Resiliencia

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  Frente a todos, con la mínima iluminación del interior tocando su rostro, se encontraba una criatura, delgada, casi en los huesos, de cuencas negras y una mueca parecida a una larga y siniestra sonrisa. Vestida con una túnica abierta de cuero desgastado, camisa de una tela desconocida y un pantalón de cuero, que lo asemejaba a un aventurero caído en la desgracia.

  —¡Por los dioses! —dijo alguien entre la multitud, tartamudeando con terror.

La criatura volteó a mirar a los soldados de túnica negra, de forma parsimoniosa, sin ninguna intención por dejar de sonreír.

Primius tembló al ver la desolada mirada de la cosa humanoide, forzando a su mano a ir por el cuchillo puesto en su cinturón, desenfundó con lentitud, sin hacer el mínimo ruido posible.

  —No hagas ningún movimiento —aconsejó Gustavo, con un tono débil.

  —Alto Señor —dijo la criatura en deferencia, en un idioma ya perdido. Gustavo asintió, un acto que nadie vislumbró—. Je, je, je, ja, ja, ja.

Cada uno de los presentes tragó saliva al escucharlo hablar, sin entenderlo realmente, y muchos parecían preferirlo, pues, aunque sutil y bajo, les había helado la sangre aquel tono fúnebre.

Llevó su mirada a uno de los muchachos al final del tugurio, vislumbrando incluso con la oscuridad el acto de desfundar. Su risa se volvió más fría y tétrica, mientras dirigía sus pasos al bizarro individuo con la espada en alto, hoja que temblaba y resplandecía de azul.

  —Debemos irnos —dijo al verla retirarse del camino—. Primius, vámonos.

  —¿Y ellos? —preguntó, temblando de miedo sin saber en realidad la razón.

  —No morirán.

  —¿Cómo lo sabes?

  —Te lo explicaré cuando nos hayamos ido.

  —No puedo escapar...

El enfrentamiento culminó antes de comenzar, con un resultado que para todos resultó obvio, más, sin embargo no era el deseado.

  «¡No los mates!», ordenó con autoridad vía mental al verlo abrir su mandíbula con la intención de darle una mordida a la cabeza del muchacho.

  —No matar, entendido. Je, je, ja, ja —Se repitió, ligeramente desanimado.

Primius no separó la mano de la empuñadura del cuchillo, sintiendo que si lo hacía, su valentía para mantenerse en pie se esfumaría.

  —¡Criatura del abismo, vuelve con tu creador! —gritó alguien entre la multitud, tan aterrado que su voz se quebró a media frase.

El objeto que había acompañado al grito golpeó la cabeza del sonriente, provocando que su mueca se extendiera aún más. Recogió el hueso de lobo, tallado con el símbolo del dios Sol, solo para arrojarlo a un lado con desinterés.

  —Esa magia ya no tiene poder en nosotros, je, je, ja, ja...

Silencio, únicamente silencio.

Gustavo sintió una mala premonición al ver a la hija del encargado temblar detrás del mostrador, mientras repetía con locura una sola frase: no es posible.

  —¿Terminaste? —preguntó un hombre de rasgos no definidos, cubierto por las sombras del fondo del tugurio.

  —Aún no. —Apretó los labios, sin quitar apartar la mirada de su creación—. Joder. —Ahogó el gritó por el dolor de sus dedos, que se inmovilizaron por el descontrol energético.

Gustavo exhaló con pesadez.

  —Me equivoqué —Retomó su postura, con el dolor presente en su pecho y cabeza—, realmente me he equivocado.

El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora