Centímetro a centímetro

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Me costó un triunfo quedarme dormida, principalmente porque mi cabeza no paraba de darle vueltas a todas las señales que había ido captando en el comportamiento de Lena. Ella hacía un buen rato que había caído en un profundo sueño entre mis brazos. Ni siquiera sentirla así de cerca me trajo un poco de serenidad. Inhalé su aroma, tan característico que me recordaba a un dulce de canela, y que tanto había añorado en las noches previas. Al menos estaba de vuelta, aunque solo fuera de cuerpo presente. Su mente parecía estar muy lejos de aquí, tanto que incluso sospechaba que volaba huyendo de nosotras, de ese un nosotras que todavía ella no había sido capaz pronunciar en voz alta. ¿De qué podía tratarse eso que la consumía por dentro? Y lo más importante, ¿por qué no quería decírmelo? Besé su coronilla y traté de relajarme.

En total, aquella noche debí dormir unas cuatro horas antes de que mi mini-yo volviera a hacer de las suyas. Usé el truco de mi playa, esperando de ese modo expulsar los pensamientos negativos que me tenían en vela. No funcionó, con Lena nunca lo había hecho. Ella era el tendón de Aquiles de mi remanso de paz, de mi lugar seguro. Siempre que algo relativo a Lena me angustiaba y trataba de serenarme regresando a mi playa desierta, había conseguido el efecto contrario. Probé a dejar mi mente en blanco y me concentré únicamente en mis respiraciones largas y profundas. Si no podía dormir más, al menos aguantaría en la cama a su lado.

Contra la mañana, cuando la luz del sol se abrió camino por la habitación y la claridad se filtró a través de mis párpados cerrados, noté el cuerpo de Lena revolverse y liberarse de mi abrazo. Cualquier otro día, habría abierto los ojos en cuanto ella se despertara y le habría dado los buenos días, sin embargo, aquella mañana no lo hice. No hice ninguna de las cosas que habían sido parte de un hábito que había desarrollado durante los seis meses que habíamos compartido el lecho. En lugar de eso, fingí seguir durmiendo y me deslicé por la cama siguiendo el calor que su cuerpo había dejado impregnado sobre las sábanas. Agudicé el oído y esperé paciente.

Lena se sentó al borde de la cama y permaneció allí durante un tiempo que a mí me pareció eterno. Estuve tentada de abrir los ojos, solo para observar qué estaba haciendo, aunque eso supusiera que ella se diera cuenta de que yo no dormía como fingía estar haciendo. Resistí el primer impulso y aguanté sin ceder a la curiosidad. Al fin, se puso en pie y por lo que pude interpretar de los sonidos que llegaban a mis oídos, deduje que se estaba vistiendo. Fue el roce de los tejidos y la cremallera en ascenso lo que me dio la pista de que su vestimenta no era la de estar por casa, sino la de salir a la calle. Lena se estaba escabullendo de mi casa a hurtadillas. Un nudo se me apretó al corazón. Tantas veces temí lo mismo, — después de aquella mañana en la cual había encontrado su nota y una cama vacía — que no era otra cosa que despertarme y que ella no estuviera a mi lado. Había sido una constante en todo este tiempo, mi miedo recurrente y al fin, se había hecho realidad.

De algún modo, me las arreglé para seguir fingiendo un sueño que por fuerza se había transformado ya en pesadilla. Quizás fue culpa del miedo que me invadió cuando comprendí en qué situación me encontraba, el caso fue que me paralicé. Habría debido despertarme, habría debido detenerla, increparla o simplemente enfrentarla y preguntar adónde se iba y por qué. Habría debido exigir una respuesta o explicación, pero no lo hice. En cambio, permanecí tumbada, inmóvil sobre una cama que a cada minuto parecía ir extendiéndose centímetro a centímetro y que amenazaba con engullirme. Todo mi cuerpo se sintió pesado, como si mis huesos fueran de plomo y yo no tuviera fuerza suficiente para moverlos. Sentí los labios de Lena besando mi sien, tras eso unas pisadas sigilosas que se alejaban y al final un portazo suave. Ella se había ido.

~•~

Esta vez Lena no dejó una nota, tampoco envió ningún mensaje a lo largo del sábado, ni llamó para disculparse por su repentina fuga.

VirahaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora