El hombre con la muerte a sus espaldas

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  Gustavo apretó la empuñadura del sable, y sin saberlo su mirada se oscureció, consiguiendo que los corazones de los presentes sintieran la presencia de la muerte.

Xinia había retomado una postura defensiva, observando con claridad como la marea de tierra subía hasta tapar el sol. Resintió en su hombro el golpe de la espada en su escudo. Sus ojos rápidamente apuntaron al hombre frente a ella, que se preparaba para asestar otro poderoso golpe.

Meriel inspiró, e instintivamente miró a su señor, descubriendo la anormalidad en su energía. Mordió su labio, presagiando la destrucción.

La gravedad devolvió la tierra al lugar de origen, desperdigada por los alrededores. Ahí, en el naciente cráter se encontraba una pareja, un macho y una hembra de cabello negro, protegidos por una esfera ilusoria, que titilaba con la advertencia de su fin.

  —Gracias —dijo Amaris.

Levantó la vista y observó a Ollin, su postura indomable, su expresión solemne, su mirada cargada con una furia tan intensa que ella misma agradeció al destino que fuera su aliado, pero lo realmente destacado fue la energía que rodeaba su cuerpo, demasiado potente para un humano y antigua como el propio mundo.

Gustavo suspiró aliviado al ver a sus compañeros a salvo, recobrando la paz interior en su fugaz descontrol.

  «Dudé, por Dios, dudé. La vida todavía tiene valor para mí».

Tembló de emoción, con una sonrisa tonta en su rostro. Se sentía satisfecho consigo mismo, y muy posiblemente esa fue la razón de su falta de atención.

Ollin despertó algo en su interior, una fuerza indomable y salvaje, que le permitió aparecer ante al mago causante de su casi muerte. Le tomó de la frente y lo levantó. El practicante de artes mágicas activó los hechizos que con anterioridad había preparado para su defensa, pero Ollin no era ningún tonto. Tan pronto como las intenciones mágicas se hicieron visibles, la energía pura de su cuerpo actuó, dominando y destruyendo los nacientes hechizos. El mago resintió el destrozo súbito de sus maleficios, que por la cantidad de energía mágica y el corte abrupto del flujo provocó una ligera grieta en su núcleo.

  —Mi Gran Señora —dijo en la antigua lengua—, perdona a tu humilde servidor por esta vida humana que ha de tomar. —Inspiró profundo, y sin emoción perceptible en su rostro se hizo con el corazón del hombre, con la misma mano que hace solo un segundo lo había tomado de la frente—. Por favor, perdónalo.

El hombre cayó al suelo como un muñeco de trapo, con una expresión de terror, probablemente a causa de la repentina aparición del alto individuo, más que de su brutal ejecución.

  —¡Señor Ollin! —gritó Gustavo, sin concebir que algo tan despiadado proviniera de aquel que hasta ahora había cuidado de Wityer con tanto afecto y recelo.

El alto individuo se limitó a limpiarse la mano con la piel que cubría su torso, indiferente a su acción anterior.

De los quince enviados, solo cuatro seguían en pie, dos magos y dos guerreros, que luchaban con un enfoque total en sus objetivos, sin tener en consideración lo que sucedía con los suyos, una confianza ciega que les había obsequiado el éxito en la totalidad de sus misiones. Habían perdido la comandancia del Señor Mente, y confiaron en que saldrían triunfantes, pero el objetivo principal fue demasiado rápido, e insuperable en todos los aspectos. ¿Quién era ese individuo de extrañas facciones?, nadie hizo nunca esa pregunta, una que podría haber desvelado un secreto que hubiera servido en su misión, pero algo si fue seguro, la arrogancia los mató antes que sus enemigos.

Xinia se liberó de la lluvia de espadazos que su escudo tuvo que soportar e hizo uso de la todavía inestable habilidad que había conseguido del arma, congelando el aire respirable y sofocándole antes de cortarle el cuello. Se manchó de rojo, y se sintió poderosa, imbatible, emociones que no quería dejar escapar, pero el cansancio fue mayor, y la palea parecía lejos de terminar.

El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora