Una verdad incómoda

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Amaris observó a su amado, su movimiento de cruz de su rostro al pecho y de vuelta, acompañado de un susurro, y recordó su explicación, de manera que lo imitó, queriendo tener algo en común, sin saber que está vez el significado había cambiado.

-¿Qué es lo que haces? -preguntó Meriel con duda, queriendo escuchar la respuesta antes de darle paso a su intuición, él le miró, sonriendo con mucha calidez.

-Lo que ves -respondió Primius con simpleza, indiferente a la mirada de todos.

-Mierda, Primius, está muerto.

-Eso mismo -dijo, terminando de desabrochar la armadura brillante-. De nada le va a servir, pero a mí sí. Joder -Su espalda ardió, doblándose por el dolor-, como duele ¿Tienes otra pócima?

-Vete a la mierda. -Le dio la espalda, regresando al lado de su señor.

-Gracias, eres muy amable -dijo con una sonrisa insípida.

-¿No le dirá nada, mi señor?

Gustavo exhaló, tenía demasiada fatiga como para poner su atención en otra discusión.

-Es su botín de guerra, supongo.

-Yo pensé que a usted le disgustaría -dijo Meriel, encontrando en su punto de visión al alto guerrero del mazo, respirando, aunque no por mucho.

-Me disgusta -aceptó, lanzando otro hechizo rápido de sanación sobre su cuerpo-, pero lo entiendo. -Su mente divagó a un recuerdo lejano, donde todavía portaba su chaqueta azul con honor, y mostraba la inocencia de un necio.

°°°
El capitán le arrojó un par de botas, cubiertas de lodo y un manchón de sangre, santiguándose con una sonrisa cínica.

-Pontelas, eres el que más las necesita.

Gustavo asintió, sin prestarle atención al cuerpo inerte del gringo fusilado. El grupo de hombres del escuadrón Águila carcajeó, percatándose de la diferencia del tamaño del calzado de ambos chiquillos.

-Puedo prestarte una mía -dijo Héctor, descalzándose-. ¿La izquierda o la derecha?
°°°

Amaris le tocó el hombro al sentir la extrañes, su nebulosa y perdida mirada, y la gota cristalina que resbaló hasta su mentón, que ella intuyó permanecía al esfuerzo por la batalla anterior.

-¿Estás bien?

-Sí -dijo al regresar al presente-, lo estoy, solo recordaba a un buen amigo.

-Un amigo suyo, estaría complacida de conocerlo.

-Eso no será posible -dijo, parando en alto a sus palabras para no seguir manchando el recuerdo con tristeza.

Amaris optó por detenerse con la inquisición, descubriendo así que no había sido una gota de su sudor. Sabía que el joven tenía muchos secretos, y no era su misión aclararlos ante todos, sino a solas, en una habitación oscura sería lo preferible.

-No te recomiendo tomar la espada -advirtió Xinia, que había calmado su paso para observar en detalle las acciones del expríncipe-. Las armas de esos individuos están encantadas con sellos de propiedad hechos por los sacerdotes de más alto rango del reino de Rodur, blandirla podría matarte.

-No me preocupa -Guardó la segunda espada en la bolsa-, recuerda quienes son ellos. -Apuntó con la mirada a Gustavo y Amaris, que caminaban lado a lado-. Estoy seguro de que cualquier hechizo de esos miserables fanáticos no son nada a sus ojos.

-En eso tienes razón -dijo, refiriéndose a su señor, pues todavía no había presenciado el verdadero poder de la maga.

El expríncipe asintió ante el halago, y al sentirse satisfecho con el saqueo de los cuerpos se puso de pie, frente a la guerrera del escudo, que le observó con indiferencia.

El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora