Viejos enemigos

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  Su confusión fue interrumpida por el pequeño cuerpo de su fallecido amigo postrado en la roca plana, que, al parecer, no tenía el estado que había pensado. Pudo sentir la vida en su cuerpo y escuchar el suave latir de su corazón.

  —Por Dios Santo, Wityer, estás vivo. —Lo tomó en sus brazos, apretándolo contra su pecho como si no quisiera soltarlo nunca. Observó el cielo, cerrando los ojos—. Gracias, muchas gracias.

Al pasar el júbilo recordó la otra presencia en el lugar. Se sentó al lado de Ollin, y a los pocos segundos la poción que había estado buscando por fin se mostró. La destapó, dándole de beber en sorbos pequeños. Estuvo tentado a brindarle su energía pura para acelerar su sanación, pero la advertencia sobre la corrupción que poseía le impidió hacerlo.

  —Mi señor —dijo Meriel al aparecer, junto con Xinia. Ambas mostrando la perceptible agitación en sus respiraciones.

Amaris y Primius tardaron unos segundos más, casi desmayándose por el esfuerzo impuesto.

  —¿Qué ocurrió, mi señor?, ¿alguien lo atacó? —Llevó su mano a la empuñadura de su espada, sin quitar la vista de los alrededores.

  —No lo creo —negó con la cabeza—, no hay rastros de vida —Repasó el área que anteriormente había observado—, salvo por las muestras.

  —¿Qué piensa sobre aquel feroz rugido, mi señor?

  —No lo sé —Observó a su pequeño amigo—, será mejor esperar por respuestas cuando despierte, mientras preparen las tiendas, aquí descansaremos.

  —Como ordene, mi señor.

Amaris ordenó sus pensamientos luego de recuperar el aliento, pero la quietud la dominó al observar la gran sonrisa de su amado y el cariño con el que sujetaba al lobezno.

  —Primius, recoge las ramas y haz fuego —ordenó Meriel—. Xinia, ayúdame a preparar el refugio.

  —Como órdenes, pelirroja —sonrió con descaro, recibiendo una amenazante mirada de la fémina guerrera.

  —Busca atención —dijo Xinia al ver desaparecer a su compañero.

  —Busca una paliza —repuso, pero su atención fue retenida por el temblor continúo en las manos de la guerrera del hacha—. Yo también tengo miedo.

  —No es miedo —dijo, resuelta, calmando el temblor por un instante—, es terror. Desde hace días no me encuentro bien, Meriel —susurró—. No duermo. —Le miró sin pretenciones falsas—. Hay criaturas oscuras que afectan mi mente y mi corazón. Estoy luchando una batalla que sé que no ganaré...

La pelirroja le pidió alejarse, preocupada porque su señor escuchase, evitando así colocar un problema más en su torre de problemas.

  —¿Qué tipo de criaturas?

  —Es solo una, y es terrorífica.

Meriel inspiró profundo, no había palabras para aliviar una mente torturada, pues si las tuviera, hace bastante que las hubiera ocupado consigo misma.

  —Si aquello que te atormenta aparece, te ayudaré a matarla, compañera.

  —Gracias, Meriel —sonrió—, aunque rezo porque eso nunca suceda.

  —Muy sabia petición.

La última luz que arrojaba el atardecer se despedía en brevedad. El frío viento azotaba sin clemencia las gruesas pieles del refugio, y el aguanieve congelaba.

  —Estoy empapado —dijo Primius tronando los dientes, y con cada centímetro de su piel temblando por las bajas temperaturas—, si continúa el enfado de Lorna moriremos congelados.

El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora