Una impostora

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Después del abrazo, las muestras de afecto brillaron por su ausencia y la culpa de esa situación era únicamente mía. No sabía cómo comportarme con Lena cerca porque había perdido la capacidad de desinhibirme. ¿Podía besarla cuando quisiera?¿Debía hacerlo? No me salía natural regalarle caricias y mimos, ya no. Tenía miedo de mostrarme vulnerable, de abrirme nuevamente y de que ella volviera a lastimarme. La cicatriz aún era muy reciente y no había conseguido recuperarme. Por si fuera poco, era incapaz de predecir cuándo lo haría. Lo único seguro era que yo seguía con las defensas en alto y mis niveles de desconfianza al máximo. Ese no era el mejor caldo de cultivo para iniciar ningún tipo de relación.

Lena, por su parte, caminaba a pies puntillas a mi alrededor y, si tuviera que apostar, diría que temía que cambiase de opinión, que me echara atrás y le arrebatara esa segunda oportunidad.

Éramos dos extrañas instaladas en una charla banal después de haber diseccionado nuestros sentimientos. Hablar del tiempo o del trabajo fue como dar un paso atrás tras todo lo que habíamos puesto sobre la mesa aquella mañana. Sin embargo, no encontramos otra manera de sobrellevar la tensión en la que estábamos inmersas. Ambas habíamos decidido seguir adelante juntas, pero no teníamos ni idea de cómo hacerlo.

Para la hora de comer habíamos acabado todos los temas de conversación posibles. Cocinamos un menú improvisado con los cuatro ingredientes que tenía en la nevera en completo silencio y lo comimos de igual manera. Ambas nos lanzamos miradas furtivas de tanto en tanto, pero fuimos incapaces de decirnos nada más.

Al terminar el almuerzo nos sentamos en extremos opuestos del sofá, se notaba la tirantez entre ambas puesto que nunca, ni siquiera al principio de nuestra relación, habíamos mantenido tanta distancia entre nosotras. El mando a distancia del televisor parecía no estar entre los cojines de mi lado, así que me incliné hacia el lugar en el que estaba Lena y antes de que pudiera darme cuenta ella me había rodeado con sus brazos. Debió de pensar que mi aproximación buscaba eso, mi gesto sin anunciar le dio pie a malinterpretarlo o quizás ella estaba deseosa por cualquier contacto. Mi reacción fue apartarme, extrañamente mi cuerpo seguía actuando bajo sus propios impulsos. 

- Estaba buscando el mando.- Agité el dispositivo, que había encontrado, frente a ella.

Su cara de shock mutó rápidamente a decepción. - Oh... perdóname.- Subió los pies al sofá y se abrazó las piernas.

Lena se estaba disculpando por dar una muestra de afecto. Ella creía haber hecho algo mal cuando lo único que había estado mal había sido mi reacción. Su postura encogida y cabizbaja en el sofá hizo revivir viejos fantasmas. Ya la había visto así en otras ocasiones y nunca había habido un trasfondo bueno.

- Estás sufriendo...- Murmuré al llegar a la conclusión.

Ella se encogió un poco más en su espacio y escondió el rostro tras sus piernas. - Me lo merezco. Fui yo la que lo estropeó todo.- Masculló con un hilo de voz.

- Eso no es cierto.- Recuperé el espacio que había retrocedido ante ella.

Lena alzó el rostro y enfrentó mi mirada. Había una mezcla de sorpresa y tristeza infinita en sus ojos. Seguía sin endosar su máscara y casi pude leerle el alma. Estaba inmersa en un duelo con sus propios miedos, pero no era solo eso, había algo más, algo nuevo. Acaricié su mejilla e instantáneamente ella cerró los ojos ante mi toque y sus pestañas se humedecieron.

- No lo mereces.- Repetí mis palabras y lo haría cien o mil veces más si de ese modo ella llegara a creérselo. - Las dos hemos sufrido suficiente.- Envalentonada por sus ojos cerrados, me incliné y besé su frente. - Perdóname tú a mí. Todavía no sé cómo comportarme, pero sí sé que no quiero lastimarte.

VirahaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora