Dualidad

981 110 8
                                    

Fui incapaz de pegar ojo en toda la noche. Después de la revelación de Lena, mi mente no pudo relajarse ni encontrar paz. Pasé las horas en vela, abrazándola, sosteniéndola contra mi pecho, acunando sus sueños.

No pude conciliar la imagen que su secreto había grabado a fuego en mi cabeza con la mujer que tenía entre mis brazos, a la que amaba. Era algo inconcebible que me transportaba de alguna forma al momento en el cuál conocí a Lena. En aquel entonces fue su dualidad lo que me llevó un tiempo asimilar; ahora volvía a encontrarme nuevamente con las dos caras de una misma moneda. Con una sola diferencia: esta vez ese hecho concreto de su pasado me causaba rechazo y repulsa.

Aferré con fuerza las sábanas y cerré los puños. ¿Qué clase de monstruo desalmado era ese malnacido de Jack?, ¿cómo alguien que decía amar a Lena podía haberle infringido tanto dolor y de tantas formas? Yo, que la amaba, que sabía cómo se sentía saberse amada por ella, tan solo quería cuidarla, hacerla sentir especial y venerarla. Querría ser capaz de protegerla, de preservarla en una burbuja y que pudiera vivir ajena a todo mal. Solo deseaba que ella fuera feliz y que su sonrisa, si dependía en algo de mí, permaneciera imborrable en su rostro. Si yo en tan poco tiempo había llegado al punto de sentir algo tan profundo por ella, no podía comprender cómo era posible que otra persona hubiera podido ser tan cruel.

La piel que ahora acariciaban mis manos, esa que era tan suave como la seda, era la misma que hace unos años encajaba golpes de un cretino. Él había teñido de rojo aquella piel de porcelana blanca, rasgando por la fuerza una dermis que habría debido de ser tratada con mimo.

Pero ese energúmeno no se había detenido en las cicatrices externas de su maltrato, las que se podían ver a simple vista. Un abusador y maltratador nunca lo hacía. Los golpes no habían llegado de un día para otro. Primero llegaron los desplantes, los insultos, el menosprecio. Esa situación, repetida a diario, cual lluvia fina que calaba y se filtraba poco a poco en la víctima, por fuerza creaba otro tipo de cicatrices internas. ¿Cuánto daño había causado en Lena tener que guardar silencio, soportar la vergüenza en soledad, cargar con una culpa de unos abusos de los cuales era únicamente la víctima? De esas cicatrices ya había visto una parte, incluso sin saber qué las había causado, yo ya había sido testigo de ellas durante estos últimos meses.

Una lágrima escapó por mi mejilla, me incliné antes de que un torrente de ellas escapara a mi control y besé su coronilla.

No me consideraba una persona violenta, pero a Jack lo odiaba sin conocerlo; si lo tuviera enfrente sería capaz de desmembrarlo con mis propias manos. La rabia llevaba horas emponzoñándome, bombeándose con cada latido hasta los confines de mi ser. Las mismas manos que estaban meciendo a Lena, esas que eran incapaces de lastimarla, esas mismas, podrían destrozar al culpable de todo su sufrimiento.

Si ese indeseable no se hubiera cruzado nunca en su camino... Si nunca hubiera causado una cicatriz tan profunda en ella... ¿Cómo sería Lena hoy en día? Traté de imaginarme una versión más confiada, menos hermética y sin fantasmas. A buen seguro sería una mujer alegre, espontánea y relajada, sin aristas ni coraza, porque nunca la habría necesitado. Quizás esa mujer nunca se habría mudado a National City y muy probablemente nunca nos hubiéramos conocido. En esa realidad, ella no estaría durmiendo entre mis brazos y posiblemente fuera feliz.

La vida era irónica y no dejaba de sorprenderme con un humor negro y ácido.

Suspiré. En un par de horas amanecería y yo debía de ser capaz de cumplir mi palabra. No dejaría que esto nos afectase, no más de lo que ya lo había hecho. Lo que yo sentía por ella no había cambiado, no se cumplirían los malos augurios de Lena. Yo no actuaría de forma diferente. Debía seguir siendo la misma, la roca en la que ella pudiera apoyarse siempre que lo necesitase, la constante en su vida.

VirahaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora