El poder de poderes

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  Su espalda nunca la había notado tan lejana, brumosa, como si con cada paso que daba, él se alejara tres. Inspiró profundo y masajeó su muñeca, hace tanto que no había realizado ninguna plegaria, no lo había creído necesario, pues el poder que había influido en ella se había esfumado el día que todo su clan fue masacrado, y pensó que nunca más los necesitaría, que jamás volvería a caer de rodillas ante ídolos de madera o piedra, pero se equivocó, quería la ayuda de "ellos" en este momento de incertidumbre, deseaba que pudieran ayudarlo, a él, a su señor.

  «Él no es solo un hombre». Trató de convencerse, y por un momento lo hizo, el recuerdo de las hazañas imposibles provocaron que una tranquilizadora sonrisa aflorara en su expresión inquieta.

  —¿Cómo ayudar a alguien que no sabe que está herido? —Escuchó decir a Amaris, y no logró responder.

  —Sigo creyendo que lo superará —añadió Primius, apretando cada vez más la empuñadura de su espada.

  —¿Superar la muerte que lo posee? —preguntó la maga con furia contenida que reflejó su ojo tembloroso.

Meriel prefirió observar y no intervenir, no lo creía conveniente, pues le confería más importancia a sus propios pensamientos que intentaban minar su moral.

Detonó algo a lo lejos, que produjo un ensordecedor sonido, acompañado de una estela de polvo y pedazos de madera que salieron disparados por el umbral antes cruzado por Gustavo. Avanzó de inmediato, al igual que todos, pero Ollin les detuvo justo al llegar.

  —¿Qué sucede? —preguntó, ya que, aunque lo suponía, quería claridad del hombre que se interponía en su paso.

  —No hay ningún peligro para él —dijo, haciéndose a un lado para dejar observar lo que se estaba llevando a cabo al interior de la entrada.

Un joven con un sable en llamas combatía con un par de sombras, que desaparecían con tanta rapidez que por un instante se le olvidó hasta respirar.

  —Hay que dejar que desahogue esos pesados sentimientos que carga en lo profundo de su corazón...

  —¿Y si se descontrola? —intervino Amaris con mala cara, y con el dedo apuntando al solemne rostro de Ollin—. Ya nos advirtió de lo que podría pasarle. Seríamos unos desgraciados si lo permitimos.

  —Tienes cierta razón en tus palabras, maga —asintió con calma, sin mostrar enojo por la invasiva mano en su espacio personal—, pero ayudarle a combatir en un espacio tan reducido solo provocaría que ustedes saliesen dañados. —Formó un rápido símbolo, que contuvo la amenaza de sombra que intentó escapar—. Y no solo eso, le harías contenerse, y podría conllevar a heridas tanto físicas, como de orgullo, provocando aquello que ambos estamos de acuerdo queremos evitar.

Observó a Amaris fruncir el ceño, sin posibilidad de refutar el extenso discurso que intuyó que el hombre no decía con confianza, muy probablemente porque al igual que ella estaba preocupado. Esperó con su espada en mano que fuera solicitada, pero esas palabras nunca llegaron.

  —Aparecieron de repente —dijo Gustavo al aparecer frente a ellos, con los cabellos desaliñados y una expresión indiferente—. No recuerdo haber visto criaturas semejantes.

  —Se llaman comedores de esencia —explicó Ollin, permitiendo su salida al cancelar el sello de protección—. ¿Estaba lo que estás buscando?

El joven negó con la cabeza, retomando el sendero del pasillo luego de guardar el sable.

  —Mi señor, ¿podemos ayudarle en algo?

  —Ya lo hacen —respondió, pero ella logró percibir la mentira en su falsa sonrisa.

El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora