Noción de lo importante

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  La luz cálida de la fogata apaciguaba la inquieta atmósfera y daba tranquilidad a los malos pensamientos. El dulce y suave olor del té provocó sonrisas en los individuos alrededor del fuego, que bebieron sin disimular su antojo.

  —Les llevaré un poco —dijo el muchacho al levantarse, con dos tarros de madera equipados en sus manos.

El resto asintió.

Se dirigió con pasos lentos a la pared cercana, donde la luz de la fogata apenas se apreciaba. Ahí se encontraban dos siluetas sentadas, una junto a la otra, quietas y silenciosas.

  —Shhh —advirtió la mujer—, está dormido.

El muchacho asintió con calma, dejando ambos tarros al lado de la dama. Observó al joven recostado en su pecho, la oscuridad era densa, sin embargo, logró notar su expresión, que, incluso sin estar despierto mostraba dolor y tristeza. Se volvió nuevamente a la fogata, rezando en su corazón a cualquier dios que quisiera tomar su petición. Le debía dos vidas a ese joven, era su señor, y por el honor estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para verlo recuperado.

  —¿Cómo está? —preguntó Meriel al verlo volver. Su tarro continuaba lleno.

  —Dormido —respondió Primius al sentarse.

  —La maga también necesita dormir —dijo Ollin al terminarse la segunda ronda de té—, ha estado así con él desde hace dos días.

  —Me ofrecí para cuidarlo, pero ella se negó con rotundidad —dijo Meriel, ligeramente molesta—, me sentí una extraña en una familia ya establecida.

  —La maga tiene sentimientos por él. Y el amor es la magia más poderosa. Tal vez luego de dormir un poco pueda darse cuenta de que no somos sus enemigos, y deseamos lo mismo que ella.

  —¿Cómo se encuentra el compañero de mi señor? —inquirió al querer cambiar de tema.

  —Mi energía ya no es lo suficientemente fuerte para mantenerlo vivo —explicó con calma, aunque en sus ojos logró percibirse la desmotivación y cansancio—. Pronto se deberá tomar una decisión. Solo espero que el humano Gus sea capaz de aguantarla, aunque por lo sucedido, será mejor mantenerlo en secreto.

Meriel bajó el rostro, apretando los labios para no consumirse en la tristeza. El pequeño animal le había hecho compañía cuando Gustavo había desaparecido, y si bien no habían formado un vínculo sólido, le agradecía por no haberla dejado sola.

Xinia y Primius solo expresaron pena, pues no eran tan cercanos a Wityer como para experimentar fuertes sentimientos.

La fogata se fue consumiendo en brevedad, hasta quedar únicamente trozos de leña calcinada. Los individuos descansaron en derredor, soportando el frío y desolador ambiente que acompañaban las paredes del enorme salón.

Amaris había caído en un sueño profundo. Su cuerpo y mente no había soportado más la falta de descanso, incluso cuando hizo todo lo posible por mantenerse despierta. Sus largos mechones negros cubrieron su rostro, y por la falta de fuerza su cabeza resbaló por una pendiente fría, hasta ser detenida por algo no perteneciente a su cuerpo. Le llevó a un lugar en específico, donde aun en sueños logró escuchar golpeteos profundos y constantes. Algo rozó su cabello, despeinándola con suavidad y cariño. Oía una lejana melodía en un idioma desconocido, aunque familiar. La composición tranquila le arrullaba, protegiéndola de aquellas sombras que de vez en vez aparecían en su panorama brillante. Se sintió amada, observando como su madre y padre le sonreían a lo lejos, orgullosos por el camino tomado, y al bajar la vista se encontró con un pequeño, un recién nacido de tez oscura y ojos soñadores, lo reconoció como suyo y lo amó, más que a su propia vida. Sintió una caricia en su cabello que le hizo levantar la vista, notando la sombra de alguien que ahora ya no conocía...

