Una verdad no conocida

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  Se encontró cara a cara con Ollin al cruzar la salida. Le observó con curiosidad, y él le regresó la mirada, con desinterés.

  —Las maldiciones son magia prohibida —dijo al dejarle avanzar—, no deberías usarlas a la ligera.

  —No fue magia —dijo, sin volver la mirada—, no tuve que ver en su destrucción.

Ollin quiso indagar, pero prefirió callar, las cosas se estaban tornando demasiado complicadas, y tenía la sensación de que el joven humano se estaba volviendo una espada muy filosa envuelta en una vaina de papel.

Primius y Meriel se miraron, queriendo conocer si habían experimentado lo mismo a causa del vínculo conferido por el señor de ambos, y lo confirmaron al verse a los ojos, sin la necesidad de una sola palabra.

Xinia continuó alerta, nerviosa porque algo los atacase, pues, aunque tenía en su corazón la certeza de que no podrían hacerle ningún mal, esa maldita cosa que le había arrebatado a sus padres había vuelto a su mente para hacerle daño, para desconcentrarla y llenarla de miedo, y por mucho que deseara en negarlo, estaba teniendo éxito.

  —Experimentaban con niños —dijo Gustavo de forma tan repentina que hizo que todos volvieran su atención a él. Su tono tranquilo y falto de emoción hizo más lúgubre el significado de sus palabras—, cosechaban el poder de sus núcleos para crear artilugios mágicos, o pociones que potenciaran sus propios poderes. Hicieron cosas que no quiero describir por respeto a las almas atormentadas de los fallecidos...

  —Desgraciados —dijo Meriel, tocada por la injusticia de los que en su tiempo tomaron este lugar como hogar.

Xinia asintió, apretando el mango de su hacha.

  —¿Cómo lo sabes? —inquirió Ollin.

  —Es una buena pregunta, pero estoy seguro de que mi respuesta les será poco satisfactoria, pues, no lo sé. —Se adentraron al único pasillo presente, que parecía extenderse en una distancia imposible de calcular. Ni la propia luz de las águilas podía penetrar a más allá de cincuenta pasos—. Mi mente explota con conocimiento de lo nunca aprendido. Desde mi primer segundo de haber despertado experimenté recuerdos de una vida ajena a mí. Observé batallas tan intensas y feroces que los mismos cielos se cubrieron de sangre, bestias que solo podía catalogar de calamidades, y entidades humanoides que a ojos mortales solo podían describirse como dioses... Observé la vida y la muerte, y estoy harto, me abandonaron en la oscuridad. —Un gélido viento recorrió las espaldas de los presentes, inundando sus mentes con pensamientos deprimentes y fatídicos—. Pasé la vida en ella y lo odié con todo mi ser...

La muerte recorrió el pasillo, tocando a cada uno con la advertencia de lo irremediable.

  —¡Gus! —gritó Ollin con fuerza.

  —Enloquecí —ignoró el grito—, lo sentí todo, y ahora sé —El extremo acto desapareció en un chasquido, como si nunca hubiera sido creado—, que no puedo descontrolarme ni en lo más mínimo. Mi cordura está atada a un delgado hilo, y mis emociones guardadas en lo más profundo de mi corazón. Soy y no soy el que alguna vez fui, pero por Dios juro que recuperaremos a Wityer.

  —Claro —dijo Ollin sin saber que más decir, pues, aun sin verle sabía que dentro de su mirada antipática había un sufrimiento que ni él podía imaginar.

  —Hablar de ello podría ayudarte —aconsejó Amaris, llegando como una flecha a su lado.

  —Tal vez tenga razón... —dijo al dirigirle la mirada, suspirando.

Amaris se acercó más, esperanzada por escuchar esa petición que nunca fue pronunciada.

  —Yo puedo escucharlo.

El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora