En una sola dirección

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Me sumí en la nueva monotonía de comenzar una semana sin ver a Lena o tener noticias de ella. Fui a CatCo, cumplí estrictamente mi jornada laboral y traté de no mirar mi teléfono cada cuarto de hora. Las dos primeras cosas las logré sin grandes esfuerzos, con la tercera fracasé. Aguantar sin escribirle o llamarla estaba resultando ser una ardua tarea, casi tan complicada como pasar las jornadas sin saber de ella. Darle ese espacio, que ella había demandado a su manera y sin mediar palabra, era mucho más complicado de lo que había imaginado inicialmente.

En el autobús de vuelta, tras mis ocho horas de jornada laboral, decidí bajarme un par de paradas antes de la mía. Esa era la parada más próxima a su casa y la tentación de desviarme de mi propósito palpitó con fuerza. Todo mi cuerpo parecía gravitar en una sola dirección, cuyo epicentro tenía sede en el apartamento de Lena. Me armé de toda mi determinación y dirigí mis pasos en sentido contrario, hacia el parque y, por ende, hacia mi casa. A medida que daba un paso tras otro, alejándome de donde quería estar mi corazón, sentía la pesadez de mis pies y un lastre anudado a mi espalda.

Crucé el parque de punta a punta y solo al llegar a la verja de salida me permití mirar hacia atrás. No tardé en divisar el mástil con la bandera que ondeaba en el ayuntamiento y detrás de este el bloque de apartamentos en el que habitaba ella. No me convertí en estatua de sal, tal y como se relataba en el libro del Génesis, pero sufrí una punzadita en el pecho. Inspiré hondo, me giré sobre mis talones algo más cabizbaja que de costumbre, y retomé mi camino.

Estaba tan sumida en mis propios pensamientos que no me di cuenta de que una persona estaba sentada en el escalón de entrada al portal, hasta que casi puse un pie sobre ella.

- ¡Lena! ¿Qué haces aquí?- La sorpresa solo me permitió hacer la pregunta más obvia.

Me quedé parada, congelada en el espacio-tiempo en el cual me había percatado de la presencia de mi chica. Ella se puso en pie de un brinco. Iba vestida con un atuendo deportivo, compuesto por unas mallas ceñidas y un top ajustado y tan corto que dejaba a la vista su tonificado vientre. Era, probablemente, la última persona que habría esperado encontrarme allí, sobre todo desde su fuga precipitada de casa el sábado. Sin embargo, Lena era la única persona a la que habría deseado ver en ese preciso instante. La única cuya presencia había anhelado tanto que mi corazón se retorcía en el pecho.

Observé las curvas de ese cuerpo que tanto me fascinaba, escultural como había pocos, sin lugar a dudas era mi obra de arte favorita.

Me tomé mi tiempo admirándola, y cuando por fin posé mis ojos en su rostro, la expresión de Lena era divertida. Su sonrisa se alargaba casi de oreja a oreja, marcando unos preciosos hoyuelos a cada lado.

- Vine a por eso.- Sacudió su cabeza en mi dirección y se mordió el labio inferior.

Apenas pude tratar de descifrar a qué se refería por eso, ella ya se había abalanzado sobre mí y me estaba besando con una furia y un ímpetu que hacía mucho que no le había visto. Se parecía muy mucho a nuestros primeros besos, con los que ella había tratado de tentarme para llevarme a la cama. Inspiré hondo y llené mis pulmones de oxígeno entre beso y beso. Sus feromonas entraron de golpe hasta las profundidades de mi ser. Era la combinación previa a la tormenta perfecta: su olor dulce de canela con un puntito de sal tras una tarde de footing en el parque. Irresistible, así era ella y ése su efecto sobre mí.

Encadenamos nuestras lenguas y prácticamente nuestros cuerpos. Lena, fiel a sus costumbres, me tenía atrapada entre sus extremidades. Como si ella fuera un osito panda y yo su brote de bambú preferido. Recorrí su espalda a palpo, desde su top hasta su trasero y metí las manos por dentro de la lycra ceñida de los pantalones. La escasa tela de su tanga apenas opuso resistencia a mi avance, por lo que me tomé la licencia de apretar con fuerza los cachetes de sus nalgas. La situación entre ambas estaba subiendo rápidamente su temperatura.

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