Problemático

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  Dos flechas surcaron el aire antes de clavarse con un golpe seco justo al lado de ella, en el tronco agrietado de un árbol moribundo. La sorpresa la hizo tambalearse ligeramente sobre sus piernas, casi perdiendo el equilibrio en su apresurada carrera. Sin embargo, con una determinación férrea, logró reponerse al instante, ajustando su postura mientras su corazón martilleaba en su pecho con una mezcla de determinación y ansiedad.

Estaba por llegar, ya podía observar el calor que separaba el bosque del sitio donde se asentaba su grupo, sin embargo, justo al cruzarlo, una flecha impactó en su espalda, justo debajo de su hombro izquierdo. El dolor fue inmediato, sentía como la herida le comenzaba a punzar, y su corazón le golpeaba con tal fuerza que comenzó a dolerle el pecho.

  —¡Xinia! —gritó con fuerza—. ¡Primius!

Exhausta, con cada músculo de sus brazos clamando por descanso, se sentía sumida en un torbellino mental que no daba tregua. Eran ligeros, demasiado, pero podía apreciar susurros de muerte que como el tacto de un amante rozaban sus oídos.

  —¡Xinia! ¡Primius!

La desesperación se había apoderado de ella por completo. Aunque la distancia que la separaba de la cueva que les servía de refugio no era grande, albergaba la esperanza de que su voz desgarrada atravesara la impenetrable cortina de la inclemencia y llegara a quienes allí aguardaban. No obstante, la ventisca, que había irrumpido con una ferocidad repentina, parecía confabularse en su contra, ahogando sus súplicas y encadenando sus palabras al vórtice helado que la rodeaba, impidiendo que su llamado de auxilio navegara con libertad en el aire gélido.

A un costado de sus pisadas, aún frescas en la nieve, tres flechas descendieron del cielo con una velocidad letal, clavándose con precisión en el manto blanco que cubría el suelo. La proximidad de este inminente peligro pasó desapercibida para ella, perdida en su propia urgencia y desconocedora de cuán cerca rozaba la fatalidad. Sin embargo, no requería de tal advertencia; su determinación ya era absoluta.

Tres nuevos proyectiles viajaron por el aire, sin verse afectados por los fuertes vientos. Tenían como objetivo la nuca y espalda de la muchacha, con la velocidad necesaria para conceder una muerte instantánea, sin embargo, a un segundo de impactar, una muralla alta y robusta se los impidió.

Meriel volvió su mirada al haber vislumbrado la alta figura pasar a su lado, con intención de cubrirle las espaldas.

  —Señor Ollin —dijo, ligeramente sorprendida, desde que su señor lo había hecho parte del grupo, no recordaba haberle visto moverse tan rápido—. Ayúdeme con ella, no aguanto más.

El alto individuo vaciló durante la brevedad de un suspiro, comprendiendo que lo solicitado era la mejor opción, por lo que aceptó. Tomó el delgado cuerpo de la fémina, para inmediatamente ordenar con la mirada a la pelirroja a regresar a la cueva.

Primius irrumpió con preocupación, seguido de cerca por Amaris y Xinia, sus siluetas apenas visibles por los fuertes vientos que acompañaban el exterior.

  —¿Qué ocurre, Meriel? —La voz de Primius retumbó en el confinamiento de piedra, teñida de cierta preocupación.

La pelirroja se acercó visiblemente mermada, sosteniéndose en una de las dos paredes de piedra, con la sangre serpenteando la tela de su túnica hacia los oscuros guantes que vestía. La debilidad física parecía un mal menor en comparación con la tormenta que asolaba su mente, donde los malos augurios se agitaban con fuerza.

Con esfuerzo, sus palabras rompieron el silencio, cargadas de un dolor que parecía trascender lo físico.

  —Hay algo en el bosque.

El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora