Empezamos de cero

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Me había costado superar el bloqueo, pero una vez que lo dejé atrás ya no había manera de despegarme de Lena. Como si se tratara de recuperar el tiempo perdido, me convertí en una especie de lapa adherida a ella casi como una segunda piel. En cuanto abandonamos el restaurante italiano, nuestros besos y caricias fueron subiendo de tono. Yo volvía a ser la viva imagen de una adolescente sucumbiendo a los designios de sus hormonas y ella no podía estar más contenta. Las risas nerviosas surgían de Lena entre beso y beso, como si no pudiera creerse lo que estaba viviendo.

En cuanto cerré la puerta de mi apartamento, se dio el pistoletazo de salida para desnudarnos mutuamente. Las prendas fueron volando por el pasillo y para cuando llegamos al dormitorio, ambas lucíamos como nos habían traído al mundo.

La impaciencia de ella parecía más imperiosa que la mía, a juzgar por cómo se las ingenió para caer sobre la cama a horcajadas sobre mí. Lena estaba desatada, hambrienta y bombeando lujuria sin control por sus venas. La tomé por las caderas y detuve los besos un instante.

- Cariño, no hay prisa...- Susurré con voz dulce y calmada. - No voy a ir a ningún lado y soy solo tuya.- Mis manos vagaron por sus costados. - Solo tuya, esta noche y todas las demás.- Acaricié su mejilla.

La respiración de Lena era entrecortada, giró el rostro y besó la palma de mi mano. - Mía.- Exhaló paladeando cada una de las letras en su boca. Asentí con la cabeza y nuestras miradas conectaron. 

El verde de sus ojos había desaparecido en favor de unas pupilas dilatadas, era el efecto colateral del deseo que la estaba invadiendo. Me incorporé hasta abrazarla, dejando que mis manos fueran repartiendo caricias por aquí y por allá. Su cuerpo se arqueó rápidamente, anhelante de un nuevo contacto.

- Sígueme el ritmo.- Le susurré al oído antes de comenzar un camino de besos por su cuello. Ella asintió como única respuesta. 

No quería precipitar el desenlace, y menos ahora que la había recuperado por completo. Desde el día que rompimos, había soñado con la idea de volver a tenerla, de saborear su piel y adentrarme en sus entrañas. Había sido una fantasía recurrente en mis noches insomnes donde penaba su pérdida; ahora que la tenía entregada frente a mí, iba a cocinarla a fuego lento. Aprovecharía cada uno de los segundos disponibles y haría que contase, por todas y cada una de esas noches que pasamos separadas.

Me dediqué a los preliminares más exhaustivos de toda mi vida, recuperando cada centímetro de su piel, colonizándola con mis labios y marcando el terreno con mi lengua. Era excitante ver cómo ella imitaba mis avances, haciendo las delicias sobre mi cuerpo y conteniendo su impaciencia.

En el tiempo que estuvimos separadas, a pesar de mi buena memoria, había olvidado los pequeños detalles: la forma en la que Lena temblaba cuando rozaba fugazmente su piel, el gemido que dejaba escapar tras recibir un beso en el cuello, la presión de sus dedos sobre mi espalda al tocarla donde anhelaba. Era un conjunto de cosas, insignificantes por sí solas, pero que unidas constituían el todo más hermoso que jamás había presenciado.

Los primeros rayos de sol nos encontraron retozando en la cama. Para entonces, el olor a sexo inundaba la habitación y podía casi palparse en el ambiente. Hacía horas que había dejado de contar los orgasmos compartidos y me había centrado más en las sensaciones de mi cuerpo. Ambas respirábamos entrecortadamente, agotadas tras una noche de infarto, pero nos resistíamos a detenernos, ninguna de las dos parecía haberse saciado aún de la otra.

Cubrí su cuerpo con el mío y me adentré en ella con suavidad. Lena me envolvió en un abrazo apretado y exhaló un gemido ronco. Acerqué mis labios a su oído y susurré melosa al ritmo de las embestidas de mi mano. - Te quiero... te adoro... te deseo... mi diosa... te amo...

VirahaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora