Esencial

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  Había partido, se sentía mal por hacerlo de manera clandestina, pero no había otro modo, si habían vencido a Lucan, con su poder demostrado, era claro que sus compañeros peligraban, debía hacerlo solo, no había otra manera. Aunque en su interior sabía que su corazón lo había forzado.

El viento helado, cortante como las garras de un oso, acariciaba su rostro envuelto en una capucha de piel. Sus ojos, fríos como el acero, observaban con serenidad el paisaje desolado: una inmensa llanura cubierta por un manto inmaculado de nieve. No había nada más que tanta blancura, un páramo inhóspito que bien podría convertirse en su refugio.

Limpió la nieve con una débil ráfaga de fuego, y tomó asiento, había dejado la mayor parte de su carne seca con sus compañeros, con la certeza que podría encontrar comida por sí mismo, pero hasta ahora no había encontrado nada, era como si la propia vida hubiera desaparecido. Sacó un par de tiras de carne, comenzando a comer, le desagradaba el sabor, pero lo prefería a morirse de hambre.

Al culminar se levantó, su energía de Vida rodeó la amplitud extensa del prado blanco, en busca de los que sus ojos no podían percibir, pero como había supuesto, solo la muerte anidaba en tales rumbos. El ejército del villano, como se referían los ber'har, ya había transitado por estas tierras. Se cubrió nuevamente la mitad del rostro inferior, para luego colocarse la capucha. Debía seguir buscando.

∆∆∆

  —Ya estamos todos reunidos —dijo Amaris con el ceño fruncido, y la amenaza de explotar en cólera—. Habla.

Ollin asintió con calma, observando el rostro enfurecido de la maga y la guerrera pelirroja, así como la taciturna mirada de Xinia, y el interés del expríncipe.

  —El humano Gus se fue está mañana...

  —Eso ya lo sabemos —interrumpió la maga con brusquedad, incapaz de contenerse—. ¿Queremos saber por qué?

  —Me dijo que necesitaba despejar su mente antes de volver.

  —Mentira —gritó, Meriel tuvo que sujetarla para impedir que se le arrojara al alto individuo—, se fue a combatir a lo que sea que hay en este bosque. Y se fue solo porque no cree en nosotros.

  —Le estorbamos —dijo Primius, sin verse afectado por su propia afirmación—, y no se equivoca, somos débiles a su lado, no estar con él es mejor.

Amaris se volvió al que por mucho tiempo había observado con respeto por el título que antiguamente portó, pero ahora lo veía como un enemigo.

  —No soy débil —dijo, sin creer realmente en sus palabras.

  —Dije que éramos débiles a su lado. —No tenía la valentía para llamar débil a la mujer de su señor, y mucho menos a una maga categorizada en el gremio de exploradores de mazmorras con una estrella dorada.

  —Primuis tiene razón —dijo Xinia—, no sé lo que estos bosques ocultan, pero puedo sentir la maldad y la muerte a cada paso. Acompañar a Gus solo por nuestro orgullo podría dirigirlo a su muerte.

  —No opino eso —replicó Amaris.

  —Mi señor me necesita —dijo Meriel de forma repentina—, ahora más que nunca. No puedo dejar que la soledad lo invada nuevamente.

Amaris asintió, aunque tuvo una mala sensación de esa mujer pelirroja, todavía no la había aceptado, cualquier mujer cerca de su amado era un peligro para el amor de ambos.

  —No los está abandonando —dijo Ollin al ver cómo se tranquilizaban las expresiones de sus compañeros de viaje—, me aseguró que volvería. Que haría todo lo posible por hacerlo cuánto antes.

Nadie expresó palabra alguna, Amaris quiso seguir replicando, pero comprendió que no servía de nada, y Meriel tuvo que aceptar que su señor nuevamente se había ido de su lado, aunque ahora por voluntad propia.

  —Xinia, entrena conmigo. —Se volvió a su compañera, no tenía intención que su señor volviera a tener excusa para apartarla de su lado.

La guerrera taciturna asintió, ella misma había pensado en algo similar.

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Acercó sus manos a la recientemente prendida fogata, calentando un poco su cuerpo, él mismo podía hacerlo con su magia, pero, por alguna extraña razón lo prefería así, había más cercanía con los suyos al sentir el calor del fuego que ellos también podían experimentar.

Tenía el sable cerca de sus piernas por si los infelices se acercaban, no sentía miedo, ni una emoción clara sobre lo que hacía, solo tenía la certeza que debía hacerse.

Quería retomar el camino que había perdido hace mucho. Ser nuevamente ese Gustavo Montes del que su familia y amada estaba tan orgullosa, el joven que Dios Padre había escogido para la cruzada contra lo maligno. Quería ser otra vez ese joven, ahora convertido en adulto.

Sus ojos absorbían el hipnótico vaivén de las llamas, su cuerpo se encontraba exhausto, la somnolencia poco a poco lo envolvía. Se dejó desplomar sobre la suave y gélida alfombra de hierba. No se preocupó por sofocar la hoguera, pues no había ninguna criatura amenazante en las inmediaciones a la cual pudiera atraer, además de que en lo más profundo de su ser guardaba un rencor hacia la oscuridad, la odiaba con vehemencia, y prefería estar lejos de ella. Y si acaso el ejército del villano se presentaba, sería beneficioso para su travesía.

Cerró los ojos y anheló encontrarse en sueños con aquellos a quienes tanto amaba, las imágenes de sus rostros aún se dibujaban vívidamente en su mente, y esa mera reminiscencia le llenaba de una dulce felicidad. Lamentaba profundamente no poder estar a su lado, pero esa aflicción se convertía en una convicción inquebrantable para su corazón, en una fortaleza incuestionable que le permitiría atravesar incluso los confines del infierno y salir victorioso. Algún día volvería, lo había prometido, y era un hombre que cumplía sus promesas.



El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora