Solo quedó la nada

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Lloré hasta que mis lagrimales se quedaron secos. Salió todo un mar de lágrimas saladas y después me sentí vacía. Dentro de mi pecho solo quedó la nada. Una gran extensión árida y sin vida de tierra yerma igual a un desierto. Mis peores augurios, esos a los que no había querido prestar atención, terminaron por cumplirse. Habían estado presentes desde el comienzo y yo había decidido ignorarlos, incluso en las últimas semanas cuando el runrún de su cantinela sonaba cada vez más y más fuerte.

Lena anhelaba una vida que había dejado de lado porque yo no era suficiente, porque yo no podía darle eso que ella quería. La congoja volvió a anudarse alrededor de mi torso, oprimiendo mi pecho hasta cortarme la respiración. Me estaba ahogando en mi propia miseria y solo mi mini-yo pesimista parecía estar disfrutando del momento. Saltaba y gritaba cual bufón de pacotilla: "Te lo dije, te lo dije", mientras me señalaba con su dedo índice acusador.

En ese estado fui incapaz de pegar ojo en toda la noche. Rehusé meterme en la cama, sabedora de que el simple hecho de reconocer su aroma en las sábanas me haría llorar su pérdida. En su lugar, me acomodé en el sofá hecha un gurruño con mi propio cuerpo, abrazándome las piernas, y sin ganas de hacer otra cosa que regodearme en mi pena.

Repasé los acontecimientos de la noche, las frases que dije, las que dijo ella, mis acciones, las suyas. Adelante y atrás en el tiempo, como si pudiera rebobinar mis recuerdos, analizarlos y modificarlos para conseguir un resultado mejor. Uno en el que aún Lena permaneciera a mi lado. ¿Qué podía haber hecho o dicho de forma diferente para hacer que ella cambiara su determinación, o quizás si yo hubiera aceptado su petición? No, eso último no habría sido posible, porque nunca habría sido feliz sabiendo que ella se estaba entregando a otras personas. Los celos me habrían carcomido por dentro desde el minuto cero y mi existencia sería miserable.

La claridad que entraba por la ventana me alertó de que ya era sábado y que la noche larga e infinita, la primera de muchas, ya había finalizado. Me levanté del sofá con una sola determinación: si el sol se alzaba testarudo cada mañana en el horizonte, yo también podía comenzar un nuevo día. Mis músculos se quejaron cuando me estiré, estaban atrofiados y entumecidos por la mala postura que había mantenido durante horas. Arrastré mis pies hasta el cuarto de baño y contemplé mi reflejo en el espejo. Ojos rojos e hinchados y cara de mierda. No hay maquillaje que arregle este desastre.

Me di una ducha y dejé que el agua caliente arrastrara por el desagüe la tristeza que me había consumido en las últimas horas.

Fue un alivio que me ofreció una tregua y algo de energía renovada. Pasé la mano por el espejo empañado y atisbé nuevamente mi reflejo, todavía seguía siendo un espectro de mi propio ser, pero me sentía algo mejor.

Busqué entre las pertenencias de mi bolso, el teléfono móvil y le envié un mensaje a Alex.

"¿Estás en casa?¿Con Sophie?"

Mi mejor amiga, a pesar de la hora que era, no tardó en responder.

"Estoy en casa, Sophie tenía turno doble. ¿Estás bien?"


"Te llevo el desayuno y te cuento. Un beso."


"Kara, me estás preocupando."


"Estoy allí en menos de media hora."

Salí de casa como una exhalación. Ahora que tenía luz verde para ver a Alex solo tenía una cosa en la cabeza: llegar cuanto antes. Mis pies volaron sobre la acera en una carrera frenética contra mis lágrimas. Paré únicamente en una degustación de camino para comprar unos dulces y dos cafés, el desayuno prometido en mi mensaje. Iba en piloto automático, sin ser consciente al cien por cien de todas mis acciones. De hecho, cuando me detuve en el portal de mi mejor amiga, no sabía muy bien por dónde había llegado. Supuse que por el camino más corto, pero no tenía la certeza de ello.

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