eso era extraño. Alguna vez había tardado en responder, pero nunca habían sido tantas horas de silencio al otro lado de la línea.

Al llegar a mi apartamento tras una intensa jornada de trabajo, me derrumbé sobre el sofá y marqué su número de teléfono. Un tono, dos tonos, tres tonos, cuatro y saltó el buzón de voz. Arrugué el morro, ¿Lena tenía contestador automático? En todos estos meses ninguna de mis llamadas había sido desviada a un grabador de mensajes, siempre había hablado directamente con ella. Carraspeé para aclarar la voz y cuando la mensajería hizo sonar el beep, me puse a hablar.

- Eh... cielo... me preguntaba...- Hablar con una máquina no se me daba especialmente bien. Entendía la mecánica y mi trabajo en buena parte dependía de grabar las declaraciones de los entrevistados. Sin embargo, siempre que tenía que dejar un mensaje en el buzón de voz de alguien, me ponía nerviosa y me aturullaba. - ...si ofreciéndote una cena de tu restaurante favorito, ese que está cerca de mi casa... Bueno, si te podría convencer...- Sacudí la cabeza. Venga Kara, no es tan difícil. - para que dejaras de trabajar y comieras algo. Llámame y me dices qué quieres del menú. Eh... puedo recogerlo de camino a tu casa. Un beso cariño.

Suspiré aliviada al colgar la llamada. Había superado la prueba, el mensaje había sido grabado. Me revolví en el sofá y saqué el mando de la televisión que, como de costumbre, estaba entre los cojines que conformaban el asiento. Encendí la tele y me entretuve viendo la carta que ofrecía el canal streaming que tenía contratado. Al cabo de un largo rato, el sonido de notificación de mi teléfono captó mi atención. Acababa de recibir un mensaje de texto. Era de Lena. Bastó con ver su nombre en la pantalla para disparar mi sonrisa.

"Lo siento Kara, olvidé decirte: esta noche tengo una cena de trabajo con un cliente. Se alargará seguramente. Cuando acabe iré directamente a mi casa a dormir. Un beso."

La sonrisa de mis labios se disipó con la misma velocidad con la que había aparecido. No vería a Lena.

~•~

El martes salió lluvioso, de esos días en los que la lluvia era tan fina que se formaba una neblina sobre la ciudad que se extendía hacia el mar. O viceversa, donde la galerna traía hacia tierra aquella niebla húmeda que se colaba hasta los huesos. Tenía su puntito bucólico, apenas abandonabas la guarida de casa, olía a salitre por doquier. El sentido del olfato tenía el poder de evocar recuerdos mejor que ninguno de los otros cuatro sentidos. Por ese motivo, cualquier otro día, ese detalle me habría recordado a mi playa y de forma automática me habría calmado. El mal tiempo no habría podido privarme de lucir una sonrisa en mi rostro.

Pero no fue el caso de ese martes: el parte meteorológico parecía haberse adaptado perfectamente a mi estado de ánimo, una combinación de grises. Había calado poco a poco, como lo hacía el agua que lloviznaba. Primero lo hizo sobre mi piel hasta empaparla, sin prisa, y cuando quise darme cuenta se había filtrado hasta el fondo de mi alma.

Con ese humor tan apagado y tristón, me subí al autobús que cada mañana me llevaba al trabajo. Le había enviado, a primera hora de la mañana, un mensaje a Lena. Uno de buenos días y ella todavía no había contestado. Sentada junto a la ventanilla, observé la ciudad que trataba de desperezarse de su letargo. En los días lluviosos, el tráfico era un caos y el transporte público también lo sufría. Apenas avanzábamos metro a metro y debíamos pararnos nuevamente. Suspiré mientras miraba los patrones, que trazaban las gotas de lluvia contra el vidrio de la ventanilla. Formaban una especie de riachuelos que confluían unos en otros, que formaban meandros imposibles y que se rasgaban cuando el autobús aceleraba. Volví a suspirar. De mis labios salió exhalado el nombre de Lena, y mi aliento empañó el cristal. Sin darme cuenta me había acercado demasiado a la ventana, mientras estaba sumida en un aura de melancolía.

VirahaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora