Dos semanas y un viaje

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Habían pasado prácticamente dos semanas desde que tuve la charla con Cat Grant. En todo ese tiempo, había estado en la redacción con un ojo puesto en la retaguardia, esperando el momento en el que ella saltara e inyectara el veneno cual alacrán. Era su carácter, y Lena lo había descrito a la perfección: la directora de CatCo no era una persona que dejara estar las cosas; sobre todo, cuando ella no había salido airosa ni beneficiada de la situación como era el caso.

Me mantuve alerta, pero con el paso de los días fui relajándome. Snapper seguía asignándome reportajes con normalidad, diría que los de las últimas semanas habían sido mucho más interesantes que los anteriores y a la jefa suprema apenas me la había cruzado un par de veces por los pasillos. En ninguna de esas ocasiones habíamos mediado palabra alguna, ella se había limitado a mirarme con recelo y algo más. Si debía atenerme al refranero, podía haberlo interpretado como una de esas miradas que si matasen habría caído fulminada. Si esa era la mayor represalia que estaba dispuesta a tomar en mi contra por mi osadía, podía quedarme tranquila. Poco me importaban aquellas reacciones infantiles por su parte, en realidad poco me importaba cualquier otra cosa que no fuera Lena o mi trabajo. 

Estaba centrada en mi carrera, poniendo todo en el asador durante mis jornadas laborales para que nadie pudiera poner en tela de juicio mi valía. Una vez terminado mi horario, abandonaba la redacción y dedicaba el resto del día a pasarlo junto con mi chica. Finalmente parecía haber encontrado un balance que funcionaba a la perfección.

Por eso, cuando Lena me pidió que la acompañara en su viaje de trabajo a Metrópolis, lo tuve claro y pedí un par de días libres. Había acumulado suficientes horas extra para permitirme el lujo de no tener que dar explicaciones ni pedir favores.

Ni por un momento se me pasó por la cabeza quedarme en National City mientras ella volaba a su infierno personal. Máxime cuando había querido hacerlo desde el instante en el que ella me confesó qué le había sucedido allí. Lena, contrariamente a lo que había hecho en sus viajes previos, estaba pidiendo ayuda, quería tenerme de apoyo. Era su talón de Aquiles y había cruzado nuevamente otra de sus líneas rojas al pedírmelo. Seguía expuesta, sin máscara, a corazón abierto y me lo iba demostrando día tras día desde que nos dimos una segunda oportunidad. Había sido muy valiente al preguntármelo; yo sabía de sobra cuánto le habría costado reconocer su debilidad y cómo de vulnerable se debía de sentir al hacerlo. Así que mi única preocupación era estar a la altura de las circunstancias y ser digna de su confianza. No quería fallarle, no cuando ella había apostado por nosotras a pesar de sus miedos, mucho menos ahora que ambas íbamos a encarar de frente a sus fantasmas.

Saqué mi mochila del altillo del armario y preparé las cosas que quería llevar conmigo. Me gustaba viajar ligera y una de mis manías era prescindir de la maleta, porque por pequeña que ésta fuera siempre se identificaba con el hecho de ser turista y lo odiaba. Aquellas simples cuatro ruedas te ponían en el disparadero de carteristas y amantes de lo ajeno. Sin embargo, una mochila podía ser de cualquiera; de un turista o de un local y eso me daba cierta seguridad por un lado. Por el otro, su reducido tamaño me daba libertad de movimiento. A la espalda era la forma más cómoda de llevar las pertenencias, especialmente cuando tocaba subir y bajar escaleras o tomar el transporte público. La única pega, por buscarle alguna, era que había que saber reducir el contenido al mínimo y doblar las prendas con maestría para aprovechar el escaso espacio, y ese arte lo había ido dominando con los años.

Seleccioné sobre la cama los artículos que consideré imprescindibles: un par de vaqueros extra, dos camisetas, mudas para los días que estaríamos fuera, un neceser pequeño, un libro y por último un spray de pimienta por si nos encontrábamos con el impresentable de Jack. Cuando lo metí todo en mi mochila parecía que hubiese pasado una pantalla del Tetris, estaba todavía medio vacía. No la rellené más, reservaría el espacio extra para algún capricho o recuerdo que me comprase en Metrópolis.

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