∆∆∆
En los tupidos bosques de copas blancas caminaba la oscuridad, las sombras se apreciaban por la tarde y se desvanecían al primer rayo de sol. Por los caminos terrestres habitaba la muerte, susurrando a quien escuchase que formara parte de ella, seduciendo las cansadas mentes con promesas de libertad y armonía.

Ocultos entre las ramas y mantos de tela y hoja habitaba un selecto grupo, de rápidos y ágiles individuos, de rostros afilados y expresiones abatidas. Temblaban por el frío, o por lo que transitaba a sus pies. Eran pocos, centrados y listos, con flechas preparadas sobre el arco, pero con las manos engarrotadas.

Era una noche oscura, gélida y abandonada, pero los individuos sobre el ramaje no movían ni un solo músculo por las advertencias frescas del ayer, de las noches similares que se habían robado a insulsos y confiados, que con la ilusión del héroe habían descendido al gobierno de las sombras... para nunca más volver.

Avanzaban en cuanto la tenue luz cruzaba el horizonte, a pasos cautos para evitar la desgracia. Cada salto a la rama siguiente se hacía en sincronía, moviéndose como un todo, y si una orden debía hacerse, el lenguaje de señas cumplía su función.

Se detuvieron al vislumbrar la marca de su diosa tallada en el tronco, y como sombras desaparecieron de las ramas al cruzar el límite ofrecido por la divina señal.

Se hizo la luz de primavera, pero el frío y la nieve seguía cubriendo los alrededores. La llanura estaba poblada de tiendas provisionales de tela y hojas; individuos de su misma especie sentados en grupo conversando con mucho ánimo, o en susurros; y de un conjunto de lo se apreciaban eran piedras blancas en el centro de todo, donde seis féminas de cabello dorado e indumentaria ceremonial ejercían algún acto de adoración.

  —Lleven lo reunido y descansen —dijo la mujer al quitarse la capucha verde oscura y soltar una larga exhalación.

  —Sí, Primera —dijeron los cuatro individuos a sus espaldas con profundo respeto antes de romper filas.

La hembra de orejas puntiagudas observó el cielo despejado que sabía era una ilusión, reuniendo el coraje, el dolor y toda emoción destructiva que había evitado hacerla morir en aquel bosque, y la dejó ir en un par de lágrimas silenciosas que resbalaron por sus blancas y enrojecidas mejillas.

Caminó de vuelta al único lugar que por el momento le pertenecía, a la tienda cobijada por un árbol de tronco grueso. Se deshizo del carcaj a su espalda, y luego del arco al caer sentada en el césped, pero no los abandonó, los colocó justo al lado de ella, convirtiéndolos en su única compañía.

  —Primera —dijo una voz melódica y aguda. Ella levantó el rostro, dirigiendo su atención a la no invitada—, Calos me ordenó darle este mensaje. —Le entregó un pequeño papiro sellado.

  —Lo agradezco. —Aceptó el trozo enrollado.

La fémina asintió sin muchas ganas, volviéndose de dónde vino con movimientos gráciles.

Le quitó el sello y lo desenvolvió, interesada por el contenido.

  "Para Ariz It-Ol.

Hermana mía, lamento no estar a tu lado en tu regreso, pero ha ocurrido algo problemático y debo volver para comunicárselo al consejo y a nuestro padre.
Entiendo que puedas pensar que no tenía nada que hacer por lo que opté la función de mensajero, pero estarás muy equivocada. Seré franca contigo, es información muy peligrosa y no confío en nadie para hacérselos saber más que yo.
Pero no me extrañes demasiado, pues mi partida no demorará más de un par de días.

Con caluroso afecto.
Lizvell It-Ol."

  —¿Quién va a extrañarte, presumida? —sonrió al terminar de leer, y por un momento olvidó por completo en donde estaba y de porque.

Nota del autor:

Le agradezco de todo corazón a Antonio López por su donativo.

Un fuerte abrazo y muchas gracias.

El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora